En la página FUEGO Y MANIOBRA encontrará la Introducción y capítulos referidos a la guerras en la Edad Media, de la obra del mismo nombre del Dr. Mg. Jorge A.Vigo

3 de julio de 2015

Las guerras de Bizancio y sus consecuencias territoriales (I)


Mg. Rubén A. Barreiro


2b.      De la formación del Imperio a las guerras de Justiniano (Parte II)

La recuperatio imperii en ejecución. Como ya se ha dicho, Justiniano se había propuesto restaurar en su grandeza el Imperio Romano, desalojando para ello a los bárbaros que se habían enseñoreado en lo que había sido el Imperio de Occidente. En Italia, los ostrogodos. En África del Norte, los vándalos. En buena parte de Galia, los francos. En España los visigodos. Ya emprendidas las acciones para ello, en abril de 536 y luego de caer Sicilia en manos del general Belisario, en una de las Novelas, Justiniano incluye un párrafo que es la declaración formal de su propósito. Dice allí: “Dios nos ha concedido la paz con los persas, hacer de los vándalos, alanos y moros nuestros súbditos, y apoderarnos de toda África y Sicilia, y tenemos buenas esperanzas que Él nos permitirá establecer nuestro imperio sobre el resto del territorio que los romanos de entonces dominaron de uno a otro océano y que perdieron por su negligencia” (EVANS, The Age, 126).


Favorecía este designio imperial, la situación en los territorios conquistados por los bárbaros, en los que la población “había conservado la memoria del imperio y miraban con impaciencia hacia Constantinopla, a la espera de un libertador” (DIEHL, Justinian, 135). El mismo autor señala, como un aspecto sorprendente, “que los mismos reyes bárbaros aceptaban sin discusión las teorías de la ambición imperial. Ellos también, estos jefes germanos fundadores de reinos, guardaban una profunda veneración por ese imperio del que se distribuían los despojos” (137).

Vándalos, visigodos y ostrogodos tenían en común, además de compartir reinos sobre el Mediterráneo Occidental, el pertenecer al arrianismo, lo cual establecía una diferencia sustancial tanto con respecto a Bizancio como con el  sentimiento religioso de los pueblos que les estaban sometidos. Vistos dese Constantinopla, todos ellos eran considerados como naciones que sólo diferían en su denominación (MOORHEAD, 199). Como se verá, en el caso de los vándalos la cuestión religiosa tuvo especial relevancia.

Resuelto el conflicto interno representado por la rebelión Nika, y alcanzada “la paz eterna” con los sasánidas. “…El Emperador ya no sería meramente el custodio de las fronteras actuales: podría ahora contragolpear decididamente para restaurar el honor y la extensión territorial del antiguo Imperio Romano” (BARKER, 139).

La Guerra Vándala. Antecedentes. Pueblo de origen germánico procedente del este europeo, donde ocupaban un territorio entre los ríos Vístula y Oder, los vándalos acompañaron la migración generalizada hacia Occidente de los pueblos bárbaros, llegando a España a comienzos del siglo V.  Allí lucharon con los visigodos y adquirieron una habilidad que constituyó una rareza entre los pueblos bárbaros: la navegación. Esto les permitió, en 429, cruzar el estrecho de Gibraltar, y diez años más tarde ocupar Cartago. La captura de la ciudad “significó el punto de partida de una nueva era en el reino vándalo: los años fueron calculados tomando como punto de partida a ese hecho” (SCHWARCZ, 54)Todo, bajo el reinado de Genserico, que concluyó con Roma dos tratados, en 435 y 442. Por este último, Roma reconoció la existencia plena del reino vándalo, adjudicándose a este las tierras de Africa Proconsular (Zeugitana y Bizacena), que constituían una zona productora de granos de extraordinaria fertilidad, así como la Numidia del Este (MERRILL-MILES, 63).

Pronto, el reino vándalo se extendería a Sicilia, Córcega, Cerdeña y las islas Baleares, merced a su poderosa flota. El saqueo de Roma por Genserico en 455 marcó “el clímax de la política exterior” vándala (MERRILL-MILES, 57, 117). Ya hemos visto, en el punto 2., cómo la expedición bizantina enviada por el emperador León I en 468 fracasó en su intento de doblegar a los vándalos.

