En la página FUEGO Y MANIOBRA encontrará la Introducción y capítulos referidos a la guerras en la Edad Media, de la obra del mismo nombre del Dr. Mg. Jorge A.Vigo

3 de febrero de 2017

Las guerras de Bizancio

La batalla de Taginae o Busta Gallorum 

Tercera Parte. 

La batalla. El combate por la colina de la izquierda del dispositivo bizantino. Hemos visto que en el despliegue bizantino, Narses había dispuesto la defensa de la colina que se encontraba a la izquierda del mismo, por cuanto dedujo con certeza que el primer movimiento de Totila sería asegurarse su posesión y de esta manera amenazar con  rodear la posición bizantina. Tal defensa estaría a cargo de cincuenta arqueros escogidos, quienes durante la noche se establecieron en la colina. Al pie de la misma corría un arroyo, a lo largo del cual se establecieron los arqueros, dispuestos a la defensa, “hombro con hombro y formados en falange, en cuanto el limitado espacio lo permitía”.


Al alba, Totila advirtió la ocupación de la colina por los bizantinos, ordenando a un escuadrón de caballería cargar contra aquellos, para desalojarlos lo antes posible. La carga fue tumultuosa y desordenada, los ostrogodos avanzaron al galope y en medio de gritos, siendo contenidos por la barrera que los bizantinos habían formado protegidos por sus escudos y lanzas. El ruido que hacían al golpear sus escudos espantaba a los caballos, ya tan cansados por la intensidad de la carga y lo rudo del terreno que no obedecían a sus jinetes. También estos estaban extenuados por la lucha contra los arqueros quienes estrechamente unidos en una masa compacta no “daban una pulgada de terreno”, por lo que este primer ataque fue rechazado.

Una y otra vez Totila ordenó ataques, todos con el mismo resultado, pese a que los primeros participantes habían sido relevados. Finalmente, desistió del ataque y su caballería comenzó a retirarse, en tanto los arqueros disparaban sus flechas hasta agotar sus carcajes.

Los comandantes arengan a los suyos. Conforme con la tradición, ambos comandantes arengaron a sus hombres. Procopio “transcribe” sus discursos, aunque es evidente que hay más de literatura que de realidad, en especial en la extensión de los mismos [1]. Narses, siempre estando a Procopio, dijo a sus tropas que, como lucharían contra un enemigo muy inferior en número, valor y armamento y compuesto por desertores y bandidos, no era necesario ningún discurso para estimularlos,  sino simplemente  ir a la batalla “con Dios de nuestro lado” [2]. Totila, por su lado, reunió a sus soldados diciéndoles que ese día, en la batalla próxima, se decidiría la suerte de  la guerra. Ambos bandos, dijo, llegaban a ella exhaustos y escasos de recursos, por lo que una victoria sobre los bizantinos haría que estos no podrían retornar en el futuro, en tanto que si triunfaban, los ostrogodos no estarían en condiciones de continuar luchando.

Totila trata de ganar tiempo. La caballería de Teïas, fuerte de dos mil hombres, aún no había llegado. Esos refuerzos, teniendo en cuenta la superioridad numérica de los bizantinos, “eran de suprema importancia, podían decidir la suerte del día” (BURY, 265). Totila debía ganar tiempo hasta que Teïas llegara, en tanto atacar sin esas fuerzas sería temerario. Por tal razón ideó algunas estratagemas. La primera, y por otra parte una costumbre habitual -véase, por ejemplo, lo ocurrido en la batalla de Dara-, fue el desafío de dos campeones que se medirían antes de la batalla. Coccas, un desertor del ejército bizantino y pasado a las filas de Totila, se acercó cabalgando hasta  las filas bizantinas y a los gritos lanzó un desafío a quien quisiera medirse en combate singular. De inmediato un soldado armenio, Anzalas, avanzó con su caballo, aceptando el desafío. Coccas cargó con su lanza contra el armenio, pero este volteó su cabalgadura, por lo que Coccas no sólo erró su lanzada, sino que expuso su costado, en el que Anzalas clavo su lanza, derribando a su oponente, quien murió de inmediato. “Una tremenda algarabía surgió del ejército bizantino”, dice Procopio, “pero ninguno de los bandos comenzó acción alguna” (ya volveremos sobre esto último).

