En la página FUEGO Y MANIOBRA encontrará la Introducción y capítulos referidos a la guerras en la Edad Media, de la obra del mismo nombre del Dr. Mg. Jorge A.Vigo

10 de abril de 2019

Esto se dijo...


"Los hombres de este ejército se unieron con un único propósito: someter y humillar completamente a esos campesinos rodeados por montañas como muros" Arenga del Duque Leopoldo de Habsburgo a las tropas que combatirían en Morgaten, según Juan de Winterthur.

La batalla de Morgarten

La primera batalla suiza por la libertad e hito de la “revolución de la infantería” medieval

Segunda Parte


V.           Las fuerzas confederadas. No existen datos precisos acerca del número de los defensores confederados que se oponían a la poderosa fuerza del Duque Leopoldo. Hans Delbrück lo ha estimado entre 3000 y 4000 hombres [1], en tanto la mayoría de autores concuerda en que esos efectivos oscilaban entre 1300 y 2000 hombres (Oman, Gibbon, Becker, Winkler). De ellos, el núcleo principal estaba compuesto por originarios de Schwyz. El contingente de Uri ascendía a unos 300 hombres. En cuanto a Unterwald, pese a que se encontraba directamente amenazado, con buen criterio decidió mandar refuerzos (unos 100 hombres) en tanto la defensa de Schwyz aparecía como decisiva (Winkler).

Los mandos y su elección. Aunque tampoco hay referencias concretas al respecto, existe consenso entre los cronistas de la época que al mando de las tropas confederadas se encontraba el landamman -a cargo del gobierno- de Schwyz, Werner Stauffacher, quien había liderado el ataque a la abadía de Einsiedeln al que ya nos hemos referido. Delbrück ha puesto de manifiesto las cualidades de Stauffacher, tanto en lo que hace a su capacidad de planificación para juzgar la naturaleza del terreno y determinar en función de ello el despliegue de sus fuerzas, como para ejercer un liderazgo que le aseguraba la confianza y el completo control de sus tropas. Con relación a los oficiales al mando, los mismos eran elegidos por las comunidades respectivas (Vigo).


Reclutamiento. Con relación al reclutamiento, más allá de la cantidad de habitantes de cada uno de los cantones forestales, se ha calculado que alrededor de la cuarta parte de la misma estaba compuesta por hombres adultos físicamente aptos para el combate. El reclutamiento tenía una base igualitaria, es decir que no tenía en cuenta consideraciones basadas en diferencias sociales o económicas, salvo en lo que hace a la provisión de armas y equipos, según se verá. El reclutamiento comenzaba a los 16 años y continuaba en tanto se mantuvieran las condiciones físicas necesarias (en general hasta los sesenta años).  Tampoco existían cuerpos o unidades de élite, diferenciados del resto (como sucedía con la caballería feudal en otros ejércitos). Como una excepción a este principio, y como una leyenda más de las tantas que rodean la batalla, varios autores han destacado la presencia en la misma de un grupo de combatientes, sólo identificados como “proscriptos” o “malhechores”,  que habría desempeñado un rol importante en la misma (véase aparte).

Motivación, actitud, cohesión: características esenciales de los confederados. En algunas de las primeras crónicas de la batalla, sus autores sostenían que los confederados en general y los del cantón de Schwyz en especial, eran “vulnerables” o “inexpertos” (Winkler). Sin embargo, los habitantes de los cantones originarios lejos estaban de presentar tales debilidades.

Los ciudadanos-soldados confederados estaban animados por un fuerte sentido de pertenencia a sus cantones de origen y por ende, por la determinación que mostraban para defender sus libertades y la independencia que desde el Pacto de 1291 se estaba gestando. Naturalmente, tal actitud acrecentaba la firme disposición para luchar contra un invasor extranjero, como sucedería en Morgarten. Por otra parte, como lo señala Verbruggen, las propias características de la vida en los valles alpinos, con los sólidos lazos existentes entre sus habitantes, creados a través de su aislamiento y trabajo en los campos comunes, hacían de los mismos una fuerza coherente y decidida [2]. Todo ello redundaba en claras ventajas en caso de emergencias como la que debieron afrontar con la incursión del duque Leopoldo. Esta notable cohesión en medios y fines, unida al territorio reducido de los valles, hacía que las fuerzas se reunieran en unas pocas horas frente a cualquier amenaza [3].

Conocimiento y elección del terreno. Fue en esos valles y en las montañas que los rodeaban donde se fueron desarrollando las habilidades que los soldados confederados mostraron en Morgarten. La primera de ellas, moverse con seguridad y rapidez en ese terreno inhóspito, con lo que lograban una movilidad por líneas interiores que podía ser decisiva, frente a fuerzas no habituadas o imposibilitadas de actuar en tales condiciones. La segunda y más importante, aprovechar las características del terreno para desplegarse y entrar en batalla desde posiciones favorables. Como se verá, en Morgarten la elección del terreno de acuerdo con sus características fue sin dudas el elemento decisivo en el resultado de la batalla. 

