Esto se dijo...
En vísperas de su marcha punitiva hacia
Schwyz, Leopoldo preguntó a Kuony von Stocken, su bufón, qué opinaba sobre los
planes que sus estrategas habían preparado. La rápida y terminante respuesta
del bufón fue: “ninguno de esos planes me
gusta”. Leopoldo, sorprendido, exigió al bufón que se explicara. “Sucede, dijo Stocker, que
todos los que han trazado esos planes os han dicho cómo penetrar en territorio
enemigo, pero ninguno ha dicho cómo y cuándo podrá salir del mismo”… (según
el cronista Konrad Justinger -1388-1438-).
La batalla de Morgarten
La primera batalla suiza por la libertad e hito de la
“revolución de la infantería” medieval
VI. La batalla. La proximación. El 15 de noviembre de 1315 era un día muy frío y el
camino estaba congelado en muchos lugares. Una niebla de otoño cubría el lago
de Aegeri. La columna constituida por el ejército de Leopoldo estaba encabezada
por los caballeros, quienes por supuesto, como lo recuerda Oman, habían
reclamado el honor de iniciar el combate. Detrás seguía, masiva, la infantería.
Se ha supuesto que la totalidad de la columna del ejército de Leopoldo se
prolongaba por unos tres kilómetros y medio.
A medida que iba
llegando al extremo sur del lago, el camino se hacía más difícil y angosto y ascendía
con una pendiente de alrededor de 40°, lo cual dificultaba aún más el avance de
la columna y, por otra parte, ocultaba la presencia de los confederados desplegados más allá. A la
izquierda se encontraba el cordón de
Morgarten (1200 m) y a la derecha el lago
Aegeri. Una vez pasado el extremo del lago, el camino desembocaba en un llano
pantanoso y la pendiente se reducía, no pasando de los 20°. En ese sector el
camino era atravesado por algunas crestas rocosas de poca altura que se
prolongaban hacia el lago, haciendo más
sinuoso el camino En muchos lugares esas crestas constituían verdaderos cuellos
de botella que hacían el paso aún menos practicable [1].
En estas condiciones
la columna de caballeros sólo podía avanzar de dos en fondo. Si bien no existen
datos al respecto, es de suponer que su formación era la de lance garnie o glève, es decir que cada caballero estaba acompañado por un séquito
de asistentes, entre los cuales sobresalía el escudero, así como algunos
caballos de reemplazo (no menos dos).
El despliegue confederado [2]. Al replegarse los exploradores que había destacado
para detectar los movimientos austriacos,
quedó en claro para Stauffacher que la fuerza del duque Leopoldo había
tomado el camino que pasaría por Morgarten, tal como lo había previsto. Ordenó
entonces a sus hombres que, con el mayor sigilo, ocuparan posiciones a lo largo del cordón de Morgarten, en Mattligütsh, una
cresta que ofrecía un buen escondite en tanto en el área existente entre el
cordón y el camino por el que se aproximaba el enemigo existía un desfiladero muy
arbolado -el Haselmattruse- que ocultaba la presencia confederada. Al mismo tiempo, la posición les daba la
posibilidad de observar el desplazamiento de la formación austriaca.
Desde esa posición,
más o menos escarpada, el descenso hacia el lago era fácilmente practicable por
las pendientes cubiertas de hierba y sorteando el bosque del desfiladero. El
cordón se prolongaba hacia el sur y a medida que se acercaba al lago el camino
se hacía más estrecho y por lo tanto fácilmente bloqueable (Delbrück, Becker).
El bloqueo inicial.
Al llegar a las proximidades de
Buchwäldi, a orillas del lago, Leopoldo se apartó hacia el sur, camino a
Schwyz (véase mapa a.1). A alrededor de un kilómetro, Stauffacher había preparado un bloqueo de
piedras y troncos, precisamente donde el camino comenzaba a ascender y se
angostaba (a.2). Como se ha señalado, la ladera mostraba afloramientos rocosos y del
lado opuesto, aparecía una zona pantanosa que llegaba hasta las orillas del
lago [3].