Mientras tanto, Totila supo que los dos mil jinetes de refuerzo estaban al llegar, por lo que decidió continuar prolongando el encuentro. Esta vez asumió el protagonismo. Montado en un gran caballo, ataviado con una brillante armadura enchapada en oro, con adornos que pendían de su casco y su lanza, comenzó una danza entre ambos ejércitos, yendo de un lado a otro varias veces, caracoleando su cabalgadura en tanto hacía malabares con su lanza, todo “como alguien que había sido instruido desde su niñez en el arte de la danza”, dice Procopio rematando su relato del episodio.

Buscando todavía ganar más tiempo, Totila, después de su danza, propone a Narses nuevas conversaciones que este rechaza de plano. Con gran acierto y con relación a estos episodios, se ha dicho, en términos generales  que “ganar tiempo por un bando significa perderlo para el otro bando”. Delbrück, de él se trata, dice que llama la atención la inactividad de Narses, al no  aprovechar estas dilaciones por parte de Totila para lanzar un ataque. Pero, agrega, “debe asumirse que Narses tenía razones tácticas para permanecer a la defensiva y dejar la iniciativa del ataque a su oponente”, ya que había montado una excelente posición defensiva y contaba indudablemente con que Totila la atacaría. Por tal razón, sigue Delbrück, Narses formó en el centro a la infantería, esperó decididamente el ataque y contempló impasible las habilidades ecuestres de Totila (355/356)

Fase I. El ataque ostrogodo y la defensa bizantina [3] [4]. Hacia el mediodía de la batalla [5], habiendo llegado el refuerzo de dos mil hombres, Totila dio a su caballería la orden de atacar. Eligió esa hora del día por cuanto creía que sorprendería a Narses, cuyas tropas, pensaba, estaban comiendo [6]. Pero el general bizantino había previsto, como ya se ha dicho, que Totila podía desencadenar un ataque sorpresivo, por lo que ordenó que sus hombres permanecieran en sus puestos, conservando sus armaduras y equipos y con los caballos preparados. Se les sirvió una comida ligera en tanto se vigilaban con atención los movimientos del enemigo.

El propósito de Totila era lanzar una única, rápida y contundente carga, sin dilaciones ni distracciones, convencido como estaba de que el centro bizantino estaba compuesto por las tropas de infantería del Imperio, con fama de debilidad y escasa moral. La rapidez del ataque era también fundamental, porque Totila era consciente del efecto devastador de los arqueros que esperaban en ambas alas de la infantería bizantina. Con relación a su propia infantería, la formó detrás de la caballería con la orden de avanzar muy lentamente a la espera de la posible ruptura de la línea enemiga y en tal caso irrumpir en la brecha, aprovechando la confusión que la caballería habría causado  (BURY, 266). Si la ruptura no se producía y la caballería era obligada a retroceder, la infantería le daría apoyo y unidos reanudarían el ataque.

A lo largo de los análisis realizados sobre la batalla, quienes los han hecho destacan dos errores esenciales cometidos por Totila. El primero de ellos, el haber decidido atacar a una fuerza notoriamente superior, bien desplegada y bajo el fuego de una poderosa fuerza de arqueros en ambos flancos. Se ha tratado de explicar esta decisión de Totila en su convicción de que tomaría por sorpresa a las fuerzas de Narses. La segunda de las decisiones del general ostrogodo fue que sus tropas sólo debían armarse con lanzas, con abstención de cualquier otra arma. Partiendo la propia calificación de esta decisión por parte de Procopio (“una locura”)  muchos autores no han escatimado calificativos.  Bury la refiere como una “orden extraordinaria” (266) y “extraña” (267). Thompson, que considera que las disposiciones tácticas de Totila fueron “atroces”, expresa con relación a las lanzas, que no conoce que exista ninguna explicación satisfactoria para tal decisión (88). “Por una extraña obstinación o juicio erróneo”, Totila dio esta orden, asumiendo que “las filas enemigas serian arrasadas confiando únicamente en sus espadas y en la fuerza de su carga” (HOLMES, 656).