Justiniano decide atacar al reino vándalo. Liberado el emperador de los conflictos internos y externos, decidió comenzar su obra de recuperación imperial. El reino vándalo, dadas ciertas condiciones que indicaban que estaba declinando en su poderío, sería el primero en ser atacado.

El casus belli para la puesta en marcha de la operación fue el derrocamiento del rey vándalo Hilderico por Gelimer, primo suyo. Hilderico tenía una relación muy estrecha con Justiniano, quien decidió intervenir [1].

Por cierto, los vándalos “ya no eran los peligros enemigos de antes”, entre otras razones por la lucha constante que presentaban las tribus beréberes y las disidencias con los ostrogodos (VASILIEV, 111).

No fue sin disensiones por parte de sus consejeros que Justiniano tomó aquella decisión, tal como Procopio lo relata con gran detalle (I.10, 93). Quienes se mostraron más adversos al plan fueron, por un lado, los recaudadores de impuestos, y por el otro, muchos soldados, que hacía poco había regresado de “la larga y dura guerra” con los sasánidas y “que aún no habían disfrutado a pleno de las delicias del hogar”, se mostraban en desacuerdo con la idea de una expedición marítima, “algo que no habían aprendido ni siquiera por tradición”. Como fuere, Justiniano insistió en su proyecto [2], para lo cual ya había convocado al general  Belisario [3].

Más allá de lo místico, se daban ciertas circunstancias en el reino vándalo que  mostraban que la ocasión era favorable por un ataque. Algunas de ellas han sido referidas precedentemente, a las que deben agregarse dos rebeliones que estallaron casi simultáneamente contra Gelimer. La primera de ellas en Libia (Trípoli), la segunda en Cerdeña. Esta última, en especial, era importante, ya que estaba encabezada por el gobernador de la isla, Godas, que había tomado tal camino sabiendo que el designio de Justiniano era enviar la expedición a África del Norte. Para Gelimer era una situación que exigía una pronta intervención militar contra el rebelde, enviando a su hermano Tzasos al frente de un poderoso ejército, que de tal forma era restado de la fuerza defensiva que podría encontrar Belisario al desembarcar.

La fuerza expedicionaria. Las fuerzas al mando de Belisario comprendían diez mil hombres de infantería y cinco mil de caballería, a los que se agregaron dos grupos de mercenarios: 400 hérulos y 600 hunos y la guardia personal de Belisario, lo que llevaría el contingente a unos 17.000 hombres.  A estos deben agregarse dos mil soldados-marineros de Constantinopla, que habían sido entrenados para luchar, aunque durante la travesía se harían cargo de los remos. La flota que los transportaría sumaba 500 buques de transporte y 92 de guerra. Esta flota estaba tripuladas por 30.000 hombres y transportaba una gran cantidad de caballos y pertrechos de toda índole.

Belisario tenía el mando supremo de la operación, y le estaban subordinados Calonimus de Alejandría al frente de la flota y Arquelaus a cargo de la logística. La flota zarpó en junio de 533 y luego de tres meses de navegación por el Mediterráneo, travesía durante la cual se dieron diferentes alternativas (BARREIRO, 31/32), arribó a Caput Vada, actual Ras Kaboudia, en el actual territorio de Túnez, a unos 200 kilómetros y cinco días de marcha de Cartago.

Travesía del ejército bizantino, con indicación de las etapas
Desembarco y marcha hacia Cartago. Pocos días después de arribar, el ejército bizantino comenzó su marcha hacia Cartago, siguiendo un camino cercano a la costa. Su desplazamiento era seguido por la flota, que protegía su flanco derecho (no debe olvidarse que uno de las fuerzas más poderosas del reino vándalo era su flota, cuya intenvención no podía descartarse). “Es así que el componente naval de la expedición pasa de ser un elemento de transporte, al apoyo directo de las operaciones terrestres” (BARREIRO, 39). El dispositivo de marcha adoptado por Belisario era inteligente: una vanguardia de 300 hombres a 30 kilómetros de la fuerza principal y a igual distancia hacia la retaguardia de esta, Belisario con sus mejores tropas. Sobre su flanco izquierdo, una fuerza de 600 hunos protegía el avance principal [4].

