En la página FUEGO Y MANIOBRA encontrará la Introducción y capítulos referidos a la guerras en la Edad Media, de la obra del mismo nombre del Dr. Mg. Jorge A.Vigo

23 de junio de 2017

Textos de historia militar medieval

LAS REVOLUCIONES MILITARES DE LA GUERRA DE LOS CIEN AÑOS

Clifford F. Rogers

The Military Revolution Debate”, Editor Clifford J. Rogers, Westview Press, Boulder,Colorado, 1995. Capítulo 3

NOTA. La llamada * corresponde a comentarios de quien traduce. 

LA REVOLUCIÓN DE LA ARTILLERÍA (Segunda Parte)



Sobre lo base de lo relatado previamente, puede decirse que una revolución ocurrió en el arte de la guerra hacia 1420-1430, cuando la preponderancia de la defensa en la guerra de sitio, que llevaba siglos de duración, fue destronada por la artillería. ¿Cuál fue la naturaleza de tal revolución?


A primera vista, las descripciones contemporáneas de la campaña de 1450 podría llevar a los historiadores a atribuir el increíble éxito francés al sistema “vaubanesque” * de guerra de sitio. 

*          El mariscal Vauban, que vivió doscientos años después de estos acontecimientos, es un célebre ingeniero constructor de numerosas fortalezas, la mayoría de las cuales se conservan casi intactas. También desarrolló un Método para el asedio de plazas fuertes, habiendo dirigido nada menos que 47 de ellos. El llamado estilo Vauban es al que hace referencia el autor.

No existen dudas acerca de que los métodos de los hermanos Bureau ** fueron admirables, espectaculares y contribuyeron significativamente al éxito de la artillería francesa a mediados del siglo quince. Sin embargo, un relato del sitio de Harfleur, escrito en 1416-17, ya describe el mismo método de aproximación y bombardeo de posiciones protegidas. Por lo tanto, debemos observar en otras partes desarrollos que posibilitaron que la artillería de 1450 derribara las murallas de las fortalezas más poderosas.

*        Jean y Gaspard Bureau reorganizaron la artillería de campaña francesa durante la última etapa de la Guerra de los Cien Años, basándose especialmente en los cañones, cuya utilización revolucionaron ya que no sólo se destinaron a los sitios sino también fueron usados decisivamente en batallas campales. Los principales adelantos fueron la estandarización de los calibres y la fabricación de cañones con hierro fundido en lugar de hierro forjado. La batalla de Castillon, librada en 1455, en la que la artillería francesa  tuvo un rol esencial, selló la derrota definitiva de los ingleses en aquella guerra.

Se ha argumentado que el diseño de los cañones permaneció esencialmente inalterado hasta bien entrado el siglo quince y que los avances más importantes fueron realizados por los pioneros de la artillería, Jean y Gaspard Bureau, siendo designado el primero de ellos Gran Maestre de la Artillería Francesa (Grand Maître de l’Artillerie de France), hacia 1440. Sin embargo, los cañones se desarrollaron lenta pero firmemente a través de todo el siglo quince y muy rápidamente en los primeros años del siglo dieciséis. Ciertamente, los desarrollos en el diseño de los cañones más críticos con relación a la Revolución de la Artillería, aparecieron en los años 1400-1430. Estos desarrollos incluyeron cambios en el diseño y fabricación de los cañones, en los métodos de carga y en la fórmula de la pólvora usada en los mismos.

Probablemente el más importante de estos desarrollos fue el alargamiento del ánima de los cañones. En 1400 las bombardas más grandes tenían un ánima cuya longitud era de 1 a 1,5 veces el diámetro de los proyectiles que disparaba. A más tardar en 1430, la relación creció a 3 a 1 ó más. Adicionalmente al incremento de la precisión del disparo (haciendo posible concentrar una gran cantidad de disparos sobre un área reducida), la nueva relación aumentó el tiempo durante el cual la presión de la pólvora propelente al inflamarse aceleraba el proyectil, y esto incrementaba significativamente la velocidad inicial del proyectil. Teniendo en cuenta que la energía cinética de la bala está en función del cuadrado de su velocidad, esto se traduce en un aumento de la eficacia de las nuevas armas. Como advirtieron los artilleros de la época, también hubo con ello un aumento del alcance de las armas.

