En la página FUEGO Y MANIOBRA encontrará la Introducción y capítulos referidos a la guerras en la Edad Media, de la obra del mismo nombre del Dr. Mg. Jorge A.Vigo

20 de abril de 2018


Esto se dijo…

“¿Qué habrías hecho si fuese vuestro prisionero?”, pregunta el sultán seljuk Alp Arslan, vencedor en la batalla de Mantzikert…
“”Hubiera sometido vuestro cuerpo a grandes torturas…, responde Romanus IV Diógenes, emperador bizantino vencido.
“¡Pero yo no imitaré vuestra dureza y vuestra crueldad!”, respondió el seljuk.

En la batalla de Mantzikert, librada el 19 o el 26 de agosto de 1071 -no hay acuerdo entre los historiadores sobre el dato- se enfrentaron los ejércitos del Imperio Romano de Oriente, Bizancio, al mando del emperador Romanus IV Diógenes y el de los turcos seljuks, conducido por el sultán Alp Arslan.  Este quedó dueño del día y del campo, obteniendo una victoria que tuvo enorme trascendencia, como lo han destacado diferentes historiadores:  “una de las más grandes derrotas de Bizancio en el curso de su historia” (Bréhier); “momento decisivo de la historia bizantina” (Cheynet); “su resultado debilitó para siempre un gran imperio” (Carey); “ninguna de las derrotas sufridas por Bizancio ha tenido tan desastroso resultado” (Oman)…


Como se desprende de las opiniones que anteceden y de muchas más en el mismo sentido, Mantzikert ha pasado a la historia por diferentes razones. Pero nos detendremos en uno de los rasgos de la batalla, quizá de alcance menor frente a sus proyecciones en la historia, pero que hace a la frase que encabeza este trabajo. Claude Cahen dijo sobre Mantzikert: “Una batalla que ha sido embellecida por la leyenda, pero que siempre ha sido fascinante debido a que fue el primer encuentro  en siglos entre un emperador bizantino y un soberano musulmán de similar jerarquía”  y este rasgo se potencia si como consecuencia de la victoria, también por primera vez un emperador bizantino es prisionero de un soberano musulmán.

Como suele ocurrir con respecto a los acontecimientos históricos de la época, existen múltiples versiones de lo ocurrido, aunque sólo Michael Attaleiates, jurista muy próximo a Romanus, estuvo presente en la batalla y durante los sucesos posteriores, en especial los vinculados con la relación entablada entre ambos soberanos, los cuales se narran en su Historia. En general, en este trabajo hemos seguido su relato, aunque haremos mención de algunas otras fuentes tales como el armenio Mateo de Edesa, el bizantino Nicephorus Bryennius y el árabe Ibn al-Jawzi (en el texto referidos como ME, NB e IJ, respectivamente).

Romanus es hecho prisionero... Attaleiates relata los últimos momentos de Romanus como conductor del ya derrotado ejército bizantino: “… el enemigo rodeó al emperador  aunque no le fue fácil capturarlo, en tanto era un guerrero que había enfrentado muchos peligros. Se defendió con denuedo, matando a muchos de sus atacantes, pero hacia el final fue herido en una mano. Su caballo había sido alcanzado por las flechas por lo que debió combatir de pie.  Hacia el atardecer, cansado, se rindió y -¡oh, sufrir tal ignominia!- fue hecho prisionero…”. Ibn al-Jawzi refiere que el emperador fue apresado por un esclavo: “… lo ataqué” [cuenta el ghulām], no reconociéndolo, lo rodeaban diez jóvenes sirvientes. Uno de ellos me dijo ‘no lo mates porque es el rey’, por lo que lo tomé prisionero y lo llevé a nuestro campo”.