En cuanto a las habilidades y experiencia de los ciudadanos de los tres cantones, desde hacía tiempo se habían comprometido en acciones militares no solo dentro del territorio de sus vecinos, sino, por ejemplo, como mercenarios en Italia y durante el sitio de Besancon en 1289, a las órdenes Rodolfo I de Habsburgo [4] [5]. Fue en Italia, como lo señala Verbruggen, donde aprendieron las tácticas de los soldados de infantería de los ejércitos comunales. En el ataque a la abadía de Einsiedeln, si bien no puede hablarse de una operación militar propiamente dicha, sí es de destacar la habilidad mostrada por los incursores en su desplazamiento nocturno por el terreno montañoso y en pleno invierno.

Descarnadamente, Verbruggen afirma que por regla general los soldados más primitivos, los de maneras más rudas y menos civilizadas eran los más belicosos y por ello “a comienzos del siglo XIV [los caballeros] se quejaban amargamente de las brutales costumbres de los soldados de infantería flamencos, suizos y escoceses”. Naturalmente, la más brutal de tales costumbres era la de no dar ni pedir cuartel y menos tomar prisioneros. Tal como ocurrió en Morgarten.

Equipo y armamento. Los cantones proveían de equipo y armamento a los reclutas que no tenían medios para procurárselos, para lo cual se recurría a los más pudientes, quienes, en tal caso y con frecuencia, eran favorecidos con la exención o rebaja de impuestos (Becker). Las armas que se adjudicaban a los reclutados permanecían en su poder mientras conservaran tal condición [6]. En muchos casos, los convocados podían poseer armas, en tanto, al menos los originarios de Uri y Schwyz,  al haber sido declarados "libres" (desde 856 y 1240 respectivamente), esto es, sólo sujetos a la autoridad real, se les confería el derecho de poseerlas, familiarizándose con su manejo y utilización táctica, lo cual de hecho significó la “creación informal de una fuerza voluntaria ‘part-time’ de carácter permanente” (Waldman).
Soldados confederados, con sus "armas": daga, piedra y alabarda...
Detrás, el monumento dedicado a los  Héroes de Morgarten (1908) 

Con respecto a la vestimenta de los confederados en Morgarten, era la común puesto que no estaban uniformados. Carecían de armadura u otras protecciones, salvo en algunos casos individuales (guantes, protección del cuello, etc) [7]. Calzaban zapatos de madera con clavos de hierro que les aseguraban la marcha por los caminos desiguales y peligrosos, a veces cubiertos de hielo, de los terrenos montañosos que frecuentaban.

En cuanto a las armas, la alabarda predominaba casi excluyentemente entre los confederados (véase aparte). Estando a algunos grabados, también se habrían utilizado algunas picas, que se transformarían en el arma emblemática de los poderosos contingentes suizos que campearon por casi dos siglos en la historia militar de Europa. Algunos soldados blandían la temible maza “estrella de la mañana” o “lucero del alba” y también dagas. La mayoría de los autores, incluido Delbrück, mencionan que, al menos en la primera parte de la batalla, se habrían utilizado ballestas [8]. Como lo veremos, en Morgarten las “armas arrojadizas” por excelencia fueron las piedras y troncos de árboles con los que los confederados sorprendieron y abrumaron a las huestes de Leopoldo.

De acuerdo con los grabados que ilustran la batalla, los confederados aparecen con estandartes de los tres cantones. Si bien podría tratarse de un agregado simbólico del artista, sí es cierto que los soldados de Schwyz portaban su pendón rojo con una cruz blanca en el ángulo superior izquierdo [9]. Asimismo, la mayoría de los soldados confederados portaba una identificatoria cruz blanca en uno de sus brazos o en los pantalones.


Balanceada por los fuertes brazos de los pastores alpinos, atravesaba cascos, escudos o cotas de malla como si fuesen de cartón… 

La alabarda, tal el arma mortal a la  que se refiere Charles Oman, fue un arma decisiva en la batalla de Morgarten. Comenzó a usarse hacia mediados del siglo XIII y se cree que es de origen germano aunque su uso fue consagrado por los suizos. Su nombre deviene del alemán hallenbarte (de halm, asta y barte, hacha). Al asta de fresno u otra madera dura, que medía aproximadamente 1,70/2 m, se le fijaba una cabeza de armas consistente en una hoja o cuchilla en forma de hacha que remataba en una punta de lanza. Del lado opuesto, había un gancho de menor tamaño. Se trataba de un arma “liviana, versátil y relativamente barata”. 


