La frase de la semana.
“Me llamo Katrin, cuidado con lo que represento, castigo a la injusticia”. Katrin, la bombarda…
Las bombardas del último periodo medieval
eran enormes, costosas y, por lo mismo, con suma frecuencia eran piezas únicas.
De allí que fuera costumbre arraigada ponerles un nombre, como una forma de
darles individualidad y realce. También se ha dicho que “aparentemente engendraban cierto afecto entre sus constructores, sus
propietarios y sus sirvientes”, quienes les asignaban denominaciones
diversas. Asimismo, como lo ilustra la frase que motiva este comentario, a
menudo se gravaban leyendas vinculadas con su deletéreo propósito. En lo que
parece un impensado homenaje a la época caballeresca que estaba en su ocaso,
las bombardas, damas al fin para quienes sentían tanto afecto por ellas, con
frecuencia llevaban nombres femeninos, aunque a veces acompañados por algún
epíteto no del todo halagador. Y, curiosamente, la mayoría de los nombres que
han trascendido corresponden a Margarita y sus muchas derivaciones, preferido entre los burgundios, quienes se destacaron especialmente en el
desarrollo de la artillería. Así, podemos evocar a la flamenca Dulle Griet (algo así como Margot, la Loca), una robusta bombarda
de unas 16 toneladas de peso y un calibre de 640 mm. A la Mons Meg, que ha recalado para siempre en la entrada del Castillo
de Edinburgo. Y a la Nigra Margereta, de
Guillermo VI, Duque de Holanda. Las hubo
también nombradas Katrin (la de la
frase), Fille Gueriette, Katherine, Liete... Pero los nombres a veces apuntaban en otra dirección: El Avestruz era una bombarda encargada
por Strasburgo, cuyos proyectiles recordaban los huevos del ave. En otros
casos, las referencias eran geográficas, que a veces sólo remitían a la ciudad
donde el arma había sido construida: Bourgogne, Auxonne, Luxemburg… Una leyenda
adjudica al Papa Pío II haber adquirido dos bombardas, a una de las cuales le
puso su nombre y a la otra el de su madre. La famosa Basilica, obra del húngaro Urban y que Mehmed II utilizó durante el
asedio de Constantinopla en 1453, se encuentra entre las más famosas. Era un
monstruo de 19 toneladas que podía disparar balas de piedra de unos 400 kilos.
Para transportarla desde el lugar de su construcción hasta enfrentar las
murallas bizantinas, fueron necesarios sesenta bueyes y más de mil hombres, en
un viaje que duró cuarenta y dos días. Pese a su horrísona y mitológica
denominación, la Basilica no tuvo
éxito. A los pocos disparos explotó y, con cruel ironía, Urban murió a causa de
ello. Y si de inscripciones se trata, como no transcribir la recordada por
Contamine: “Soy el Dragón, la serpiente
venenosa que con sus furiosos estallidos quiere ahuyentar a sus enemigos. Juan
el Negro, maestro artillero, Conrad, Coin y Cradinteur, todos ellos maestros
fundidores, me hicieron en 1476”…
Dulle Griet |