El alargamiento del ánima de las bombardas tuvo un efecto secundario igualmente importante. En los primeros años del siglo quince, con las bombardas todavía de ánima corta, debía usarse para su carga un procedimiento más bien complicado. Los servidores del cañón llenaban la recámara * con pólvora unas tres quintas partes de la longitud del ánima; el quinto siguiente se dejaba sin relleno y el restante lo ocupaba un tapón de madera blanda que cerraba exactamente la salida de la cámara. Entonces el proyectil se ponía en el ánima fijado con cuñas de madera blanda. Finalmente, para obtener el sellado más ajustado (para reducir la pérdida de presión por resistencia) se colocaba barro húmedo mezclado con paja, dejando que se secara. Después del disparo, antes de volver a cargarla, era necesario dejar que la bombarda se enfriara[1]. Lo complejo del procedimiento hacía que el disparo fuera tan lento que un maestro artillero, que había logrado el hecho remarcable de disparar su bombarda tres veces en un mismo día, logrando hacer blanco en todas las ocasiones, fue forzado a peregrinar desde Metz hasta Roma, debido a que se creyó que “sólo podía estar asistido por el diablo”[2].

*           El ánima de la bombarda tenía dos secciones: el ánima propiamente dicha y la “recámara de la pólvora”. En esta última se cargaba la pólvora y el proyectil entraba en el ánima hasta hacer contacto con la boca de la recámara. El diámetro interior de esta (su “calibre”), era inferior al del ánima.

Los cañones con ánimas más largas amenguaron este problema. Siendo que la bala estaba bajo la presión de los gases procedentes de la combustión de la pólvora durante más tiempo, podía aceptarse algo más de pérdida de la misma por efecto de la resistencia, con lo que se prescindió del sellado de barro húmedo. Esto permitió una cadencia de fuego mayor.

En la medida que cañones de esta clase se hicieron más comunes, hubo un cambio importante en el proceso usado para fabricarlos. A finales del siglo catorce, las ánimas de las grandes bombardas de hierro se hacían bien forjando una gran plancha de hierro alrededor de un cilindro, o bien enrollando en espiral una cinta de hierro, formando un cilindro de la misma forma que los espirales de un resorte. De todos modos, estos métodos no podían mejorar más allá de cierto punto. En algún momento de los primeros años del siglo quince, probablemente hacia 1420, los armeros desarrollaron una nueva técnica que haría posible que lograr grandes cañones con ánimas largos: los hicieron con largas duelas de hierro, colocadas en su lugar alrededor de un núcleo de madera cilíndrico, reforzadas con bandas de hierro al rojo-blanco, martilladas contra el núcleo como si fueran los zunchos de un barril. Los zunchos o bandas, al enfriarse, unían las duelas firmemente entre sí.  



*           Un ejemplo de bombarda construida con duelas, la llamada Pumhart von Steyr, actualmente en el Museo Histórico del Ejército, en Viena. Se observa en la boca de la bombarda   como sobresalen los extremos de las duelas, así como los zunchos en la superficie exterior del ánima. Su calibre era de 820 mm y disparaba balas de piedra de 80 cm de diámetro y 1.500 libras de peso (680 kg), a 600 metros de distancia, con una elevación de 10º y una carga de pólvora de 15 kg (se ve a la izquierda uno de los proyectiles). Pesaba unas ocho toneladas y la pieza tenía una longitud de 259 cm y el ánima 144 cm.

Aproximadamente en la misma época, una innovación metalúrgica hizo menos costosa la enorme cantidad de hierro usado en estos procesos: la adición de piedra caliza al fundido durante el proceso de refinamiento del mineral de hierro... El procedimiento logró producir mayor cantidad de hierro a partir una cantidad dada de mineral, con lo que su costo se abarató. Entretanto, como la fabricación de grandes cañones de hierro se hizo más rutinaria, los servicios de los forjadores fueron menos onerosos. El costo de un cañón -cuyo precio estaba en relación directa con su peso- cayó significativamente (alrededor de un tercio) como resultado de estos cambios.

