Las guerras de Bizancio
La batalla de Taginae o Busta Gallorum
Tercera Parte.
La batalla.
El combate por la colina de la izquierda del dispositivo bizantino. Hemos visto que en el
despliegue bizantino, Narses había dispuesto la defensa de la colina que se
encontraba a la izquierda del mismo, por cuanto dedujo con certeza que el
primer movimiento de Totila sería asegurarse su posesión y de esta manera
amenazar con rodear la posición
bizantina. Tal defensa estaría a cargo de cincuenta arqueros escogidos, quienes
durante la noche se establecieron en la colina. Al pie de la misma corría un
arroyo, a lo largo del cual se establecieron los arqueros, dispuestos a la
defensa, “hombro con hombro y formados en
falange, en cuanto el limitado espacio lo permitía”.
Al alba, Totila advirtió
la ocupación de la colina por los bizantinos, ordenando a un escuadrón de caballería
cargar contra aquellos, para desalojarlos lo antes posible. La carga fue
tumultuosa y desordenada, los ostrogodos avanzaron al galope y en medio de
gritos, siendo contenidos por la barrera que los bizantinos habían formado
protegidos por sus escudos y lanzas. El ruido que hacían al golpear sus escudos
espantaba a los caballos, ya tan cansados por la intensidad de la carga y lo
rudo del terreno que no obedecían a sus jinetes. También estos estaban
extenuados por la lucha contra los arqueros quienes estrechamente unidos en una
masa compacta no “daban una pulgada de terreno”, por lo que este primer ataque
fue rechazado.
Una y otra vez Totila
ordenó ataques, todos con el mismo resultado, pese a que los primeros
participantes habían sido relevados. Finalmente, desistió del ataque y su
caballería comenzó a retirarse, en tanto los arqueros disparaban sus flechas
hasta agotar sus carcajes.
Los comandantes arengan a los suyos. Conforme
con la tradición, ambos comandantes arengaron a sus hombres. Procopio
“transcribe” sus discursos, aunque es evidente que hay más de literatura que de
realidad, en especial en la extensión de los mismos [1].
Narses, siempre estando a Procopio, dijo a sus tropas que, como lucharían
contra un enemigo muy inferior en número, valor y armamento y compuesto por
desertores y bandidos, no era necesario ningún discurso para estimularlos, sino simplemente ir a la batalla “con Dios de nuestro lado” [2].
Totila, por su lado, reunió a sus soldados diciéndoles que ese día, en la
batalla próxima, se decidiría la suerte de la guerra. Ambos bandos, dijo, llegaban a ella
exhaustos y escasos de recursos, por lo que una victoria sobre los bizantinos
haría que estos no podrían retornar en el futuro, en tanto que si triunfaban,
los ostrogodos no estarían en condiciones de continuar luchando.
Totila trata de ganar tiempo. La
caballería de Teïas, fuerte de dos mil hombres, aún no había llegado. Esos
refuerzos, teniendo en cuenta la superioridad numérica de los bizantinos, “eran de suprema importancia, podían decidir
la suerte del día” (BURY, 265). Totila debía ganar tiempo hasta que
Teïas llegara, en tanto atacar sin esas fuerzas sería temerario. Por tal razón
ideó algunas estratagemas. La primera, y por otra parte una costumbre habitual -véase,
por ejemplo, lo ocurrido en la batalla de Dara-, fue el desafío de dos
campeones que se medirían antes de la batalla. Coccas, un desertor del ejército
bizantino y pasado a las filas de Totila, se acercó cabalgando hasta las filas bizantinas y a los gritos lanzó un
desafío a quien quisiera medirse en combate singular. De inmediato un soldado
armenio, Anzalas, avanzó con su caballo, aceptando el desafío. Coccas cargó con
su lanza contra el armenio, pero este volteó su cabalgadura, por lo que Coccas
no sólo erró su lanzada, sino que expuso su costado, en el que Anzalas clavo su
lanza, derribando a su oponente, quien murió de inmediato. “Una tremenda algarabía surgió del ejército bizantino”, dice
Procopio, “pero ninguno de los bandos
comenzó acción alguna” (ya volveremos sobre esto último).
