En la página FUEGO Y MANIOBRA encontrará la Introducción y capítulos referidos a la guerras en la Edad Media, de la obra del mismo nombre del Dr. Mg. Jorge A.Vigo

27 de octubre de 2014

LA CHEVAUCHÉE

Su utilización durante la Guerra de los Cien Años.


Segunda Parte

V.        Una vez analizadas las características principales que hacen a la práctica de las chevauchées, es posible determinar cuáles eran los objetivos tenidos en cuenta por el mando inglés.

De la descripción que antecede, no quedan dudas que a través del saqueo permanente y la destrucción, la principal consecuencia era sembrar el terror entre la población de la campaña (por lo general, se evitaban ciudades importantes o amuralladas). Obviamente, no se trataba del terror por el terror mismo. En primer lugar, el miedo a sufrir ataques de esta naturaleza llevaba a las poblaciones rurales a refugiarse en las ciudades amuralladas más o menos cercanas. Esto implicaba, o el abandono de los cultivos sin cosecharlos, o desistir de nuevos sembrados. Por su parte, no todo el ganado podía trasladarse al resguardo de esas ciudades, por lo que era abandonado, destruido o arreado por los incursores o disperso por la comarca.

La gran movilidad de las chevauchées las tornaba impredecibles en cuanto a la época y lugar de su ocurrencia, permaneciendo tan solo la certeza de su poder de destrucción, acentuada por aquella incertidumbre.
Una escena de saqueo en París. Si bien no pertenece a una acción 
durante una chevauchée, ilustra acabadamente al respecto 
(British Library, Royal 20 C VII f.41v[14])

La población en estas condiciones era presa fácil primero del desencanto y luego del descontento con respecto a la autoridad francesa, en tanto se sentía desprotegida por quien tenía el deber de velar por sus vidas y sus bienes. Por otra parte, sea por esta desconfianza, sea por la imposibilidad real de procurarse los medios necesarios, la recaudación de impuestos necesarios para sostener el esfuerzo bélico se resentía en forma creciente.

Es interesante destacar con relación a este último aspecto, que en las chevauchées también se perseguía la obtención de fondos que, en parte, se destinaban a la financiación de la campaña. Muchos de los objetos de valor saqueados eran vendidos y en muchas ocasiones el rescate que se pagaba por personajes apresados durante las incursiones se destinaba a tal fin (una vez descontadas las partes destinadas a los intervinientes) [15]. Sin perjuicio de ello, han existido algunos episodios donde la obtención de una ventaja material fue dejada de lado en pos de la “justicia” cuya obtención se decía perseguir por medio de la chevauchée. Tal el caso, por ejemplo, de la actitud del Príncipe Negro en 1355, al rechazar los 250.000 ducados de oro que se le ofrecían para evitar el incendio de un área de la ciudad de Carcassone, puesto que “había venido buscando justicia, no oro[16].
En síntesis, más allá de la incidencia cierta del terror sembrado en la población, las chevauchées perseguían, dañando la economía, debilitar la autoridad política y moral en la región que recorrían y las cercanas a la misma [17].

Podría decirse que lo expresado en el párrafo que antecede es el eje común a todas las chevauchées. Pero analizando las circunstancias de las principales aparecerían otros objetivos.
Las tres chevauchées más importantes luego del periodo de mayor auge.También se advierten los recorridos de las Grandes Compañías o routiers,“mano de obra desocupada” durante el periodo que siguió inmediatamenteal Tratado de Brétigny 18.
La controversia más interesante al respecto es acerca de si las chevauchées constituían, por parte de los ingleses, un modo de eludir batallas campales con los franceses o, por el contrario, si en determinados casos fueron lo contrario, es decir, una serie de maniobras destinadas a provocar una batalla de tales características en el momento y lugar adecuado.

Quienes propugnan la primera de las posiciones, se basan en que el propósito de Eduardo III al invadir Francia era sembrar el caos, ejerciendo presión sobre la población civil por medio de la destrucción y el terror [19]. No puede dejar de señalarse que siendo la cuestión dinástica la causa más señalada de la guerra, socavar la autoridad de la monarquía francesa, desestabilizándola institucionalmente, era para Eduardo III un punto más que importante y que trascendía al resultado de una batalla.

Se ha señalado con relación al objetivo político de Eduardo III, que este tenía conciencia plena de su imposibilidad de ocupar militarmente el extenso territorio francés, de manera tal de lograr por ese medio la consolidación de su pretensión dinástica. La chevauchée, ante tal realidad, con su contundencia, rapidez y eficacia obraba pesadamente sobre la lealtad de los habitantes del territorio alcanzado por aquella: la falta de reacción del rey francés, que debía protegerlos, le enajenaba la adhesión de aquellos y los inclinaba por Eduardo, más por temor ante su demostración de poder que por cualquier otra consideración. Entonces, se podía prescindir de la ocupación permanente, habida cuenta de su imposibilidad, sustituyéndola por la impresión causada por las correrías y por el temor de su repetición [20].