Cuando Gelimer, el rey vándalo y reputado conductor militar, supo del desembarco de la fuerza bizantina -cuatro días después de ocurrido-, adoptó con rapidez varias medidas, siendo la principal de ellas la reunión de tropas procedentes de Cartago en las proximidades del desfiladero de Ad Decimun [5]. Allí se reunirían con las mandadas por el propio Gelimer, quien desde Hermione avanzaba hacia el norte en una trayectoria paralela a la de las tropas bizantinas. La flota, frente al obstáculo del Cabo Bon, debió apartarse del rumbo paralelo que venía siguiendo, ordenando Belisario que se dirigiera hacia Cartago, anclando frente a la ciudad.

La batalla de Ad Decimun. El 13 de septiembre de 533 tuvo lugar la batalla de Ad Decimun, donde 15000 bizantinos se enfrentaron a 12000 vándalos (estos se repartían entre quienes venían desde el Norte –Cartago-, entre seis y siete mil y los procedentes del Sur, de 5000 a 6000 hombres. En el comienzo mismo del encuentro, las columnas norte y sur de los vándalos fueron derrotadas y muertos sus jefes. No obstante, Gelimer logró apoderarse de una altura que constituía un punto importante para el desarrollo de la batalla. Pero ante ello, Gelimer, que tenía a su disposición una alternativa que podría darle el triunfo (la persecución de las tropas bizantinas que se replegaban desordenadamente o dirigirse hacia Cartago, donde se haría fuerte y entraría en acción su flota contra la bizantina), optó por descender de la colina, esperando encontrarse con las fuerzas venidas de Cartago, pero estas habían sido vencidas y el jefe de ellas, su hermano Ammatus, muerto. Ante esto, y ataca a las fuerzas bizantinas próximas a la colina, en la creencia de que se trataba del resto del ejército bizantino, pero en ese momento apareció la fuerza de Belisario, quien atacó a Gelimer por la retaguardia, obligándolo a retirarse hacia el Oeste y quedando dueño del campo y con el camino que conducía hacia Cartago sin oposición alguna.


Ocupación de Cartago. La entrada de Belisario y sus hombres en Cartago fue aclamada por la mayoría de la población. La tropa había recibido órdenes aún más severas de respetar la vida y bienes de sus habitantes (esto contrastaba con la actitud de Calonimus, quien, desoyendo la orden expresa de anclar frente a Cartago, lo hizo más allá, desembarcando y saqueando varias propiedades). Belisario ordenó comenzar de inmediato los trabajos para la restauración y refuerzo de las murallas de la ciudad, con la finalidad inmediata de protegerla contra posibles ataques vándalos, que merodeaban en las cercanías. Y con la mirada puesta en futuras operaciones, para las que la ciudad oficiaría como base (especialmente, la planificada invasión de Sicilia, con la que continuaría la restauración imperial).

La batalla de Tricamarum. Fin del reino vándalo. A unos treinta kilómetros de Cartago estaban acampados los vándalos mandados por Gelimer, quien había recibido el refuerzo de las tropas de su hermano Tzasos, que había vuelto de Cerdeña tras haber derrotado a los rebeldes a los que había apoyado Justiniano. En el lugar corría un pequeño curso de agua, el Tricamarum. El 15 de diciembre de 533 tuvo lugar la batalla que lleva ese nombre. Hasta allí llegó la caballería bizantina al mando de Juan el Armenio, entablándose el combate con la caballería vándala conducida por Tzazos. Una y otra vez se sucedieron los ataques, siempre con la caballería de ambos bandos empeñada en la lucha, sin que participaran tropas de infantería. El arroyuelo fue atravesado en varias oportunidades, hasta que Belisario advirtió que, pese a la resistencia vándala, cuando su centro era atacado, las alas permanecían en una posición pasiva sin participar en apoyo del sector atacado. Concentró entonces una gran masa que atacó nuevamente el centro, que cedió (ya muerto Tzasos), y ante el desbande del mismo, sus alas hicieron lo propio. Las tropas bizantinas iniciaron la persecución que sólo se detuvo al llegar al campamento enemigo, pero Belisario, quizás rememorando lo ocurrido años antes en Callinicum, se abstuvo de atacar ante el retraso de su infantería. De todos modos, cuando la gente de Gelimer advirtió que este huía con su familia, hizo lo propio, abandonando el campamento al adversario. Poco después, el rey vándalo fue apresado y enviado a Constantinopla, junto con dos mil de sus soldados. Allí fue recibido con consideración y hasta su muerte gozó de un buen trato. 