Los alabarderos operaban su arma con ambas manos, razón por la cual no portaban escudo. El uso de la alabarda requería cierta fuerza que era potenciada balanceándola en grandes ángulos, de manera tal que cuando el caballero era alcanzado, podía atravesarse su armadura, infligiéndole heridas masivas que con frecuencia eran mortales . Con el gancho del lado opuesto, y por más invulnerable que apareciera la armadura, siempre habría alguna irregularidad en su superficie que permitiría fijar el gancho y tirando del conjunto desmontar al caballero. Y una vez que este estuviera en una posición vulnerable, con la punta del extremo de la alabarda perforar el peto de la armadura o, todavía mejor, no esperar el derribo y tratar de perforar la armadura sin necesidad de desmontarlo…
El alabardero en acción

La alabarda fue el arma de asta que, por primera vez, dio a los soldados de a pie una ventaja, que con el tiempo se hizo decisiva, sobre la caballería, en tanto su versatilidad permitió atacar a los jinetes, penetrando y rompiendo sus armaduras. 
Pero así como el balanceo del arma proporcionaba una energía adicional que permitía alcanzar a los caballeros, sea desmontándolo, sea perforando su armadura, y en uno y otro caso quedando a merced del alabardero, este quedaba en una situación de clara desventaja si erraba el golpe. El propio impulso que había dado al arma, lo dejaba desequilibrado si no alcanzaba el blanco, siendo entonces una presa fácil  para su oponente. Por ello se ha dicho que el ataque del alabardero, tan “brutal” como “rápido”, era a “todo o nada”, en tanto errar el golpe constituía a menudo un “error mortal”. Esto hacía necesaria una extrema cohesión entre quienes rodeaban al alabardero ocupado en su tarea mortal con su adversario, para protegerlo en caso de errar el golpe o del ataque por otros caballeros. 

En la medida que el combate se hacía cercano, la alabarda perdía eficacia, y la mayor longitud de las lanzas de los caballeros se imponía. Esto hizo que paulatinamente la alabarda fuera reemplazada, en tanto arma ofensiva, por la famosa pica característica de los ejércitos suizo, que alcanzaba una longitud de hasta cinco metros. De todos modos, las alabardas continuaron usándose teniéndose en cuenta su versatilidad, que no era por cierto una característica de la pica. Unas y otras se integraron en las formaciones que vencieron en sucesivas batallas a la caballería feudal y a sus sucesores.














[1]           Delbrück parte de la base de que la población de Schwyz ascendía, en la época de la batalla, a unos 18.000 habitantes, de los cuales no menos de 3000 serían convocados “en caso de extremo peligro”. A esta cantidad, continúa, debieran agregarse los soldados procedentes de Uri y Unterwald.
[2]           Delbrück adelanta una teoría atrayente aunque por cierto que discutible, cuando afirma que al predominar en los montañeses la vida de pastores y cazadores los predisponía para sostener un espíritu belicoso, cosa que era menos marcada en los agricultores de las tierras bajas. En los cantones primitivos existían agricultores que, como hombres libres, defendían con denuedo sus tierras. Por otra parte, por las circunstancias propias de la geografía alpina, y de su clima, lo común era que en un mismo individuo se reunieran unas y otras actividades.
[3]              “Un pueblo que considera a la gloria militar como una de las cosas por las que vale la pena vivir, va hacia las armas sin necesidad de segunda convocatoria” (Oman).
[4]             “… por último los tres cantones libres de Suiza, que comenzaban a reunir fondos proporcionando soldados, enviaron a Rodolfo mil doscientos de estos vigorosos montañeses, cuya intrepidez, disciplina y flexibilidad los llevaba a desdeñar la vanidad de la caballería feudal” (Castan).
[5]             “Los suizos… aprovechando a la vez la oscuridad de la noche y su hábito de frecuentar las montañas, se ocultaron… en una hondonada natural que desde las alturas de Bregille dominaba la ciudad. De allí se lanzaron de improviso, masacrando a los defensores… un clamor inmenso se dejó oir… Rodolfo sólo conoció su causa cuando vio a sus valientes suizos volver cargados con el botín…” (Castan). Acción premonitoria de lo que ocurriría pocos años después en Morgarten…
[6]           Siguiendo esta línea, propia del concepto de miliciahasta la actualidad, por todo el término de sus obligaciones militares los ciudadanos-soldados de la Confederación Suiza conservan en sus domicilios el arma que les ha sido confiada (fusil de asalto o pistola, según los casos), conjuntamente con el equipamiento del caso (p.ej. uniforme).
[7]           Entre las cualidades más formidables de la infantería suiza de la época se encontraba, según Oman, la rapidez de sus movimientos, tanto durante la marcha como para formarse en la batalla. Ello, dice, debido a que no estaban sobrecargados con armaduras. Agregaríamos que el uso generalizado de alabardas imponía prescindir de los escudos, lo cual facilitaba el desplazamiento de los soldados.
[8]           En trabajos arqueológicos realizados recientemente en el lugar donde habría tenido lugar la batalla, se encontraron, entre otros objetos, dos dardos o flechas, que datan del siglo XIV, lo cual confirmaría el uso de ballestas o arcos en el combate (www.thelocal.ch/20150619/artifacts-found-on-700-year-old-swiss-battle-site).
[9]           Si bien no existen datos precisos al respecto, el estandarte rojo con la cruz blanca, emblema del Sacro Imperio Romano Germánico, fue en reconocimiento de los servicios prestados durante el sitio de Besancon al que ya se ha hecho referencia. De allí que se haya dicho que “así como su nombre, Suiza ha recibido su bandera de los montañeses de Schwyz, vencedores de la primera batalla por la libertad” (RMS). 

Continuará

 © Rubén A. Barreiro 2019


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