Delbrück pondera una vez más el buen criterio
de Stauffacher en la elección del lugar donde erigió el bloqueo, no solo por
sus características, sino por su ubicación con relación al territorio de
Schwyz: “… Los confederados fueron lo suficientemente audaces
como para no aguardar al enemigo en su propio territorio, sino que se
adelantaron estableciendo el bloqueo en un terreno que pertenecía a Zug...”. Leopoldo, dice Delbrück,
difícilmente esperaba que los confederados opusieran resistencia en un punto
tan adelantado, más allá del área perteneciente a Schwyz.
Allí se
encontraban unos cincuenta confederados, principalmente ballesteros, que
defendían el obstáculo. Los caballeros que llegaron al mismo advirtieron que
por las características del lugar era imposible desarrollar la táctica acostumbrada,
es decir, una carga masiva contra los
defensores para ahuyentarlos y liberar el camino. Decidieron entonces desmontar
y conjuntamente con unos pocos infantes comenzaron a escalar la ladera de la
izquierda con la intención de rodear el obstáculo, mientras era hostigados por
los ballesteros (b.1/b.2)).
Entretanto,
la columna continuaba avanzando y no tardó en producirse un creciente
amontonamiento de jinetes y sus monturas, sólo algunos de ellos lograron pasar el obstáculo
rodeándolo por la izquierda a través de un estrecho corredor entre el mismo y
la ladera (b.3). Por la derecha, el terreno pantanoso no era practicable para la
caballería [4].
Se generaliza la batalla. Una vez alcanzado el objetivo primario y excluyente de su
plan, es decir la inmovilización de la mayor parte del contingente enemigo, los
confederados comenzaron a lanzar piedras y troncos [5] sobre la masa
prácticamente inmóvil de caballeros y sus cabalgaduras que se había formado al
pie de la ladera (b.4).
Dispuestos a continuar con su plan
al pie de la letra, convocados por toques de corno y “dando terribles alaridos de combate”, “la totalidad de los confederados atacó desde las alturas en
formaciones compactas y poderosas" siguiendo la trayectoria de
piedras y troncos que ya estaban logrando el caos que habían previsto (c.1).
Blandiendo sus temibles alabardas se
lanzaron contra los caballeros, quienes, señala Delbrück, eran incapaces de
tomar cualquier acción defensiva ocupados como estaban en tratar
-infructuosamente en la mayoría de los casos- de dominar sus cabalgaduras,
aterrorizadas por la lluvia de piedras y troncos. Así, quienes todavía trataban
de cabalgar fueron presa fácil de los alabarderos. Finalmente, una vez derribados los jinetes,
quedaron a merced de los confederados, quienes sin la molestia de escudos y
armaduras, con calzados claveteados que le daban seguridad para desplazarse en
el terreno y pudiendo blandir con ambas manos la temible alabarda, se dedicaron
a eliminarlos, aplicando su designio de no dar ni pedir cuartel ni hacer
prisioneros (c.2).
Dice Oman: “El desastre fue
inmediato y completo… Los caballeros austriacos, amontonados en el camino, no
tenían espacio para volver sus cabalgaduras, y no podían cargar colina arriba.
Debajo, estaba el lago, detrás el camino estaba atascado con el resto del
ejército” (c.3). El resto del ejército de Leopoldo no intentó resistir ni
intervenir en ayuda de los caballeros de la vanguardia, "transformándose
en una masa presa del pánico".
En poco más de una hora cayeron unos
dos mil componentes de la fuerza de Leopoldo, la inmensa mayoría de ellos,
caballeros. Algunos no encontraron otro camino para librarse de la embestida
confederada que lanzarse al lago, luego de atravesar la zona pantanosa,
pereciendo la gran mayoría de ellos (d.1). Otros, lograron huir y ponerse a salvo,
entre otros el duque Leopoldo [6] (d.2). La infantería
prácticamente no participó de la acción [7] y, dando media vuelta, se
dispersó.
