Esto se dijo....
¡El rey nunca es capturado, ni en la
guerra ni en el ajedrez! Atribuido
a Luis VI de Francia, El Gordo.
La batalla de
Brémule se libró el 20 de agosto de 1119. Allí se enfrentaron quinientos
caballeros ingleses al mando de Enrique I Beauclerc con cuatrocientos
caballeros conducidos por el rey de Francia Luis VI El Gordo. El combate tuvo
lugar en el marco de las luchas que se desataron a la muerte de Guillermo el
Conquistador (1087) en torno al ejercicio de la autoridad del rey inglés sobre
el Ducado de Normandía.
Guillermo había
dispuesto que a su muerte le sucediera en el trono de Inglaterra su hijo
Guillermo El Rojo, en tanto que su hijo mayor, Robert Courteheuse, recibiría el
Ducado de Normandía. Su hijo menor, Enrique Beauclerc sólo heredaría algo de
dinero. Pero, a la muerte de Guillermo en un accidente de caza, en 1110, Enrique
se hizo cargo del trono inglés. Robert quiso hacer valer sus derechos
dinásticos como hijo mayor, invadiendo Inglaterra sin éxito (1110), dando con
ello un pretexto a Enrique para, a su vez, desembarcar en Normandía y
reunificarla con Inglaterra (el ducado, desde 1087 había asumido “una
existencia independiente”, durante la cual Normandía se disgregó y “el
feudalismo retomó sus hábitos de pillaje y guerras privadas”
-Lavisse-Lucaire-).
Enrique I Beauclerc |
Enrique dio el
primer paso para lograr tal objetivo, al vencer a su hermano Robert en la
batalla de Tinchebrai, librada el 28 de septiembre de 1106. Robert fue hecho
prisionero y trasladado a Inglaterra y trasladado a Cardiff, en Gales, donde
permaneció hasta su muerte en 1134. Enrique I reasumió el título de Duque de
Normandía, comenzando a restaurar la unidad política entre Inglaterra y el
Ducado. Los barones de la comarca veían en esto una amenaza a su poderío y se
valieron del hijo de Robert, William Cliton, pese a su corta edad (había nacido
en 1102), para disputar la autoridad del rey inglés.
El rey de
Francia Luis VI, vio entonces la oportunidad de minar la presencia inglesa en
Normandía uniéndose a la postura de los barones en rebeldía como un paso previo
indispensable para recuperar el vasto territorio normando (desde 911, por el
tratado de Saint-Clerc-sur-Epte, el rey Carlos III El Simple había cedido
Normandía al vikingo Rollo, comenzando un asentamiento que no sólo dio nombre a
la región sino que resultó el trampolín para que en 1066, batalla de Hastings
mediante, Guillermo, hasta entonces El Bastardo, pasara al
ser El Conquistador y rey de Inglaterra).
Las únicas
fuentes primarias que ilustran sobre lo ocurrido en la batalla son dos: Orderic
Vitalis y Suger de Saint-Denis. Monje benedictino inglés el primero, abad
francés Suger, ambos cronistas de su tiempo, que dan de la batalla un relato
más o menos coincidente, con los matices propios de su respectiva pertenencia a
uno de los bandos.
De la narración
de Vitalis surge, como el primero de los hechos sorprendentes de esta batalla,
que los adversarios se enfrentaron en ella sin buscarse, casi por azar, en
tanto uno y otro soberano ignoraban la presencia del otro en la región. Gran
sorpresa entonces, cuando cuatro vigías que había destacado el rey inglés
vieron acercarse “a una tropa con cascos y estandartes”.
La batalla tuvo
lugar “en las cercanías de la colina de Verclives, en un campo abierto
y amplio llamado Brémule por los lugareños”. El rey inglés preparó un
dispositivo que resultaba poco común: una buena parte de los caballeros
enfrentaron desmontados al enemigo, mientras que el resto permanecía como
reserva (en la batalla de Taginae -552- Narses había enfrentado a los
ostrogodos de Totila con un dispositivo similar; en 1346, Eduardo III
derrotaría a los franceses en Crécy, en una batalla defensiva con la mayoría de
sus caballeros desmontados).
La batalla se
resolvió rápidamente, ya que podría haber durado no más de un par de horas. Los
caballeros franceses cargaron desordenadamente y fueron derrotados luego de un
breve e intenso combate.
Los ingleses
tomaron ciento cuarenta prisioneros y el resto se retiró del campo de batalla.
El rey Luis, en soledad, se perdió en un bosque luego de dejar en manos de los
ingleses su caballo y estandarte; el caballo le fue devuelto por Enrique al día
siguiente, no así el estandarte, que conservó como un recuerdo de “la victoria
que Dios le había concedido”.
Sólo murieron
tres franceses. Este es el otro hecho notable de la batalla, aunque en este
caso fue una característica bastante habitual en los enfrentamientos entre
caballeros. Vitalis lo explica: “estaban todos protegidos con
armaduras, y se preservaban unos a otros por temor a Dios y por la hermandad de
las armas. Estaban más preocupados por capturar a los fugitivos que por
matarlos…Como soldados cristianos no tenían sed de la sangre de sus hermanos…”.
Si bien es
cierto que son numerosos los ejemplos en que los caballeros enfrentados
trataban de ahorrar la sangre de sus “iguales del otro bando”, no
es menos real que la obtención de rescates por la vía de hacer prisioneros era
lo habitual.
Luis VI El Gordo |
© Rubén A. Barreiro 2018
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