Mientras
tanto, Totila supo que los dos mil jinetes de refuerzo estaban al llegar, por
lo que decidió continuar prolongando el encuentro. Esta vez asumió el
protagonismo. Montado en un gran caballo, ataviado con una brillante armadura enchapada en oro, con adornos que pendían de su casco y su lanza, comenzó
una danza entre ambos ejércitos, yendo de un lado a otro varias veces,
caracoleando su cabalgadura en tanto hacía malabares con su lanza, todo “como
alguien que había sido instruido desde su niñez en el arte de la danza”, dice
Procopio rematando su relato del episodio.
Buscando
todavía ganar más tiempo, Totila, después de su danza, propone a Narses nuevas
conversaciones que este rechaza de plano. Con gran acierto y con relación a
estos episodios, se ha dicho, en términos generales que “ganar
tiempo por un bando significa perderlo para el otro bando”. Delbrück, de él
se trata, dice que llama la atención la inactividad de Narses, al no aprovechar estas dilaciones por parte de
Totila para lanzar un ataque. Pero, agrega, “debe
asumirse que Narses tenía razones tácticas para permanecer a la defensiva y
dejar la iniciativa del ataque a su oponente”, ya que había montado una
excelente posición defensiva y contaba indudablemente con que Totila la
atacaría. Por tal razón, sigue Delbrück, Narses formó en el centro a la
infantería, esperó decididamente el ataque y contempló impasible las
habilidades ecuestres de Totila (355/356)
Fase I. El
ataque ostrogodo y la defensa bizantina [3]
[4].
Hacia el
mediodía de la batalla [5], habiendo
llegado el refuerzo de dos mil hombres, Totila dio a su caballería la orden de
atacar. Eligió esa hora del día por cuanto creía que sorprendería a Narses,
cuyas tropas, pensaba, estaban comiendo [6]. Pero el
general bizantino había previsto, como ya se ha dicho, que Totila podía
desencadenar un ataque sorpresivo, por lo que ordenó que sus hombres
permanecieran en sus puestos, conservando sus armaduras y equipos y con los
caballos preparados. Se les sirvió una comida ligera en tanto se vigilaban con
atención los movimientos del enemigo.
El propósito de Totila era lanzar una única,
rápida y contundente carga, sin dilaciones ni distracciones, convencido como
estaba de que el centro bizantino estaba compuesto por las tropas de infantería
del Imperio, con fama de debilidad y escasa moral. La rapidez del ataque era
también fundamental, porque Totila era consciente del efecto devastador de los
arqueros que esperaban en ambas alas de la infantería bizantina. Con relación a
su propia infantería, la formó detrás de la caballería con la orden de avanzar
muy lentamente a la espera de la posible ruptura de la línea enemiga y en tal
caso irrumpir en la brecha, aprovechando la confusión que la caballería habría
causado (BURY, 266). Si la ruptura no se
producía y la caballería era obligada a retroceder, la infantería le daría
apoyo y unidos reanudarían el ataque.
A lo largo de los análisis realizados
sobre la batalla, quienes los han hecho destacan dos errores esenciales
cometidos por Totila. El primero de ellos, el haber decidido atacar a una
fuerza notoriamente superior, bien desplegada y bajo el fuego de una poderosa
fuerza de arqueros en ambos flancos. Se ha tratado de explicar esta decisión de
Totila en su convicción de que tomaría por sorpresa a las fuerzas de Narses. La
segunda de las decisiones del general ostrogodo fue que sus tropas sólo debían
armarse con lanzas, con abstención de cualquier otra arma. Partiendo la propia
calificación de esta decisión por parte de Procopio (“una locura”) muchos autores no han escatimado
calificativos. Bury la refiere como una
“orden extraordinaria” (266) y “extraña” (267). Thompson, que considera que las
disposiciones tácticas de Totila fueron “atroces”, expresa con relación a las
lanzas, que no conoce que exista ninguna explicación satisfactoria para tal
decisión (88). “Por una extraña
obstinación o juicio erróneo”, Totila dio esta orden, asumiendo que “las filas enemigas serian arrasadas
confiando únicamente en sus espadas y en la fuerza de su carga” (HOLMES,
656).