Por su parte, los confederados no habían
sufrido sino unas pocas muertes entre los suyos, que la mayoría de los autores
establecen en alrededor de una docena.
VII. Enseñanzas. Errores y aciertos. El duque Leopoldo cometió tremendos errores desde el
inicio mismo de la incursión que concluyó en el desastre descripto. En primer
lugar, el apresuramiento con que se puso
en marcha la incursión punitiva impidió advertir que la época del año no era la
mejor, en tanto noviembre es, por lo general, un mes en el que predomina la
niebla y los caminos tienden a estar resbaladizos, poco aptos para el avance de
la caballería. Esto, sin dejar de tener en cuenta que, más allá de las
circunstancias climáticas, el camino elegido por Leopoldo dejaba muy poco
espacio -cuando lo había- para el despliegue eficaz de la caballería.
El avance sin un reconocimiento
previo del terreno, a través del cual podría haber advertido las posibilidades
de emboscadas que el mismo presentaba, fue otro de los errores cometido por
Leopoldo. Tan elemental omisión potenció la habilidosa elección del terreno por
parte de los confederados. Tampoco se dispuso un avance escalonado de la
caballería ni se adelantaron exploradores.
Al examinarse los errores cometidos
por los incursores, es inevitable concluir que ha de haber primado en ellos un
profundo menosprecio por sus adversarios, en quienes veían no mucho más que un
conjunto de rústicos campesinos rebeldes. Delbrück señala que “… En
tanto se sostuviera tal concepto, era naturalmente imposible pensar que entre los
caballeros pudiera existir una idea estratégica ingeniosa, previamente
planificada”. Así como la caballería feudal aristocrática ostentaba
valentía hasta la temeridad, también era arrogante y prejuiciosa.
Estos errores de las fuerzas
incursoras no desmerecen en absoluto la brillantez desplegada por los
confederados tanto en la elección del terreno como en el desarrollo táctico del
combate. Delbrück señala con acierto que si hubieran limitado su acción a una
acometida en el flanco incursor, habrían obtenido la victoria casi con
seguridad, pero el ejército enemigo podría haber escapado. Pero al bloquear el
camino en un paso angosto, el ejército enemigo se fue amontonando en el
lugar y recién entonces se desencadenó el ataque por el flanco contra los
caballeros que continuaron avanzando penosamente por la angosta brecha que
dejaba el bloqueo. Organizar una defensa eficaz, en tales condiciones, no era
viable. Rodeados, la retirada era imposible. Ante el aniquilamiento, sólo
quedaba el lago...
John de Winterthur resume lo
ocurrido diciendo que no se trató de una batalla, sino de una carnicería en la
que “los montañeses” masacraron a los
hombres del duque Leopoldo “como si
fueran ovejas” en medio del caos que habían desatado. Sin lugar a dudas,
Morgarten fue una batalla que muestra circunstancias poco habituales.
Kelly DeVries, en su obra sobre la
guerra de la infantería en los comienzos del siglo XIV, expresa que si por
batalla ha de entenderse el enfrentamiento de dos ejércitos convenientemente
preparados y ordenados, tres de las batallas libradas en el periodo indicado
quedarían excluidas de tal definición, que reúne bajo el epígrafe “tres
emboscadas de infantería”. Una de ellas, dice, sería Morgarten, conjuntamente
con otras dos batallas ocurridas durante la Guerra de los Cien Años, Auberoche
(1345) y La Roche-Derrien (1347) [8].