El conflicto se prolonga hasta 548. Pese a la aplastante derrota de los vándalos, la paz estuvo lejos de alcanzarse en el que había sido su territorio. Las tribus beréberes, que los habían enfrentado durante muchos años, aunque se habían mantenido al margen del enfrentamiento entre vándalos y bizantinos, con la derrota de Gelimer se mostraron decididos a disfrutar para sí mismos los frutos de la victoria de Belisario (BARKER, 144) reanudando sus ataques sobre los nuevos ocupantes. Nómades, los beréberes constituían un adversario difícil de vencer, por lo que los gobernadores bizantinos construyeron rápidamente una serie de fortalezas para hacerles frente (MOORHEAD, 203). También se sucedieron amotinamientos y rebeliones entre las tropas bizantinas, hasta que finalmente, en 548, Juan Troglita, enviado por el emperador para hacerse cargo de la situación, venció a los beréberes en la batalla de Campo de Cato, donde fue muerto el cabecilla de los rebeldes, Carcasan, junto con muchos de sus oficiales. Esto puso fin a la rebelión, comenzado un prolongado periodo de paz. La ocupación bizantina se extendió hasta la fortaleza de Septum, sobre el estrecho de Gibraltar, a la que Belisario había enviado parte de sus fuerzas en un movimiento táctico destinado a disuadir cualquier intento visigodo de acudir en auxilio de los vándalos (BARKER, 138). 

Bibliografía

Arranz Guzmán, Ana, Desintegración del Imperio romano, en Historia Universal de la Edad Media, coord. Vicente A. Alvarez Palenzuela, Ariel Historia, Barcelona, 2002.
Barker, John W., Justinian and the Later Roman Empire, University of Wisconsin Press, Madison, 1966.
Barreiro, Rubén A., Una lejana operación conjunta, Visión Conjunta, (Revista de la Escuela Superior de Guerra Conjunta. Fuerzas Armadas de la República Argentina), Año 3, N° 5, 2011, págs. 34/43.
Diehl, Charles, Byzance. Grandeur et Décadence, Flammarion, París, 1919. Citado como Byzance.
            - Justinian et la civilization bizantine au VIe siècle, Ernest Leroux, París, 1901. Citado como Justinian.
Evans, J.A.S., The Age of Justinian. The circunstances of imperial power, Routledge, Londres, 2001.
Hughes, Ian, Belisarious. The Last Roman General, Westholme Publishing, Yardley, 2009).
Merrill, Andy y Miles, Richard, The Vandals, Blackwell, Chichester, 2010.
Moorhead, John, Western approaches (500-600), en The Cambridge history of the Byzantine Empire c. 500–1492, ed. Jonathan Shepard, Cambridge University Press, Cambridge, 2008.
Procopio de Cesárea, History of the Wars, Libros III-IV, The Vandalic War, William Heidemann, Londres, 1916. Disponible en https://archive.org/stream/ procopiuswitheng02procuoft#page/n5/mode/2up.
Schwarcz, Andreas, The Settlement of the Vandals in North Africa, en Vandals, Romans and Berbers: New Perspectives on Late Antique North Africa, ed. A. H. Mirrells, Ashgate Publishing, Aldershot, 2004.