Pese a ello, algunos autores han encontrado razones que
justificarían la orden de Totila. En primer lugar, Bury, aunque no se refiere
concretamente a la orden sobre las lanzas, parte de la base que Totila
pretendía entrar en contacto con los bizantinos lo más rápido que fuera posible
para evitar la lluvia de flechas, “la defensa más poderosa” de Narses. Tal rapidez
no podría alcanzarse si sus tropas usaran una variedad de armas que requerirían
diferentes tiempos y cadencias de uso (33). “Una
rápida carga que llevara directamente al combate cuerpo a cuerpo evitaría la
fatal tentación de intercambiar disparos con los romanos, quienes contaban con
un mayor número de tropas, especialmente arqueros” (HALSALL, 193) [7].
La orden de Totila de atacar sólo con las lanzas, “fue tan solo un reconocimiento de la superioridad de la arquería
bizantina”, que exigía llegar cuanto antes a la línea enemiga, Totila no
sólo buscaba tomar desprevenidos a los bizantinos, “sino que deseaba evitar los intercambios preliminares de arquería, que su
caballería no podría superar, en especial por el más preciso fuego de los
arqueros romanos” (RANCE, 2005, 466).
En estas condiciones, Totila lanzó su
ataque. La masa de la caballería ostrogoda cargo al galope sobre el centro del
dispositivo bizantino -1-. Al
aproximarse, Narses dio la orden a los arqueros de pronunciar ligeramente el
ángulo con relación a la infantería del centro, con lo cual los atacantes
serían alcanzados con mayor facilidad por lsus flechas -2-. Estos, como lo señala Delbrück (358), debían ocupar algunas
alturas ya que, de encontrarse en terreno llano, podrían ser arrollados por el
ímpetu de la carga. Como se ha dicho, Totila se basaba exclusivamente en la
expectativa de que la poderosa carga masiva de su caballería rompería el centro
bizantino. Diezmada por los disparos de los arqueros y detenida por la decidida
actitud de la infantería de Narses, la suerte estaba echada para la caballería
ostrogoda. Como bien lo señala Delbrück, si la caballería no lograba penetrar
en la línea de la infantería, la batalla estaba decidida en su contra. “Un ataque semejante, sin el apoyo de
fuerzas frescas, no sería más poderoso en una segunda tentativa, sino que, por
el contrario, sería más débil por lo que todo habría quedado resuelto en la
primera carga” (358/359).
Como lo describe Procopio, la caballería de
Totila atacó con “temeraria impetuosidad y una vez empeñada la lucha, sufrió
por su propia locura”. Tal “locura” consistía “en haberse colocado en medio de
ochocientos infantes [arqueros] que la
rociaron desde ambos flancos con sus flechas”.
Tal como ocurriría ochocientos años
más tarde en la jornada de Crécy, que muestra algunas notables similitudes con
Taginae, el avance de la caballería ostrogoda se vio dificultado por los
cuerpos de los caídos y sus cabalgaduras, víctimas de las flechas bizantinas.
Esto contribuyó a que cuando los atacantes alcanzaran la línea principal
bizantina, el ataque se encontraba
definitivamente debilitado, tanto por la disminución de la cantidad de
atacantes, como por la pérdida del ímpetu inicial. Tal la situación a que hace
alusión Delbrück. Las fuerzas de Totila, detenidas por la infantería bizantina
y asediada por las flechas que ya no sólo llegan desde los flancos sino también
desde la retaguardia, sostienen una lucha cuerpo a cuerpo con sus adversarios,
que según Procopio se habría prolongado por varias horas, afirmación esta que,
una vez más, Delbrück pone en duda diciendo que la batalla haya durado desde el
mediodía hasta el atardecer “es, sin duda, una gran exageración” (358). Es
nuestra opinión que el aserto de Procopio debiera referirse a todo el
transcurso de la batalla, esto es, desde el comienzo de la carga ostrogoda
hasta la huida y dispersión de lo que quedaba de las fuerzas de Totila. La infantería bizantina comenzó entonces a
avanzar lentamente, ante la disminución del ímpetu de los ostrogodos -3- y a poco Narses da la orden a la
caballería de su ala izquierda, fuerte de 1500 hombres, de atacar a las
exhaustas fuerzas ostrogodas. En principio, Narses habría reservado esa
caballería para atacar a la infantería ostrogoda, cuyo avance era de esperar. Al
percibir que dicho avance no ocurría, dio la orden de atacar a la caballería
enemiga que se debatía entre la presión de la infantería y la incesante lluvia
de flechas. Esta acción “posiblemente decidió la batalla” (DELBRÜCK, 359).
