Las guerras de Bizancio y sus consecuencias territoriales (I)
Mg. Rubén A. Barreiro
2b. De
la formación del Imperio a las guerras de Justiniano (Parte II)
La recuperatio
imperii en ejecución. Como ya se ha dicho, Justiniano se había propuesto restaurar en su
grandeza el Imperio Romano, desalojando para ello a los bárbaros que se habían
enseñoreado en lo que había sido el Imperio de Occidente. En Italia, los
ostrogodos. En África del Norte, los vándalos. En buena parte de Galia, los
francos. En España los visigodos. Ya emprendidas las acciones para ello, en
abril de 536 y luego de caer Sicilia en manos del general Belisario, en una de
las Novelas, Justiniano incluye un
párrafo que es la declaración formal de su propósito. Dice allí: “Dios nos ha concedido la paz con los
persas, hacer de los vándalos, alanos y moros nuestros súbditos, y apoderarnos
de toda África y Sicilia, y tenemos buenas esperanzas que Él nos permitirá
establecer nuestro imperio sobre el resto del territorio que los romanos de
entonces dominaron de uno a otro océano y que perdieron por su negligencia” (EVANS,
The Age, 126).
Favorecía
este designio imperial, la situación en los territorios conquistados por los
bárbaros, en los que la población “había
conservado la memoria del imperio y miraban con impaciencia hacia
Constantinopla, a la espera de un libertador” (DIEHL, Justinian, 135). El mismo autor señala, como un aspecto
sorprendente, “que los mismos reyes
bárbaros aceptaban sin discusión las teorías de la ambición imperial. Ellos
también, estos jefes germanos fundadores de reinos, guardaban una profunda
veneración por ese imperio del que se distribuían los despojos” (137).
Vándalos,
visigodos y ostrogodos tenían en común, además de compartir reinos sobre el Mediterráneo
Occidental, el pertenecer al arrianismo, lo cual establecía una diferencia
sustancial tanto con respecto a Bizancio como con el sentimiento religioso de los pueblos que les
estaban sometidos. Vistos dese Constantinopla, todos ellos eran considerados
como naciones que sólo diferían en su denominación (MOORHEAD, 199). Como se
verá, en el caso de los vándalos la cuestión religiosa tuvo especial
relevancia.
Resuelto
el conflicto interno representado por la rebelión Nika, y alcanzada “la paz eterna” con los sasánidas. “…El
Emperador ya no sería meramente el custodio de las fronteras actuales: podría
ahora contragolpear decididamente para restaurar el honor y la extensión
territorial del antiguo Imperio Romano” (BARKER, 139).
La Guerra Vándala. Antecedentes. Pueblo de origen germánico
procedente del este europeo, donde ocupaban un territorio entre los ríos
Vístula y Oder, los vándalos acompañaron la migración generalizada hacia
Occidente de los pueblos bárbaros, llegando a España a comienzos del siglo
V. Allí lucharon con los visigodos y
adquirieron una habilidad que constituyó una rareza entre los pueblos bárbaros:
la navegación. Esto les permitió, en 429, cruzar el estrecho de Gibraltar, y diez
años más tarde ocupar Cartago. La captura de la ciudad “significó el punto de partida de una nueva era en el reino vándalo:
los años fueron calculados tomando como punto de partida a ese hecho” (SCHWARCZ,
54). Todo,
bajo el reinado de Genserico, que concluyó con Roma dos tratados, en 435 y 442.
Por este último, Roma reconoció la existencia plena del reino vándalo,
adjudicándose a este las tierras de Africa Proconsular (Zeugitana y Bizacena),
que constituían una zona productora de granos de extraordinaria fertilidad, así
como la Numidia del Este (MERRILL-MILES, 63).
Pronto,
el reino vándalo se extendería a Sicilia, Córcega, Cerdeña y las islas
Baleares, merced a su poderosa flota. El saqueo de Roma por Genserico en 455
marcó “el clímax de la política exterior”
vándala (MERRILL-MILES, 57, 117). Ya hemos visto, en el punto 2., cómo la
expedición bizantina enviada por el emperador León I en 468 fracasó en su
intento de doblegar a los vándalos.
Justiniano decide atacar al reino vándalo. Liberado el emperador de los
conflictos internos y externos, decidió comenzar su obra de recuperación imperial.
El reino vándalo, dadas ciertas condiciones que indicaban que estaba declinando
en su poderío, sería el primero en ser atacado.