Pese a ello, algunos autores han encontrado razones que justificarían la orden de Totila. En primer lugar, Bury, aunque no se refiere concretamente a la orden sobre las lanzas, parte de la base que Totila pretendía entrar en contacto con los bizantinos lo más rápido que fuera posible para evitar la lluvia de flechas, “la defensa más poderosa” de Narses. Tal rapidez no podría alcanzarse si sus tropas usaran una variedad de armas que requerirían diferentes tiempos y cadencias de uso (33). “Una rápida carga que llevara directamente al combate cuerpo a cuerpo evitaría la fatal tentación de intercambiar disparos con los romanos, quienes contaban con un mayor número de tropas, especialmente arqueros” (HALSALL, 193) [7]. La orden de Totila de atacar sólo con las lanzas, “fue tan solo un reconocimiento de la superioridad de la arquería bizantina”, que exigía llegar cuanto antes a la línea enemiga, Totila no sólo buscaba tomar desprevenidos a los bizantinos, “sino que deseaba evitar los intercambios preliminares de arquería, que su caballería no podría superar, en especial por el más preciso fuego de los arqueros romanos” (RANCE, 2005, 466).

En estas condiciones, Totila lanzó su ataque. La masa de la caballería ostrogoda cargo al galope sobre el centro del dispositivo bizantino -1-. Al aproximarse, Narses dio la orden a los arqueros de pronunciar ligeramente el ángulo con relación a la infantería del centro, con lo cual los atacantes serían alcanzados con mayor facilidad por lsus flechas -2-. Estos, como lo señala Delbrück (358), debían ocupar algunas alturas ya que, de encontrarse en terreno llano, podrían ser arrollados por el ímpetu de la carga. Como se ha dicho, Totila se basaba exclusivamente en la expectativa de que la poderosa carga masiva de su caballería rompería el centro bizantino. Diezmada por los disparos de los arqueros y detenida por la decidida actitud de la infantería de Narses, la suerte estaba echada para la caballería ostrogoda. Como bien lo señala Delbrück, si la caballería no lograba penetrar en la línea de la infantería, la batalla estaba decidida en su contra. “Un ataque semejante, sin el apoyo de fuerzas frescas, no sería más poderoso en una segunda tentativa, sino que, por el contrario, sería más débil por lo que todo habría quedado resuelto en la primera carga” (358/359).

 Como lo describe Procopio, la caballería de Totila atacó con “temeraria impetuosidad y una vez empeñada la lucha, sufrió por su propia locura”. Tal “locura” consistía “en haberse colocado en medio de ochocientos  infantes [arqueros] que la rociaron desde ambos flancos con sus flechas”.

Tal como ocurriría ochocientos años más tarde en la jornada de Crécy, que muestra algunas notables similitudes con Taginae, el avance de la caballería ostrogoda se vio dificultado por los cuerpos de los caídos y sus cabalgaduras, víctimas de las flechas bizantinas. Esto contribuyó a que cuando los atacantes alcanzaran la línea principal bizantina,  el ataque se encontraba definitivamente debilitado, tanto por la disminución de la cantidad de atacantes, como por la pérdida del ímpetu inicial. Tal la situación a que hace alusión Delbrück. Las fuerzas de Totila, detenidas por la infantería bizantina y asediada por las flechas que ya no sólo llegan desde los flancos sino también desde la retaguardia, sostienen una lucha cuerpo a cuerpo con sus adversarios, que según Procopio se habría prolongado por varias horas, afirmación esta que, una vez más, Delbrück pone en duda diciendo que la batalla haya durado desde el mediodía hasta el atardecer “es, sin duda, una gran exageración” (358). Es nuestra opinión que el aserto de Procopio debiera referirse a todo el transcurso de la batalla, esto es, desde el comienzo de la carga ostrogoda hasta la huida y dispersión de lo que quedaba de las fuerzas de Totila.  La infantería bizantina comenzó entonces a avanzar lentamente, ante la disminución del ímpetu de los ostrogodos -3- y a poco Narses da la orden a la caballería de su ala izquierda, fuerte de 1500 hombres, de atacar a las exhaustas fuerzas ostrogodas. En principio, Narses habría reservado esa caballería para atacar a la infantería ostrogoda, cuyo avance era de esperar. Al percibir que dicho avance no ocurría, dio la orden de atacar a la caballería enemiga que se debatía entre la presión de la infantería y la incesante lluvia de flechas. Esta acción “posiblemente decidió la batalla” (DELBRÜCK, 359).