La batalla. Fase II. El contraataque
bizantino. La
situación de la caballería ostrogoda se tornó insostenible con el ataque de la
caballería bizantina. Comenzó entonces una retirada -1- que sólo al comienzo fue algo ordenada. Es entonces que Narses
ordena a la caballería de su ala derecha que avance sobre quienes han comenzado
a retirarse -2- y al mismo tiempo la
caballería de la izquierda ataca desde ese flanco a quienes se retiran -3-. A partir de ese momento, la
retirada se desordenada transformándose en una desbandada -4- que llega inclusive a arrollar a la infantería que se interponía
en su camino -5- y que por la
velocidad con que todo se desarrollaba no tuvo tiempo no ya de abrir sendas
para el paso de la caballería sino de salvarse de ser atropellados. Aquella
previsión que se atribuye a Totila acerca de que, en caso de retirada de la
caballería la infantería le daría apoyo, reagrupándose ambas fuerzas para frente
al enemigo, fue superada por las circunstancias.
El campo quedó sembrado de cadáveres
(la estimación fue de 6.000 muertos ostrogodos, sin que hubiera dato cierto en
cuanto a las bajas bizantinas, seguramente muy inferiores). De los sobrevivientes, muchos se rindieron,
aunque luego fueron muertos, no sólo los ostrogodos, sino en especial aquellos
que habiendo formado parte del ejército bizantino, habían desertado a las filas
de Totila. Otros, los menos, pudieron huir.
Totila murió poco después de la batalla, presumiblemente en Caprara. Al
respecto hay dos versiones: según Procopio,
habría recibido heridas al principio de la batalla, lo que explicaría el
fracaso ostrogodo por la ausencia de su liderazgo. Otra afirma que abandonó
ileso el campo de batalla, pero que fue alcanzado por un reducido escuadrón
bizantino al mando del gépido Asbad, siendo herido de muerte en tal ocasión [8]. No está
controvertido el hecho de que fue sepultado en Caprara y que su sepulcro fue
encontrado por los bizantinos, quienes identificaron sus restos y algunos de sus objetos personales que allí se encontraban fueron enviados a Constantinopla.
La
importancia de Taginae. Ya nos hemos referido a la singularidad de lo ocurrido en
la batalla con relación al dispositivo ideado por Narses y que sólo se
repetiría con similares características ochocientos años después en la batallade Crécy. No menos notable es el punto
de partida de tal decisión de Narses, o sea, “su profundo conocimiento del enemigo,
tanto en su propensión al ataque à
outrance, como su creencia de que la infantería bizantina no podría
resistir el embate de una caballería aguerrida y tenaz. En esto, el general
bizantino hizo honor a uno de los rasgos que preconizaron los grandes autores
militares bizantinos, con Mauricio y su Strategikon a la cabeza: el
conocimiento profundo del enemigo, de sus tácticas y de sus costumbres” (BARREIRO, 105).
No quedan dudas, por el contrario, de que fue un
encuentro decisivo en el orden estratégico. El objetivo del ejército comandando
por Narses era Roma. Cuando Narses decide marchar a lo largo de la costa del
Adriático y luego cruzar los Apeninos, anula el dispositivo que se había creado
en el Norte de Italia para detenerlo. Estas fuerzas, al mando de Teïa, son las
que desesperadamente Totila aguarda antes de entrar en batalla. La línea de
defensa natural de los Apeninos imponía a los ostrogodos hacerse fuertes antes
de ella y dar allí la batalla. Al cruzar las montañas, Narses tiene expedito el
camino hacia Roma, que para recorrerlo debe vencer a Totila, cuyas tropas son inferiores
en número y adiestramiento y ya han sido alcanzas por cierto quiebre moral. Por
eso se ha dicho que con el cruce de los Apeninos por Narses, Totila había perdido
estratégicamente la campaña (RANCE, 2005, 471).