El casus belli para la puesta en marcha de
la operación fue el derrocamiento del rey vándalo Hilderico por Gelimer, primo
suyo. Hilderico tenía una relación muy estrecha con Justiniano, quien decidió
intervenir [1].
Por
cierto, los vándalos “ya no eran los
peligros enemigos de antes”, entre otras razones por la lucha constante que
presentaban las tribus beréberes y las disidencias con los ostrogodos
(VASILIEV, 111).
No fue sin disensiones por
parte de sus consejeros que Justiniano tomó aquella decisión, tal como Procopio
lo relata con gran detalle (I.10, 93). Quienes se mostraron más adversos al
plan fueron, por un lado, los recaudadores de impuestos, y por el otro, muchos
soldados, que hacía poco había regresado de “la
larga y dura guerra” con los sasánidas y “que aún no habían disfrutado a pleno de las delicias del hogar”,
se mostraban en desacuerdo con la idea de una expedición marítima, “algo que no habían aprendido ni siquiera
por tradición”. Como fuere, Justiniano insistió en su proyecto [2], para lo cual ya había
convocado al general Belisario [3].
Más allá de lo místico, se
daban ciertas circunstancias en el reino vándalo que mostraban que la ocasión era favorable por un
ataque. Algunas de ellas han sido referidas precedentemente, a las que deben
agregarse dos rebeliones que estallaron casi simultáneamente contra Gelimer. La
primera de ellas en Libia (Trípoli), la segunda en Cerdeña. Esta última, en
especial, era importante, ya que estaba encabezada por el gobernador de la isla,
Godas, que había tomado tal camino sabiendo que el designio de Justiniano era
enviar la expedición a África del Norte. Para Gelimer era una situación que
exigía una pronta intervención militar contra el rebelde, enviando a su hermano
Tzasos al frente de un poderoso ejército, que de tal forma era restado de la
fuerza defensiva que podría encontrar Belisario al desembarcar.
La fuerza expedicionaria. Las fuerzas al mando de
Belisario comprendían diez mil hombres de infantería y cinco mil de caballería,
a los que se agregaron dos grupos de mercenarios: 400 hérulos y 600 hunos y la
guardia personal de Belisario, lo que llevaría el contingente a unos 17.000
hombres. A estos deben agregarse dos mil
soldados-marineros de Constantinopla, que habían sido entrenados para luchar,
aunque durante la travesía se harían cargo de los remos. La flota que los
transportaría sumaba 500 buques de transporte y 92 de guerra. Esta flota estaba
tripuladas por 30.000 hombres y transportaba una gran cantidad de caballos y
pertrechos de toda índole.
Belisario
tenía el mando supremo de la operación, y le estaban subordinados Calonimus de
Alejandría al frente de la flota y Arquelaus a cargo de la logística. La flota
zarpó en junio de 533 y luego de tres meses de navegación por el Mediterráneo,
travesía durante la cual se dieron diferentes alternativas (BARREIRO, 31/32),
arribó a Caput Vada, actual Ras Kaboudia, en el actual territorio de Túnez, a
unos 200 kilómetros y cinco días de marcha de Cartago.
Travesía del ejército bizantino, con indicación de las etapas |
Desembarco y marcha hacia Cartago. Pocos días después de arribar, el ejército
bizantino comenzó su marcha hacia Cartago, siguiendo un camino cercano a la
costa. Su desplazamiento era seguido por la flota, que protegía su flanco
derecho (no debe olvidarse que uno de las fuerzas más poderosas del reino
vándalo era su flota, cuya intenvención no podía descartarse). “Es así que el componente naval de la
expedición pasa de ser un elemento de transporte, al apoyo directo de las
operaciones terrestres” (BARREIRO, 39). El dispositivo de marcha adoptado
por Belisario era inteligente: una vanguardia de 300 hombres a 30 kilómetros de
la fuerza principal y a igual distancia hacia la retaguardia de esta, Belisario
con sus mejores tropas. Sobre su flanco izquierdo, una fuerza de 600 hunos
protegía el avance principal [4].
Cuando
Gelimer, el rey vándalo y reputado conductor militar, supo del desembarco de la
fuerza bizantina -cuatro días después de ocurrido-, adoptó con rapidez varias
medidas, siendo la principal de ellas la reunión de tropas procedentes de Cartago
en las proximidades del desfiladero de Ad Decimun [5].