Lo cierto es que, tal
como lo resume Oman, los suizos, con su habilidad táctica instintiva, sumada a
una sabia elección del terreno, no le dieron a la caballería feudal la
posibilidad de atacarlos y, agregaríamos, de defenderse. Morgarten fue la
expresión rudimentaria del sistema militar suizo, el punto de partida de una
prolongada e ininterrumpida evolución de tal sistema, que no mucho tiempo
después se consagraría en las batallas de Laupen (1339) y Sempach (1389). Si en
Morgarten la victoria de los confederados se dio en un marco geográfico favorable,
que unido a la táctica desarrollada, imposibilitó a la caballería actuar
conforme lo venía haciendo exitosamente, en Laupen, por ejemplo, en un terreno
llano, la infantería confederada pudo vencer a una infantería pesada apoyada
por la caballería feudal.
Poco tiempo después de la batalla,
como se ha señalado al comienzo de este trabajo (véase Primera Parte, nota
2) los tres cantones forestales se
reunieron en Brunnen para renovar y completar la antigua alianza de 1291,
reafirmando su autonomía política.
Por muchos años, hasta fines del siglo XVIII,
la victoria de Morgarten era celebrada especialmente sólo en los cantones
forestales, a los que se agregó Zug. Las conmemoraciones tenían carácter
religioso, de acción de gracias y de recuerdo de los caídos. Pero con el
tiempo, y en especial a partir de la celebración de los seiscientos años del
Pacto de 1291, Morgarten fue adquiriendo una mayor significación política, en tanto
fue una expresión de determinación para defender la libertad y la independencia
de cualquier dominación extranjera.
La “querella” de los monumentos
Entre las muchas incógnitas que rodean aún hoy a la batalla de Morgarten, se encuentra la del lugar exacto donde la misma tuvo lugar. Se han realizado numerosas excavaciones en la zona, cuyos resultados sólo confirman la existencia de elementos habrían sido utilizados en la misma, manteniéndose aquella incógnita.
Así, de acuerdo con un artículo publicado en 1910 por la Revista Militar Suiza, en abril de 1909 se habrían encontrado tres elementos que, de acuerdo con lo informado tanto por expertos del Museo Nacional Suizo como del Museo Militar de Viena, pertenecían a la época en que se habría librado la batalla. Se trataba de una herradura, de una espuela y de una masa de armas. Al parecer, era frecuente la aparición de elementos similares, que quienes los hallaban “vendían para que el hierro fuera fundido”.
Poco más de un siglo después, en 2015 y en el marco del festejo de los 700 años de la batalla, un grupo de arqueólogos patrocinado por las autoridades de los cantones de Schwyz y Zug encontró diversos elementos propios de la época en que tuvo lugar la batalla, entre los cuales se encontraban doce monedas de plata que datan de principios del siglo XIV, dos dagas y la funda de una tercera, puntas de flecha y dardos de ballesta y herraduras.
La cuestión cobro interés cuando, a principios del siglo pasado, coincidiendo con la revalorización política de la batalla, se imponía la erección de un monumento recordatorio.
Pero, ¿cuál sería el lugar donde sería levantado monumento, habida cuenta de la inexistencia de pautas para establecer la locación precisa de la batalla? En circunstancias normales, no sería más que un detalle, importante aunque no decisivo. Pero ocurre que toda la zona donde se presume que pudo ocurrir la batalla es fronteriza entre los cantones de Schwyz y Zug.
Naturalmente, creció la polémica, y los debates entre unos y otros no arrojaron luz sobre la cuestión. No obstante, el 2 de agosto de 1908 se inauguró el monumento en la colina de Büchwaldi, sobre el lago Aegi, en el cantón de Zug. Pese a la incógnita sobre el lugar de la batalla, no quedaban dudas de que la misma se habría desarrollado más allá del extremo del lago (no faltaron voces que afirmaron que el lugar fue elegido más por su atractivo turístico que por consideraciones históricas). El descontento de la gente de Schwyz fue tal que sus autoridades no concurrieron a la inauguración del monumento (y es de presumir que su pueblo tampoco).