La batalla. Fase II. El contraataque bizantino. La situación de la caballería ostrogoda se tornó insostenible con el ataque de la caballería bizantina. Comenzó entonces una retirada -1- que sólo al comienzo fue algo ordenada. Es entonces que Narses ordena a la caballería de su ala derecha que avance sobre quienes han comenzado a retirarse -2- y al mismo tiempo la caballería de la izquierda ataca desde ese flanco a quienes se retiran -3-. A partir de ese momento, la retirada se desordenada transformándose en una desbandada -4- que llega inclusive a arrollar a la infantería que se interponía en su camino -5- y que por la velocidad con que todo se desarrollaba no tuvo tiempo no ya de abrir sendas para el paso de la caballería sino de salvarse de ser atropellados. Aquella previsión que se atribuye a Totila acerca de que, en caso de retirada de la caballería la infantería le daría apoyo, reagrupándose ambas fuerzas para frente al enemigo, fue superada por las circunstancias.  


El campo quedó sembrado de cadáveres (la estimación fue de 6.000 muertos ostrogodos, sin que hubiera dato cierto en cuanto a las bajas bizantinas, seguramente muy inferiores).  De los sobrevivientes, muchos se rindieron, aunque luego fueron muertos, no sólo los ostrogodos, sino en especial aquellos que habiendo formado parte del ejército bizantino, habían desertado a las filas de Totila. Otros, los menos, pudieron huir.

Totila murió poco después de  la batalla, presumiblemente en Caprara. Al respecto hay dos versiones: según Procopio,  habría recibido heridas al principio de la batalla, lo que explicaría el fracaso ostrogodo por la ausencia de su liderazgo. Otra afirma que abandonó ileso el campo de batalla, pero que fue alcanzado por un reducido escuadrón bizantino al mando del gépido Asbad, siendo herido de muerte en tal ocasión [8]. No está controvertido el hecho de que fue sepultado en Caprara y que su sepulcro fue encontrado por los bizantinos, quienes identificaron sus restos y algunos de sus objetos personales que allí se encontraban fueron enviados a Constantinopla.

La importancia de Taginae. Ya nos hemos referido a la singularidad de lo ocurrido en la batalla con relación al dispositivo ideado por Narses y que sólo se repetiría con similares características ochocientos años después en la batallade Crécy.  No menos notable es el punto de partida de tal decisión de Narses, o sea, “su profundo conocimiento del enemigo, tanto en su propensión al ataque à outrance, como su creencia de que la infantería bizantina no podría resistir el embate de una caballería aguerrida y tenaz. En esto, el general bizantino hizo honor a uno de los rasgos que preconizaron los grandes autores militares bizantinos, con Mauricio y su Strategikon a la cabeza: el conocimiento profundo del enemigo, de sus tácticas y de sus costumbres” (BARREIRO, 105).

No quedan dudas, por el contrario, de que fue un encuentro decisivo en el orden estratégico. El objetivo del ejército comandando por Narses era Roma. Cuando Narses decide marchar a lo largo de la costa del Adriático y luego cruzar los Apeninos, anula el dispositivo que se había creado en el Norte de Italia para detenerlo. Estas fuerzas, al mando de Teïa, son las que desesperadamente Totila aguarda antes de entrar en batalla. La línea de defensa natural de los Apeninos imponía a los ostrogodos hacerse fuertes antes de ella y dar allí la batalla. Al cruzar las montañas, Narses tiene expedito el camino hacia Roma, que para recorrerlo debe vencer a Totila, cuyas tropas son inferiores en número y adiestramiento y ya han sido alcanzas por cierto quiebre moral. Por eso se ha dicho que con el cruce de los Apeninos por Narses, Totila había perdido estratégicamente la campaña (RANCE, 2005, 471).