Allí se reunirían con las mandadas por el propio Gelimer, quien desde Hermione
avanzaba hacia el norte en una trayectoria paralela a la de las tropas
bizantinas. La flota, frente al obstáculo del Cabo Bon, debió apartarse del
rumbo paralelo que venía siguiendo, ordenando Belisario que se dirigiera hacia
Cartago, anclando frente a la ciudad.
La batalla de Ad Decimun. El 13 de septiembre de 533
tuvo lugar la batalla de Ad Decimun, donde 15000 bizantinos se enfrentaron a 12000 vándalos (estos se repartían entre
quienes venían desde el Norte –Cartago-, entre seis y siete mil y los
procedentes del Sur, de 5000 a 6000 hombres. En el comienzo mismo del
encuentro, las columnas norte y sur de los vándalos fueron derrotadas y muertos
sus jefes. No obstante, Gelimer logró apoderarse de una altura que constituía
un punto importante para el desarrollo de la batalla. Pero ante ello, Gelimer,
que tenía a su disposición una alternativa que podría darle el triunfo (la persecución
de las tropas bizantinas que se replegaban desordenadamente o dirigirse hacia
Cartago, donde se haría fuerte y entraría en acción su flota contra la
bizantina), optó por descender de la colina, esperando encontrarse con las
fuerzas venidas de Cartago, pero estas habían sido vencidas y el jefe de ellas,
su hermano Ammatus, muerto. Ante esto, y ataca a las fuerzas bizantinas próximas a la colina, en la creencia de que se trataba del resto del ejército bizantino, pero en ese momento apareció la fuerza de
Belisario, quien atacó a Gelimer por la retaguardia, obligándolo a retirarse
hacia el Oeste y quedando dueño del campo y con el camino que conducía hacia
Cartago sin oposición alguna.
Ocupación de Cartago. La entrada de Belisario y sus
hombres en Cartago fue aclamada por la mayoría de la población. La tropa había
recibido órdenes aún más severas de respetar la vida y bienes de sus
habitantes (esto contrastaba con la actitud de Calonimus, quien, desoyendo la orden expresa de anclar frente a Cartago, lo hizo más allá, desembarcando y saqueando varias propiedades). Belisario ordenó comenzar de inmediato los trabajos para la restauración y refuerzo de
las murallas de la ciudad, con la finalidad inmediata de protegerla contra
posibles ataques vándalos, que merodeaban en las cercanías. Y con la mirada
puesta en futuras operaciones, para las que la ciudad oficiaría como base (especialmente, la planificada invasión de Sicilia, con la que continuaría la restauración imperial).
La batalla de Tricamarum. Fin del reino
vándalo. A
unos treinta kilómetros de Cartago estaban acampados los vándalos mandados por
Gelimer, quien había recibido el refuerzo de las tropas de su hermano Tzasos,
que había vuelto de Cerdeña tras haber derrotado a los rebeldes a los que
había apoyado Justiniano. En el lugar corría un pequeño curso de agua, el Tricamarum.
El 15 de diciembre de 533 tuvo lugar la batalla que lleva ese nombre. Hasta
allí llegó la caballería bizantina al mando de Juan el Armenio, entablándose el combate con la caballería vándala conducida por Tzazos. Una y otra
vez se sucedieron los ataques, siempre con la caballería de ambos bandos
empeñada en la lucha, sin que participaran tropas de infantería. El arroyuelo
fue atravesado en varias oportunidades, hasta que Belisario advirtió que, pese
a la resistencia vándala, cuando su centro era atacado, las alas permanecían en
una posición pasiva sin participar en apoyo del sector atacado. Concentró
entonces una gran masa que atacó nuevamente el centro, que cedió (ya muerto
Tzasos), y ante el desbande del mismo, sus alas hicieron lo propio. Las tropas
bizantinas iniciaron la persecución que sólo se detuvo al llegar al campamento
enemigo, pero Belisario, quizás rememorando lo ocurrido años antes en Callinicum, se
abstuvo de atacar ante el retraso de su infantería. De todos modos, cuando la
gente de Gelimer advirtió que este huía con su familia, hizo lo propio,
abandonando el campamento al adversario. Poco después, el rey vándalo fue
apresado y enviado a Constantinopla, junto con dos mil de sus soldados. Allí
fue recibido con consideración y hasta su muerte gozó de un buen trato.