Más o menos simultáneamente con estos desarrollos, un cambio importante tuvo lugar en un área relacionada con los mismos: la fabricación de pólvora. Alrededor de 1400, comenzaron a aparecer fórmulas de pólvora que parecían acercarse a la proporción ideal de salitre (nitrato de potasio), azufre y carbón [3]. Pero entonces, en la segunda década del siglo, pareció que la ciencia de la fabricación de pólvora dio un paso atrás, apartándose significativamente de las proporciones “ideales”. Considerando el elevado costo de la pólvora, parece extraño que los artilleros adoptaran una forma de la misma menos efectiva. La explicación de esta aparente paradoja reposa sobre una todavía nueva técnica: el granulado de la pólvora. Aunque existen evidencias de que los ingleses podrían haber utilizado este procedimiento ya en 1372, parece que el mismo no fue usado en el Continente sino hacia 1410, y diez años más tarde se había generalizado. Los componentes de la pólvora se mezclaban húmedos * y se secaban formando granos. Esto implicaba una serie de ventajas sobre la pólvora usada hasta entonces, cuyos componentes se mezclaban y cribaban secos. Los elementos cribados de la pólvora tendían a separarse mientras eran transportados, en tanto la pólvora granulada no sufría tal deterioro. Lo más importante era que la estructura de la pólvora granulada permitía que el proceso de encendido tuviera lugar principalmente entre los granos, más bien que dentro de los mismos, con lo cual se aceleraba el proceso de transformación del estado sólido al gaseoso [4]. Algunos maestros armeros de la época sostenían que la pólvora granulada era tres veces más poderosa que aquella con sus ingredientes cribados en seco.

*       Para ello se usaba vino o alcohol.
 
Pese a ello, aparecía un problema: el marcado incremento de la presión en la recámara del arma tornaba posible que hiciera estallar el cañón en lugar de aumentar su efectividad [5]. Esto que resulta fácilmente comprensible, explica el cambio en las proporciones “ideales” de los componentes de la pólvora: la pólvora granulada con menos salitre era no sólo más barata sino más poderosa que la pólvora cribada de proporciones “perfectas” entre sus componentes, pero no tanto más poderosa como para poner en peligro la integridad del cañón.

En consecuencia, entre 1440 y 1430, una serie completa de innovaciones interconectadas incrementaron sinérgicamente el poder y la eficacia de la artillería. El desarrollo del método de las duelas zunchadas hizo posible que aun los cañones más grandes tuvieran ánimas más largas, cuya adopción aumentaba la seguridad, el poder y la cadencia de fuego. El nuevo procedimiento de procesado del hierro y la creciente habilidad de los maestros armeros, posibilitaron un abaratamiento de los cañones y la pólvora granulada hizo que su uso fuera más poderoso y de menor costoso. La cantidad y tamaño de los cañones en uso aumentaron rápidamente. Todos estos elementos, en conjunto, invirtieron la centenaria superioridad de la defensa en la guerra de sitio, llevando a la destrucción las murallas de los castillos medievales.

Otros mejoramientos importantes tuvieron lugar en los años 1450 a 1470, incluyendo la adopción generalizada de la cureña de dos ruedas, los muñones y las balas de hierro. Las grandes bombardas fueron dando paso a cañones más pequeños, baratos y transportables, particularmente los de avancarga fundidos en bronce. Sin embargo, por importantes que puedan haber sido los últimos cambios desde el punto de vista técnico, fueron las primeras innovaciones las que tuvieron la mayor importancia para la conducción real de las operaciones, como lo muestra el análisis de los sitios en los años 1410 a 1430, según se ha reseñado más arriba.







[1]           Los fowlers y otros cañones más pequeños, generalmente tenían ánimas largos, con cámaras de pólvora de quita y pon, que tenían la forma de “jarras de cerveza”, de las cuales cada cañón estaba con dos o más. Esto permitía que el cañón se cargara por la culata, no siendo necesario fijar el proyectil con cuñas ni usar sellados. Las cámaras podían mantenerse cargadas y ser reemplazadas sin aguardar a que el cañón se enfriara completamente. Por lo tanto, su cadencia de fuego era muy alta.
[2]           Unas pocas evidencias muestran que podían dispararse entre seis y ocho proyectiles por día con grandes bombardas con ánimas cortos.
[3]           La mezcla ideal es de aproximadamente 75% de salitre, 12% de azufre y 13% de carbón. Una fórmula ampliamente usada hacia 1400 era de 71%, 13% y 16%, respectivamente.
[4]           La más rápida transformación en gas significa que una mayor fuerza explosiva se producía antes de que el proyectil abandonara el ánima, aplicándose en consecuencia sobre el mismo.
[5]           En cualquier caso, el estallido del cañón era bastante común. En el sitio de Aberiswyth en 1408, por ejemplo, los ingleses perdieron sus dos grandes cañones “Neelpot” y “Messager” así como dos pequeños cañones, poco después estalló el “Kyngesdoghter” en Harlech. 

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