Este último autor ha puesto de manifiesto un aspecto importante, que hasta el momento parecería no haber sido abordado en profundidad. El argumento de Rance es que, para concluir la guerra en Italia, era necesario destruir por completo a las fuerzas ostrogodas. Hasta ese momento, la reconquista bizantina había logrado victorias tácticas no decisivas, las que incluso no habían impedido el resurgir ostrogodo con Totila al mando. Teniendo en cuenta tal necesidad, el ejército que se formó y se puso al mando de Narses era lo suficientemente poderoso en recursos humanos y materiales como para alcanzar una victoria concluyente, decisiva, que infligiera tal cantidad de bajas a los ostrogodos como para aniquilar sus posibilidades de continuar luchando, y en Taginae, concluye Rance, tanto desde el punto de vista estratégico como táctico, aparecen concentrados todos los recursos como para lograrlo. Más allá de la brutalidad de la matanza de prisioneros que siguió a la batalla, ve en ello una “parte integral de la victoria decisiva” (RANCE, 2005, 472).






[1]              Se ha dicho que Procopio imaginó el contenido de las arengas apuntando sobre todo a  mostrar el carácter, estado de ánimo y expectativas  tanto de cada uno de los generales como el de sus ejércitos ante los acontecimientos que se avecinaban,  y las palabras que para ello habrían empleado (WHATELY, 205/206, y nota 37). Es particularmente llamativa la reflexión de Totila sobre el efecto inexorable que una derrota acarrearía para cualquiera de los bandos: nada menos que el final de la guerra. Muestra con claridad que Procopio elaboró estas arengas teniendo en cuenta lo ocurrido en la batalla, explicándose de ese modo lo que aparece como una notable premonición de Totila.
[2]           Narses no se limitó a la arenga, sino que, como lo relata Procopio, recorrió las filas de sus tropas exhibiendo brazaletes y collares y bridas doradas, además otros incentivos para recompensar los actos de valentía en el inminente encuentro.                         
[3]           “La descripción de esta batalla, que debemos al historiador Procopio, y la cual deriva, sin duda alguna, de testigos presenciales, es tan deficiente en detalles que dificulta formar cualquier opinión precisa sobre el mérito de los combatientes” (BURY, 267). Como se expresa, a diferencia del resto de sus obras sobre las guerras de Bizancio, Procopio no fue testigo presencia en gran parte de los acontecimientos de la Guerra Gótica, en especial su última parte, sino que se trató de recopilaciones de relatos orales sin identificar (RANCE, 2005, 424/472). Por tal razón, tanto Averil Cameron como Hans Delbrück han optado por tratar “parágrafo por parágrafo” la obra de Procopio, analizándolos  y comentándolos.
[4]           Se ha señalado que Procopio describe la batalla de Taginae siguiendo el método que empleara para la batalla de Dara, esto es, dividendo el relato en fases. Asimismo, se muestran otras similitudes: los intercambios diplomáticos entre Narses y Totila, con sus mutuas exhortaciones -en especial por parte de Totila- para que el adversario se rindiera sin lucha; el combate previo entre campeones de ambos bandos o las arengas de los jefes a sus tropas (WHATELY, 203/204).
[5]           No existen datos ciertos sobre la fecha de la batalla, que se considera habría tenido lugar hacia fines de junio o principios de julio de 552 (BURY, 261, nota 4).
[6]              Los ataques por sorpresa y las emboscadas eran una especialidad y una fuente de victorias para Totila: Faventia, los alrededores de Roma, Portus, Lucania eran “experiencias exitosas” de Totila. No puede descartarse entonces que, independientemente de las circunstancias diferentes (siempre se había tratado de acciones de pequeña escala), el rey ostrogodo quisiera aplicar tales tácticas en Taginae (RANCE, 471).
[7]           Este autor recuerda que en los siglos XVII y XIX se cursaron órdenes similares referidas a ataques con los mosquetes descargados cuando un avance podía ser definido rápidamente con “el frío acero”. Agreguemos que en ello influía también la relativa lentitud que requería la recarga de los mosquetes,  inviable en medio de una carga so pena de ralentizarla y exponer a sus componentes.
[8]           Delbrück sostiene que es irrelevante, a los efectos del resultado de la batalla, que Totila pueda haber sido alcanzado al comienzo de la misma, ya que “una vez comenzada la lucha cuerpo a cuerpo, la masa de combatientes no podían haber notado la caída de su líder” (361).


© 2017 Rubén A. Barreiro

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