Ambos monumentos no se excluyen, coinciden en ser la rememoración de un hecho que en muchos detalles se subsume en lo que ha dado en llamarse “mitos fundacionales”, un conjunto de leyendas y narraciones orales tradicionales sobre sucesos que hacen a la fundación de la Confederación Suiza y que giran en torno a hechos que habrían ocurrido teniendo al año 1300 como eje: la historia de Guillermo Tell, la rebelión de los cantones primitivos o forestales, el juramento de la alianza entre estos…
Muchas de estas leyendas y narraciones no han podido ser relacionadas con los hechos tal como ocurrieron, pero la fuerza de las mismas radica en que han contribuido decisivamente “en la formación de la ideología nacional”.
[1] Si bien el sitio exacto donde tuvo lugar la batalla
permanece sin determinar, pese a los numerosos estudios realizados, ha quedado
en claro que en esa época, debido al nivel del lago (dos metros por encima del
actual) y al clima más frío, la superficie del terreno pantanoso debió ser más
extensa y la superficie del valle húmeda y poco transitable. Ello debió influir
para que el ejército austriaco buscara un trayecto más practicable, al pie de
las colinas boscosas, facilitando así el ataque que sufriera. No puede descartarse
en absoluto que estas circunstancias hayan sido tenido en cuenta por los confederados
en la elección del terreno.
[2] Una de las tantas leyendas que rodean la batalla de
Morgarten se encuentra la que atribuye a un anciano llamado Rodolphe Reding de
Biberegk, “sabio y experimentado en el
arte de la guerra de quien el pueblo escuchaba sus consejos y los seguía
escrupulosamente”, haber aconsejado a su gente apostarse en las alturas de
Morgarten para desde allí atacar a las fuerzas del duque en los pasajes
estrechos, “flanqueándolas, separándolas
y poniéndolas en fuga”…
[3] “Como
si la Divina Providencia estuviera del lado de los confederados”, poco
antes de la batalla ocurrieron algunas inundaciones que ampliaron la zona
pantanosa, haciendo aún menos viable el paso franco por el desfiladero.
[4] En lo que se
considera como la primera actuación de una fuerza predecesora de los modernos
ingenieros de combate, unos cincuenta soldados originarios del cantón de
Zurich, obreros de la construcción, trataron de forzar el obstáculo, pereciendo
la mayoría de ellos en el intento (DHS).
[5] El lanzamiento
de piedras -que en Morgarten se reforzó con el de troncos de árbol- era una
antigua táctica germana para sembrar el desorden entre la caballería enemiga poco
antes de que comenzara el ataque de la infantería (Becker).
[6] El duque cabalgaba hacia Zug, cuenta
John de Winterthur, mostrando un extremo abatimiento, “parecía, dice, destruido por una tristeza extrema”.
[7] Habrían perecido alrededor de
quinientos infantes, la mayoría de ellos por haber sido atropellados por los
caballeros que trataban de huir del ataque confederado.
[8] La comparación nos parece poco
acertada. Ambas batallas se dieron en torno a dos plazas sitiadas por las
fuerzas francesas. En uno y otro caso, acudieron tropas inglesas para liberar
el cerco. En el caso de Auberoche, los ingleses se ocultaron en un bosque desde
donde atacaron por sorpresa a sus adversarios, venciéndolos. Podría hablarse,
en principio, de una emboscada. En cambio, en La Roche-Derrien, la victoria
inglesa escapa a tal calificación. El ejército sitiador se distribuía en torno
de la plaza en diferentes sectores. Acudió un contingente inglés para liberar a
los sitiados que ataca a algunos de esos sectores, siendo derrotado, inclusive
cayendo prisionero el jefe inglés, Sir Thomas Dagworth). Empero, decidió la
batalla la salida que, desde dentro de la plaza sitiada, llevó a cabo su
defensor, Richard Totesham, quien cayó sobre la retaguardia francesa, cayendo
uno tras otro los distintos sectores. Como puede advertirse, sobre todo en el
último caso, no existen puntos de contacto con lo ocurrido en Morgarten (en La
Roche-Derrien no puede evitarse, mutatis
mutandi, evocar lo ocurrido siglos antes en Alesia).
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© Rubén A. Barreiro 2019
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