Esto se dijo…
“¿Qué
habrías hecho si fuese vuestro prisionero?”,
pregunta el sultán seljuk Alp Arslan, vencedor en la batalla de Mantzikert…
“”Hubiera
sometido vuestro cuerpo a grandes torturas…”, responde Romanus IV Diógenes,
emperador bizantino vencido.
“¡Pero
yo no imitaré vuestra dureza y vuestra crueldad!”, respondió el seljuk.
En la batalla de Mantzikert, librada el
19 o el 26 de agosto de 1071 -no hay acuerdo entre los historiadores sobre el
dato- se enfrentaron los ejércitos del Imperio Romano de Oriente, Bizancio, al
mando del emperador Romanus IV Diógenes y el de los turcos seljuks, conducido
por el sultán Alp Arslan. Este quedó
dueño del día y del campo, obteniendo una victoria que tuvo enorme
trascendencia, como lo han destacado diferentes historiadores:
“una de las más grandes derrotas de Bizancio en el curso de su historia”
(Bréhier); “momento decisivo de la
historia bizantina” (Cheynet); “su
resultado debilitó para siempre un gran imperio” (Carey); “ninguna de las derrotas sufridas por
Bizancio ha tenido tan desastroso resultado” (Oman)…
Como se desprende de las opiniones que
anteceden y de muchas más en el mismo sentido, Mantzikert ha pasado a la
historia por diferentes razones. Pero nos detendremos en uno de los rasgos de
la batalla, quizá de alcance menor frente a sus proyecciones en la historia,
pero que hace a la frase que encabeza este trabajo. Claude Cahen dijo sobre
Mantzikert: “Una batalla que ha sido
embellecida por la leyenda, pero que siempre ha sido fascinante debido a que
fue el primer encuentro en siglos entre
un emperador bizantino y un soberano musulmán de similar jerarquía” y este rasgo se potencia si como consecuencia
de la victoria, también por primera vez un emperador bizantino es prisionero de
un soberano musulmán.
Como suele ocurrir con respecto a los acontecimientos
históricos de la época, existen múltiples versiones de lo ocurrido, aunque sólo
Michael Attaleiates, jurista muy próximo a Romanus, estuvo presente en la
batalla y durante los sucesos posteriores, en especial los vinculados con la
relación entablada entre ambos soberanos, los cuales se narran en su Historia. En general, en este trabajo
hemos seguido su relato, aunque haremos mención de algunas otras fuentes tales
como el armenio Mateo de Edesa, el bizantino Nicephorus Bryennius
y el árabe Ibn al-Jawzi (en el texto referidos como ME, NB e IJ, respectivamente).
Romanus es hecho prisionero... Attaleiates relata
los últimos momentos de Romanus como conductor del ya derrotado ejército
bizantino: “… el enemigo rodeó al
emperador aunque no le fue fácil
capturarlo, en tanto era un guerrero que había enfrentado muchos peligros. Se
defendió con denuedo, matando a muchos de sus atacantes, pero hacia el final
fue herido en una mano. Su caballo había sido alcanzado por las flechas por lo
que debió combatir de pie. Hacia el
atardecer, cansado, se rindió y -¡oh, sufrir tal ignominia!- fue hecho
prisionero…”. Ibn al-Jawzi refiere que el emperador fue apresado por un esclavo: “… lo ataqué” [cuenta el ghulām], no reconociéndolo, lo rodeaban diez jóvenes sirvientes.
Uno de ellos me dijo ‘no lo mates porque es el rey’, por lo que lo tomé
prisionero y lo llevé a nuestro campo”.