Romanus es herido y hecho prisionero
…y llevado ante el sultán… Al ser informado de la presencia de Romanus entre los prisioneros, el sultán  recibió la noticia con “una alegría sin límites” pero también con cierto recelo, ya que, como lo apunta Attaleiates, la noticia “era demasiado buena para ser cierta”. Por ello, a la mañana siguiente, cuando Romanus le fue presentado, vestido con “la simple vestimenta militar”, y encadenado (ME, IJ, NB) el sultán continuó dudando y exigiendo pruebas sobre la identidad del prisionero. Así, mandó llamar a un esclavo, Shadhi, que había estado ante el emperador en las negociaciones que precedieron a la batalla, quien al ver al emperador exclamó “¡es él!”. El sultán terminó de convencerse cuando uno de los prisioneros presentes, el armenio Nikephoros Basilakes (uno de los comandantes bizantinos, “intrépido aunque insensato” -NB-), al ver al emperador se arrodilló ante él, llorando.

…el trato al prisionero, entre los rituales tradicionales y la magnanimidad… Romanus compareció ante el sultán encadenado (ME) o con una soga rodeando su cuello (NB, IJ). La tradición imponía un castigo simbólico, así, el sultán asestó a Romanus tres o cuatro golpes con sus manos y otras tantas patadas (IJ). Satisfecha la tradición, refiere Attaleiates que el sultán se puso de pie y abrazó al emperador, diciéndole:  “¡Oh emperador!, no temáis y por sobre todo confiad en que no sufriréis castigo corporal alguno y que, por el contrario, seréis tratado de acuerdo con vuestra alta investidura”.  Y así los antiguos adversarios pasaron ocho días durante los cuales compartieron conversaciones y comidas, durante las cuales el sultán “jamás pronunció palabra ofensiva alguna ni formuló comentarios sobre posibles falencias del emperador durante la campaña”. Fue de esta manera, “que el sultán mostró una moderación de la que nadie había imaginado que sería capaz” -NB-.

… acerca del diálogo entre el sultán y el emperador… no existe acuerdo entre los historiadores sobre el momento en que se produce el diálogo que encabeza este trabajo. Attaleaites refiere que se produjo durante las amenas conversaciones entre ambos soberanos, en tanto Ibn al-Jawzi expresa que el diálogo se dio durante su primer encuentro (es de suponer que habrá sido después de los golpes tradicionales). Sí es interesante la versión del árabe sobre el contenido de lo dicho. “Si hubiera caído en vuestras manos, que habrías hecho?”, pregunta el turco. “Algo infame”, responde Romanus. Y la singular respuesta de Alp Arslan: “Él ha hablado con la verdad, ¡por Dios!, si hubiera dicho otra cosa, estaría mintiendo. Este es un hombre inteligente y fuerte. No sería justo matarlo”.

Sin olvidar que Attaleiates fue un testigo presencial, lo cual da a su versión una mayor credibilidad, comparando una y otra réplica del sultán a lo dicho por Romanus y teniendo en cuenta que la intención manifiesta de Alp Arslan era negociar con el emperador su liberación (el sultán consideraba a su cautivo como un valioso recurso diplomático, como lo expresa con acierto David Nicolle), parece más creíble la versión de Ibn al-Jawzi en tanto se elogia la sinceridad del emperador y se destacan sus virtudes de hombre inteligente y fuerte, que la del primero, cuando el sultán asume una postura arrogante y descalificadora de su adversario. 

… la magnanimidad de Alp Arslan da sus frutos…  Siempre sobre la base del relato de Ibn al-Jawzi, luego del diálogo al que venimos aludiendo, el sultán pregunta a Romanus:  “¿Qué pensáis que debo haceros?...  Romanus responde: “Una de tres cosas. La primera, matarme. La segunda, pasearme en público por vuestra tierra a la que estuve a punto de atacar y capturar. Y con respecto a la tercera, es innecesario mencionarla, ya que no estaréis de acuerdo”. Como parece obvio, el sultán no vaciló y ordenó que Romanus explicara de qué se trataba. Este respondió: “Perdonadme, aceptad mi dinero, liberadme, ponedme a vuestro servicio y enviadme a mi reino como vuestro representante en la tierra de Bizancio. No os beneficiaríais con mi muerte, ya que cualquier otro sería designado para reemplazarme”.