El conflicto se prolonga hasta 548. Pese a la aplastante derrota de
los vándalos, la paz estuvo lejos de alcanzarse en el que había sido su
territorio. Las tribus beréberes, que los habían enfrentado durante muchos años, aunque se habían mantenido al margen del enfrentamiento entre
vándalos y bizantinos, con la derrota de Gelimer se mostraron decididos a disfrutar
para sí mismos los frutos de la victoria de Belisario (BARKER, 144) reanudando
sus ataques sobre los nuevos ocupantes. Nómades, los beréberes constituían un
adversario difícil de vencer, por lo que los gobernadores bizantinos
construyeron rápidamente una serie de fortalezas para hacerles frente
(MOORHEAD, 203). También se sucedieron amotinamientos y rebeliones entre las
tropas bizantinas, hasta que finalmente, en
548, Juan Troglita, enviado por el emperador para hacerse cargo de la
situación, venció a los beréberes en la batalla de Campo de Cato, donde fue
muerto el cabecilla de los rebeldes, Carcasan, junto con muchos de sus
oficiales. Esto puso fin a la rebelión, comenzado un prolongado periodo de paz. La ocupación bizantina se extendió hasta la fortaleza de Septum, sobre el estrecho de Gibraltar, a la que Belisario había enviado parte de sus fuerzas en un movimiento táctico destinado a disuadir cualquier intento visigodo de acudir en auxilio de los vándalos (BARKER, 138).
Bibliografía
Arranz Guzmán, Ana, Desintegración del Imperio romano, en Historia Universal de la Edad Media, coord.
Vicente A. Alvarez Palenzuela, Ariel Historia, Barcelona, 2002.
Barker, John W., Justinian and the Later Roman Empire, University of Wisconsin Press, Madison, 1966.
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Barreiro, Rubén A., Una lejana operación conjunta, Visión
Conjunta, (Revista de la Escuela Superior de Guerra Conjunta. Fuerzas Armadas
de la República Argentina), Año 3, N° 5, 2011, págs. 34/43.
Diehl, Charles, Byzance. Grandeur et Décadence, Flammarion,
París, 1919. Citado como Byzance.
- Justinian et la
civilization bizantine au VIe siècle,
Ernest Leroux, París, 1901. Citado
como Justinian.
Evans, J.A.S., The Age of Justinian. The circunstances of
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Hughes, Ian, Belisarious. The Last Roman General,
Westholme Publishing, Yardley, 2009).
Merrill, Andy y Miles, Richard,
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2010.
Moorhead, John, Western approaches (500-600), en The Cambridge
history of the Byzantine Empire c. 500–1492, ed.
Jonathan Shepard, Cambridge University Press, Cambridge, 2008.
Procopio de Cesárea, History
of the Wars, Libros III-IV, The Vandalic War, William Heidemann, Londres,
1916. Disponible en https://archive.org/stream/ procopiuswitheng02procuoft#page/n5/mode/2up.
Schwarcz, Andreas, The Settlement of the Vandals in North
Africa, en Vandals, Romans and
Berbers: New Perspectives on Late Antique North Africa, ed. A. H. Mirrells,
Ashgate Publishing, Aldershot, 2004.
[1] Hilderico tenía sangre romana, puesto
que era nieto de Valentiniano III, y se sentía orgulloso de su origen. No sólo
cesó la persecución contra el catolicismo, sino que, abandonando la tradición
arriana de los vándalos, se hizo católico. Al mismo tiempo, comenzó a alejarse
de los ostrogodos. Justiniano, haciendo honor a la siempre presente astucia
diplomática bizantina, hizo de Hilderico un amigo muy próximo y del reino
vándalo, un aliado (BARKER, 140).
[2] Narra Procopio que Justiniano,
habiendo escuchado atentamente los argumentos adversos a la expedición,
vacilaba en su propósito cuando un obispo, procedente del Este, le dijo que
Dios lo había visitado en un sueño, ordenándole que expresara al emperador que
no había razones para temer llevar a cabo la tarea de proteger de la tiranía a
los cristianos de Libia, ya que Él mismo se uniría a Justiniano en su lucha.
Luego de oído esto, el emperador ya no tuvo dudas (I.10, 99).