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Romanus es herido y hecho prisionero |
…el
trato al prisionero, entre los rituales tradicionales y la magnanimidad… Romanus compareció ante el sultán encadenado (ME) o con una soga
rodeando su cuello (NB, IJ). La tradición imponía un castigo simbólico, así, el
sultán asestó a Romanus tres o cuatro golpes con sus manos y otras tantas
patadas (IJ). Satisfecha la tradición, refiere Attaleiates que el sultán se
puso de pie y abrazó al emperador, diciéndole: “¡Oh emperador!, no temáis y por
sobre todo confiad en que no sufriréis castigo corporal alguno y que, por el
contrario, seréis tratado de acuerdo con vuestra alta investidura”. Y así los antiguos adversarios pasaron ocho
días durante los cuales compartieron conversaciones y comidas, durante las
cuales el sultán “jamás pronunció palabra
ofensiva alguna ni formuló comentarios sobre posibles falencias del emperador
durante la campaña”. Fue de esta manera,
“que el sultán mostró una moderación de la que nadie había imaginado que sería
capaz” -NB-.
…
acerca del diálogo entre el sultán y el emperador… no existe acuerdo entre los historiadores sobre el momento en que
se produce el diálogo que encabeza este trabajo. Attaleaites refiere que se
produjo durante las amenas conversaciones entre ambos soberanos, en tanto Ibn
al-Jawzi expresa que el diálogo se dio durante su primer encuentro (es de suponer que habrá sido después de los golpes tradicionales). Sí es interesante la
versión del árabe sobre el contenido de lo dicho. “Si
hubiera caído en vuestras manos, que habrías hecho?”, pregunta el turco.
“Algo infame”, responde Romanus. Y la
singular respuesta de Alp Arslan: “Él ha
hablado con la verdad, ¡por Dios!, si hubiera dicho otra cosa, estaría
mintiendo. Este es un hombre inteligente y fuerte. No sería justo matarlo”.
Sin olvidar que Attaleiates fue un testigo presencial, lo cual da a su
versión una mayor credibilidad, comparando una y otra réplica del sultán a lo
dicho por Romanus y teniendo en cuenta que la intención manifiesta de Alp
Arslan era negociar con el emperador su liberación (el sultán consideraba a su
cautivo como un valioso recurso diplomático, como lo expresa con acierto David
Nicolle), parece más creíble la versión de Ibn al-Jawzi en tanto se elogia la
sinceridad del emperador y se destacan sus virtudes de hombre inteligente y
fuerte, que la del primero, cuando el sultán asume una postura arrogante y
descalificadora de su adversario.
… la magnanimidad de Alp Arslan da sus frutos… Siempre sobre la base del relato de
Ibn al-Jawzi, luego del diálogo al
que venimos aludiendo, el sultán pregunta a Romanus: “¿Qué
pensáis que debo haceros?... Romanus
responde: “Una de tres cosas. La primera,
matarme. La segunda, pasearme en público por vuestra tierra a la que estuve
a punto de atacar y capturar. Y con respecto a la tercera, es innecesario mencionarla,
ya que no estaréis de acuerdo”. Como parece obvio, el sultán no vaciló y
ordenó que Romanus explicara de qué se trataba. Este respondió: “Perdonadme, aceptad mi dinero, liberadme,
ponedme a vuestro servicio y enviadme a mi reino como vuestro representante en
la tierra de Bizancio. No os beneficiaríais con mi muerte, ya que cualquier
otro sería designado para reemplazarme”.
… obtiene un tratado que lo favorece y Romanus
recupera su libertad… El
sultán, luego de reflexionar al respecto, le pidió a Romanus que dijera cuánto
estaba dispuesto a pagar por su rescate, pero el emperador replicó que era el
sultán quien debía fijar la cantidad. “Diez
millones de dinares”, contestó entonces Alp Arslan. “Se merecería usted el reino de Bizancio si respeta mi vida”,
agradeció Romanus pero aludió a la falta de recursos del imperio, cuyas arcas
se encontraban exhaustas debido a las campañas y las guerras emprendidas.