     Sultan Alp Arslan and Malik Shah (Ashgabat, Turkmenistán)

… obtiene un tratado que lo favorece y Romanus recupera su libertad… El sultán, luego de reflexionar al respecto, le pidió a Romanus que dijera cuánto estaba dispuesto a pagar por su rescate, pero el emperador replicó que era el sultán quien debía fijar la cantidad. “Diez millones de dinares”, contestó entonces Alp Arslan. “Se merecería usted el reino de Bizancio si respeta mi vida”, agradeció Romanus pero aludió a la falta de recursos del imperio, cuyas arcas se encontraban exhaustas debido a las campañas y las guerras emprendidas. 

Siguió entonces una negociación en la que se acordó el pago al sultán de un millón y medio de dinares y de trescientos sesenta mil dinares anuales. Alp Arslan también solicitó se le restituyeran las fortalezas de Antioquía, Edesa, Manbij y Mantzikert y se liberara a todos los prisioneros musulmanes. Con respecto a las fortalezas Romanus prometió que en cuanto  arribara a Constantinopla y si ello fuera necesario (tal podría ser el caso de que los oficiales bizantinos a cargo de las fortalezas se negaran a restituirlas), enviaría tropas para poner sitio a las ciudades, las tomaría y las entregaría al sultán. Finalmente, conforme cierta costumbre de la época, los soberanos acordaron una alianza matrimonial entre una hija de Romanus y Malik Arslan, hijo del sultán (que a la muerte de este le sucedería). No existe elemento alguno que corrobore si tal matrimonio tuvo lugar.

… Romanus retorna a su tierra y a su trágico destino… Con el acuerdo logrado, el sultán liberó a Romanus de los signos rituales de sumisión que aún conservaba: cadenas y lazo en el cuello. Relata Mateo de Edesa: “… fue entonces que el sultán adoptó a Diógenes [Romanus] como su hermano de sangre, prometiendo ante Dios que habría perpetua amistad y armonía entre los persas [aludiendo a los seljuks] y los bizantinos” . Hubo, dice Attaleiates, elaborados rituales de despedida. El sultán destacó dos chambelanes y cien esclavos para acompañar al emperador hasta Constantinopla y él personalmente cabalgó junto a su antiguo enemigo devenido amigo durante unos kilómetros, al cabo de los cuales se confundieron en un abrazo, a guisa de despedida.

Ante la forzada ausencia del emperador Romanus, en Constantinopla un complot urdido por el César Juan Doukas depuso al soberano y comenzó a gobernar en nombre de su sobrino Miguel VII Diógenes. Al conocerse la liberación de Romanus y su avance hacia  Constantinopla, asumió plenamente Miguel y un ejército fue enviado al encuentro de Romanus, que fue derrotado en la batalla de Doceia. Se exigió que Romanus, que se había refugiado en Adana,  renunciara a todos sus derechos y se recluyera en un monasterio. Su seguridad fue garantizada por el solemne compromiso asumido por tres arzobispos, no obstante lo cual, el implacable enemigode Romanus, Juan Doucas, decidió infligirle un cruel castigo: ordenó que Romanus fuera cegado y recluido en la isla de Prote, en el Mar de Mármara. Así, el 29 de junio de 1072, se cumplió la infausta orden. Recluido en un monasterio, sus heridas se agravaron, muriendo poco tiempo después.

“Romanus, moribundo, soportó las torturas que se le infligían con impasible fortaleza, sin lanzar reproche alguno contra sus enemigos ni lamentos contra su destino, sólo rogando que sus sufrimientos pudieran ser recibidos como una expiación de sus pecados” (Finlay)Pese a todo, se permitió a Eudoxia, esposa de Romanus, que honrara sus restos con un suntuoso funeral.

Se dice que poco antes de dejar su refugio en Adana, Romanus trató de reunir todo el dinero del que podía disponer, enviándolo al sultán Alp Arslan con un mensaje: “Como emperador os he prometido un rescate de un millón y medio. Destronado, y a punto de ser apresado, os envío todo lo que poseo, como prueba de mi gratitud”.

© Rubén A. Barreiro 2018

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