[3] Las razones de Justiniano para
designar a Belisario han sido, en primer lugar, su reconocida capacidad
militar, además de su buena relación con el emperador y su actuación decisiva
en la revuelta Nika. Un autor, arrojando algunos interrogantes sobre lo
decisivo de tales aspectos (opinión que no compartimos, en especial en cuanto
relativiza los reconocidos méritos de Belisario), plantea dos razones
adicionales para la designación que por cierto no carecen de interés: la
primera, de orden lingüístico, Belisario hablaba latín, el idioma generalizado
entre la población del reino vándalo, la que desconfiaba de los grecoparlantes.
La segunda, vinculada con la anterior, era la actitud amigable de Belisario con
respecto a los habitantes de los lugares ocupados, el buen comportamiento que
exigía a sus tropas con respecto a aquellos y su actitud insobornable. “La idea era conquistar, no tener que enviar
tropas una y otra vez para sofocar alzamientos” (HUGHES, 88). Belisario
pronto dio prueba de ello, al día siguiente de su desembarco en tierra vándala,
castigando a unos soldados que se habían apoderado de frutas sin permiso y sin
pagarlas. Fue así como se fue ganando el apoyo nativo (PROCOPIO, I.16, 143).
[4] De alguna manera el esquema guarda una
lejana semejanza con el bataillon carré napoleónico,
con la singularidad del mar y la flota en uno de los flancos.
[5] Además de estas medidas de orden
militar, tomó otras. La primera de ellas, fue la ejecución de Hilderico. Otra, la puesta a buen recaudo, a bordo de un buque listo para partir, del tesoro real.
Próxima entrega
2b.De la formación del Imperio a las guerras de Justiniano (Parte III)
- Guerra Gótica.
- Visigodos.
- La frontera del Danubio.
- Fin del reinado de Justiniano I.
Próxima entrega
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- Guerra Gótica.
- Visigodos.
- La frontera del Danubio.
- Fin del reinado de Justiniano I.
La habilidad de los vándalos para la navegación que se menciona, se debía a alguna innovación técnica o alguna táctica especial que hubieran desarrollado para el combate. Muy interesante el blog!. Gracias.
ResponderEliminarAl ocupar el sur de Hispania, en especial la provincia romana de Bética (coincidente con la actual Andalucía), los vándalos, que estaban recorriendo España desde su paso por los Pirineos entre setiembre y octubre de 409, se encontraron en una región “unida muy estrechamente con lazos económicos y sociales con las regiones marítimas de Mauritaria Tingitana [en el Norte de Africa, a un lado y otro del Estrecho de Gibraltar] y las islas Baleares”. Tal ocupación, que comprendía los puertos de Carthago Espartaria [actual Cartagena] dio a los vándalos “el control sobre la navegación que le permitía extender su autoridad sobre aquellas regiones”. De allí que no pueda atribuirse el interés de los vándalos por la navegación, y el éxito obtenido con la misma en su expansión, ni a innovaciones técnicas o tácticas especiales, sino a su determinación de usarla como un medio para extender su poder en la cuenca del Mediterráneo Occidental. Así, en 429, con Genserico al frente, cruzan los vándalos el estrecho de Gibraltar, atraídos tanto por “tremendas riquezas… como también por su poco importante militarización”. Diez años después, se apoderan de Cartago, teniendo a su disposición el astillero de Misuas, que les permite ampliar y modernizar su flota. Emprenden a partir de ese momento una serie de raids navales y van apoderándose de las Baleares, Sicilia, Cerdeña y Córcega. En 455 atacan y saquean Roma. Tal vez estas incursiones podrían configurar una táctica especial, una “marca de fábrica” de la flota vándala. Pero debe tenerse en cuenta un hecho relevante: la escasa presencia romana en el mar, cuya flota se limitaba a funciones de custodia costera y contra la piratería. La verdadera potencia naval que podía oponerse a los vándalos estaba en el Imperio Romano de Oriente, Bizancio, y el enfrentamiento de ambas flotas se produjo en 468, cuando los buques bizantinos de la expedición enviada por el emperador León I fueron destruidos en la batalla de Cabo Bon, sellando el fracaso de la incursión. Esta batalla fue notable por el uso extendido que hizo la flota vándala de los brulotes, en una de las primeras expresiones conocidas del empleo de estos buques incendiarios. Habría que esperar a la expedición de Belisario en 533 para ver el final del imperio vándalo, ya con su flota sin el esplendor de otrora. Pero eso, como diría Kipling, es otra historia, que he intentado reseñar en el post objeto de tu comentario. Te agradezco tu interés y el elogio. Espero que continúes con tus visitas al blog, así como la de tus amigos.
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