Este último autor ha puesto de manifiesto un aspecto
importante, que hasta el momento parecería no haber sido abordado en
profundidad. El argumento de Rance es que, para concluir la guerra en Italia,
era necesario destruir por completo a las fuerzas ostrogodas. Hasta ese momento, la reconquista bizantina había logrado victorias tácticas no decisivas, las que incluso no habían impedido el resurgir ostrogodo con Totila al mando. Teniendo en cuenta tal necesidad, el ejército que se formó y se puso al mando de Narses era lo suficientemente poderoso en recursos
humanos y materiales como para alcanzar una victoria concluyente,
decisiva, que infligiera tal cantidad de bajas a los ostrogodos como para
aniquilar sus posibilidades de continuar luchando, y en Taginae, concluye Rance, tanto
desde el punto de vista estratégico como táctico, aparecen concentrados todos
los recursos como para lograrlo. Más allá de la brutalidad de la matanza de
prisioneros que siguió a la batalla, ve en ello una “parte integral de la victoria
decisiva” (RANCE, 2005, 472).
[1] Se ha dicho que Procopio
imaginó el contenido de las arengas apuntando sobre todo a mostrar el carácter, estado de ánimo y
expectativas tanto de cada uno de los
generales como el de sus ejércitos ante los acontecimientos que se
avecinaban, y las palabras que para ello
habrían empleado (WHATELY, 205/206, y nota 37). Es particularmente llamativa la
reflexión de Totila sobre el efecto inexorable que una derrota acarrearía para
cualquiera de los bandos: nada menos que el final de la guerra. Muestra con
claridad que Procopio elaboró estas arengas teniendo en cuenta lo ocurrido en
la batalla, explicándose de ese modo lo que aparece como una notable
premonición de Totila.
[2] Narses no se limitó a la arenga, sino que, como lo relata
Procopio, recorrió las filas de sus tropas exhibiendo brazaletes y collares y
bridas doradas, además otros incentivos para recompensar los actos de valentía
en el inminente encuentro.
[3] “La descripción de
esta batalla, que debemos al historiador Procopio, y la cual deriva, sin duda
alguna, de testigos presenciales, es tan deficiente en detalles que dificulta
formar cualquier opinión precisa sobre el mérito de los combatientes”
(BURY, 267). Como se expresa, a diferencia del resto de sus obras sobre las
guerras de Bizancio, Procopio no fue testigo presencia en gran parte de los
acontecimientos de la Guerra Gótica, en especial su última parte, sino que se
trató de recopilaciones de relatos orales sin identificar (RANCE, 2005,
424/472). Por tal razón, tanto Averil Cameron como Hans Delbrück han optado por
tratar “parágrafo por parágrafo” la obra de Procopio, analizándolos y comentándolos.
[4] Se ha señalado que Procopio describe la batalla de Taginae
siguiendo el método que empleara para la batalla de Dara, esto es, dividendo el
relato en fases. Asimismo, se muestran otras similitudes: los intercambios
diplomáticos entre Narses y Totila, con sus mutuas exhortaciones -en especial
por parte de Totila- para que el adversario se rindiera sin lucha; el combate
previo entre campeones de ambos bandos o las arengas de los jefes a sus tropas (WHATELY, 203/204).
[5] No existen datos ciertos sobre la fecha de la batalla, que
se considera habría tenido lugar hacia fines de junio o principios de julio de
552 (BURY, 261, nota 4).
[6] Los ataques por
sorpresa y las emboscadas eran una especialidad y una fuente de victorias para
Totila: Faventia, los alrededores de Roma, Portus, Lucania eran “experiencias
exitosas” de Totila. No puede descartarse entonces que, independientemente de
las circunstancias diferentes (siempre se había tratado de acciones de pequeña
escala), el rey ostrogodo quisiera aplicar tales tácticas en Taginae (RANCE, 471).
[7] Este autor recuerda que en los siglos XVII y XIX se
cursaron órdenes similares referidas a ataques con los mosquetes descargados
cuando un avance podía ser definido rápidamente con “el frío acero”. Agreguemos
que en ello influía también la relativa lentitud que requería la recarga de los
mosquetes, inviable en medio de una
carga so pena de ralentizarla y exponer a sus componentes.
[8] Delbrück sostiene que es irrelevante,
a los efectos del resultado de la batalla, que Totila pueda haber sido
alcanzado al comienzo de la misma, ya que “una
vez comenzada la lucha cuerpo a cuerpo, la masa de combatientes no podían haber
notado la caída de su líder” (361).
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