Siguió entonces una negociación en la que se acordó el pago al sultán de un millón y medio de dinares y de trescientos sesenta mil dinares anuales. Alp Arslan también solicitó se le restituyeran las fortalezas de Antioquía, Edesa, Manbij y Mantzikert y se liberara a todos los prisioneros musulmanes. Con respecto a las fortalezas Romanus prometió que en cuanto arribara a Constantinopla y si ello fuera necesario (tal podría ser el caso de que los oficiales bizantinos a cargo de las fortalezas se negaran a restituirlas), enviaría tropas para poner sitio a las ciudades, las tomaría y las entregaría al sultán. Finalmente, conforme cierta costumbre de la época, los soberanos acordaron una alianza matrimonial entre una hija de Romanus y Malik Arslan, hijo del sultán (que a la muerte de este le sucedería). No existe elemento alguno que corrobore si tal matrimonio tuvo lugar.
Siguió entonces una negociación en la que se acordó el pago al sultán de un millón y medio de dinares y de trescientos sesenta mil dinares anuales. Alp Arslan también solicitó se le restituyeran las fortalezas de Antioquía, Edesa, Manbij y Mantzikert y se liberara a todos los prisioneros musulmanes. Con respecto a las fortalezas Romanus prometió que en cuanto arribara a Constantinopla y si ello fuera necesario (tal podría ser el caso de que los oficiales bizantinos a cargo de las fortalezas se negaran a restituirlas), enviaría tropas para poner sitio a las ciudades, las tomaría y las entregaría al sultán. Finalmente, conforme cierta costumbre de la época, los soberanos acordaron una alianza matrimonial entre una hija de Romanus y Malik Arslan, hijo del sultán (que a la muerte de este le sucedería). No existe elemento alguno que corrobore si tal matrimonio tuvo lugar.
… Romanus retorna a su tierra y a su trágico
destino… Con el acuerdo
logrado, el sultán liberó a Romanus de los signos rituales de sumisión que aún
conservaba: cadenas y lazo en el cuello. Relata Mateo de Edesa: “… fue entonces que el sultán adoptó a Diógenes
[Romanus] como su hermano de sangre,
prometiendo ante Dios que habría perpetua amistad y armonía entre los persas
[aludiendo a los seljuks] y los
bizantinos” . Hubo, dice Attaleiates, elaborados rituales de despedida. El
sultán destacó dos chambelanes y cien esclavos para acompañar al emperador
hasta Constantinopla y él personalmente cabalgó junto a su antiguo enemigo
devenido amigo durante unos kilómetros, al cabo de los cuales se confundieron
en un abrazo, a guisa de despedida.
Ante la forzada
ausencia del emperador Romanus, en Constantinopla un complot urdido por el César
Juan Doukas depuso al soberano y comenzó a gobernar en nombre de su sobrino
Miguel VII Diógenes. Al conocerse la liberación de Romanus y su avance hacia Constantinopla, asumió plenamente Miguel y un ejército fue enviado al encuentro
de Romanus, que fue derrotado en la batalla de Doceia. Se exigió que Romanus,
que se había refugiado en Adana, renunciara a todos sus derechos y se recluyera
en un monasterio. Su seguridad fue garantizada por el solemne compromiso
asumido por tres arzobispos, no obstante lo cual, el implacable enemigode
Romanus, Juan Doucas, decidió infligirle un cruel castigo: ordenó que Romanus
fuera cegado y recluido en la isla de Prote, en el Mar de Mármara. Así, el 29
de junio de 1072, se cumplió la infausta orden. Recluido en un monasterio, sus
heridas se agravaron, muriendo poco tiempo después.
“Romanus,
moribundo, soportó las torturas que se le infligían con impasible fortaleza,
sin lanzar reproche alguno contra sus enemigos ni lamentos contra su destino,
sólo rogando que sus sufrimientos pudieran ser recibidos como una expiación de
sus pecados” (Finlay). Pese a todo, se
permitió a Eudoxia, esposa de Romanus, que honrara sus restos con un suntuoso
funeral.
Se dice que poco antes
de dejar su refugio en Adana, Romanus trató de reunir todo el dinero del que
podía disponer, enviándolo al sultán Alp Arslan con un mensaje: “Como emperador os he prometido un rescate
de un millón y medio. Destronado, y a punto de ser apresado, os envío todo lo
que poseo, como prueba de mi gratitud”.
© Rubén A. Barreiro 2018
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