[1]           Hilderico tenía sangre romana, puesto que era nieto de Valentiniano III, y se sentía orgulloso de su origen. No sólo cesó la persecución contra el catolicismo, sino que, abandonando la tradición arriana de los vándalos, se hizo católico. Al mismo tiempo, comenzó a alejarse de los ostrogodos. Justiniano, haciendo honor a la siempre presente astucia diplomática bizantina, hizo de Hilderico un amigo muy próximo y del reino vándalo, un aliado (BARKER, 140).
[2]           Narra Procopio que Justiniano, habiendo escuchado atentamente los argumentos adversos a la expedición, vacilaba en su propósito cuando un obispo, procedente del Este, le dijo que Dios lo había visitado en un sueño, ordenándole que expresara al emperador que no había razones para temer llevar a cabo la tarea de proteger de la tiranía a los cristianos de Libia, ya que Él mismo se uniría a Justiniano en su lucha. Luego de oído esto, el emperador ya no tuvo dudas (I.10, 99).
[3]           Las razones de Justiniano para designar a Belisario han sido, en primer lugar, su reconocida capacidad militar, además de su buena relación con el emperador y su actuación decisiva en la revuelta Nika. Un autor, arrojando algunos interrogantes sobre lo decisivo de tales aspectos (opinión que no compartimos, en especial en cuanto relativiza los reconocidos méritos de Belisario), plantea dos razones adicionales para la designación que por cierto no carecen de interés: la primera, de orden lingüístico, Belisario hablaba latín, el idioma generalizado entre la población del reino vándalo, la que desconfiaba de los grecoparlantes. La segunda, vinculada con la anterior, era la actitud amigable de Belisario con respecto a los habitantes de los lugares ocupados, el buen comportamiento que exigía a sus tropas con respecto a aquellos y su actitud insobornable. “La idea era conquistar, no tener que enviar tropas una y otra vez para sofocar alzamientos” (HUGHES, 88). Belisario pronto dio prueba de ello, al día siguiente de su desembarco en tierra vándala, castigando a unos soldados que se habían apoderado de frutas sin permiso y sin pagarlas. Fue así como se fue ganando el apoyo nativo (PROCOPIO, I.16, 143).
[4]           De alguna manera el esquema guarda una lejana semejanza con el bataillon carré napoleónico, con la singularidad del mar y la flota en uno de los flancos.
[5]           Además de estas medidas de orden militar, tomó otras. La primera de ellas, fue la ejecución de Hilderico. Otra, la puesta a buen recaudo, a bordo de un buque listo para partir, del tesoro real. 

Próxima entrega
2b.De la formación del Imperio a las guerras de Justiniano (Parte III)
- Guerra Gótica. 
- Visigodos. 
- La frontera del Danubio.
- Fin del reinado de Justiniano I. 

© Rubén A. Barreiro 2015

2 comentarios:

  1. La habilidad de los vándalos para la navegación que se menciona, se debía a alguna innovación técnica o alguna táctica especial que hubieran desarrollado para el combate. Muy interesante el blog!. Gracias.

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  2. Al ocupar el sur de Hispania, en especial la provincia romana de Bética (coincidente con la actual Andalucía), los vándalos, que estaban recorriendo España desde su paso por los Pirineos entre setiembre y octubre de 409, se encontraron en una región “unida muy estrechamente con lazos económicos y sociales con las regiones marítimas de Mauritaria Tingitana [en el Norte de Africa, a un lado y otro del Estrecho de Gibraltar] y las islas Baleares”. Tal ocupación, que comprendía los puertos de Carthago Espartaria [actual Cartagena] dio a los vándalos “el control sobre la navegación que le permitía extender su autoridad sobre aquellas regiones”. De allí que no pueda atribuirse el interés de los vándalos por la navegación, y el éxito obtenido con la misma en su expansión, ni a innovaciones técnicas o tácticas especiales, sino a su determinación de usarla como un medio para extender su poder en la cuenca del Mediterráneo Occidental. Así, en 429, con Genserico al frente, cruzan los vándalos el estrecho de Gibraltar, atraídos tanto por “tremendas riquezas… como también por su poco importante militarización”. Diez años después, se apoderan de Cartago, teniendo a su disposición el astillero de Misuas, que les permite ampliar y modernizar su flota. Emprenden a partir de ese momento una serie de raids navales y van apoderándose de las Baleares, Sicilia, Cerdeña y Córcega. En 455 atacan y saquean Roma. Tal vez estas incursiones podrían configurar una táctica especial, una “marca de fábrica” de la flota vándala. Pero debe tenerse en cuenta un hecho relevante: la escasa presencia romana en el mar, cuya flota se limitaba a funciones de custodia costera y contra la piratería. La verdadera potencia naval que podía oponerse a los vándalos estaba en el Imperio Romano de Oriente, Bizancio, y el enfrentamiento de ambas flotas se produjo en 468, cuando los buques bizantinos de la expedición enviada por el emperador León I fueron destruidos en la batalla de Cabo Bon, sellando el fracaso de la incursión. Esta batalla fue notable por el uso extendido que hizo la flota vándala de los brulotes, en una de las primeras expresiones conocidas del empleo de estos buques incendiarios. Habría que esperar a la expedición de Belisario en 533 para ver el final del imperio vándalo, ya con su flota sin el esplendor de otrora. Pero eso, como diría Kipling, es otra historia, que he intentado reseñar en el post objeto de tu comentario. Te agradezco tu interés y el elogio. Espero que continúes con tus visitas al blog, así como la de tus amigos.

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