Tomando como base las batallas de Crécy (1346)  y Poitiers (1356), Clifford Rogers ha sostenido la tesis contraria [21]. Es decir, que las chevauchées que culminaron con tales encuentros estuvieron encaminadas a atraer a los franceses a una batalla campal, que se libraría, como ocurrió en esos casos, en circunstancias de tiempo y lugar elegidas por los ingleses.

Escaparía a la índole de este trabajo entrar en un análisis detallado de ambas posturas. De todos modos, se trata de establecer si Crécy y Poitiers ocurrieron “gracias” a las chevauchees o “pese” a las mismas. La posición de Rogers parece que se sostiene sobre un argumento que se nos ocurre de lógica elemental: si el propósito de las chevauchées previas a tales batallas era eludir la posibilidad de su producción, ¿cómo fue que finalmente ocurrieron, cada una de ellas con un aplastante, categórico, triunfo inglés? [22].

VI.       Poco a poco, en la segunda mitad del siglo XIV, las chevauchées fueron mermando en su frecuencia e intensidad, salvo algunos casos aislados. Se ha dicho que una de las razones es que los franceses habían caído en la cuenta de que debían rehuir la batalla a la que por lo general querían inducirlos los ingleses por medio de estas incursiones. Las lecciones de Crécy y Poitiers parecían haber sido aprendidas. Por otra parte, también se dedujo de los acontecimientos cerrados por el Tratado de Brétigny, que la derrota en batallas campales no era el único riesgo mortal que se corría con las chevauchées. Estas, con su tendal de destrucción, saqueos y caos, amenazaban, como se ha visto, la viabilidad del gobierno francés. Este decidió entonces construir fortalezas y amurallar a las ciudades importantes, tomándolas como puntos de apoyo de sus fuerzas, que se dedicaron a hostigar con repetidos y breves golpes de mano a las chevauchées  y de este modo reducir la sorpresa, velocidad y amplitud de sus desplazamientos,  que eran sus características más destacadas [23].

VII.      Cuando Eduardo III decide perseguir con las armas el reconocimiento de sus derechos dinásticos al trono francés, la chevauchée representaba un recurso militar del que existía vasta y directa experiencia en los enfrentamientos entre ingleses y escoceses, el cual resultaba apropiado para remontar una serie de situaciones que podían tornar inviable tal intervención militar. La superioridad militar francesa, la vastedad del territorio francés, la inexistencia de puertos seguros y bien ubicados en la costa francesa, la insuficiencia de recursos financieros propios para sostener una guerra prolongada, la necesidad de obtener recursos para la subsistencia de sus tropas y al mismo tiempo negarlos al adversario, despertar en la población francesa un doble sentimiento de vulnerabilidad  hacia sus gobernantes y de adhesión a Eduardo ante la aparente omnipotencia de este para incursionar una y otra vez, impune y despiadadamente, en su propia tierra. Tales eran esas situaciones que, al menos en el periodo que concluye con el Tratado de Brétigny, las chevauchées contribuyeron decisivamente a controlar.

            Las características de las chevauchées, basadas sistemáticamente en la destrucción, la apropiación de recursos, el saqueo, la extorsión y el ataque indiscriminado a la población civil han llevado a muchos autores a considerar que, en este aspecto, la de Eduardo III en Francia fue ciertamente una guerra total, en el concepto que tal expresión ha alcanzado en nuestros días [24].

            El examen de estas acciones desde el punto de vista legal y moral ha de realizarse, como en todo estudio de lo ocurrido en una época determinada, de acuerdo con los criterios, pautas, principios y convicciones de esa época. “La guerra es un fenómeno cultural…La guerra ofrece al historiador o al sociólogo  la oportunidad de estudiar las relaciones entre la realidad y la norma, entre la práctica y la ética, entre el hecho y el derecho” [25]. Con relación a la chevauchée, con total conocimiento de los métodos empleados, en general se la ha considerado como un procedimiento militar exento de críticas de orden ético o legal, en tanto y en cuanto tuviera como finalidad obtener el reconocimiento de un derecho, injustamente negado. Surge con claridad que, en definitiva, en la legimitidad de la chevauchée subyace el concepto de guerra justa [26]. Por cierto que en la pugna para obtener el reconocimiento de un derecho, el principio de proporcionalidad debe tenerse en cuenta, es decir el equilibrio entre los medios utilizados para tal fin y la intensidad y límites dentro de los cuales tales medios son puestos en práctica.

            Las chevauchées de la Guerra de los Cien Años fueron un método exitoso hasta unos años después del Tratado de Brétigny. Su persistente utilización terminó, como invariablemente ha ocurrido en la historia de la guerra, por ser debidamente contrarrestada por el oponente, hasta tornarla ineficaz. 




[14]         Disponible en www.bl.uk/catalogues/illuminatedmanuscripts/ILLUMIN.ASP?Size =mid&IllID=41778
[15]         “El valor comercial [sic] del prisionero dependía de su rango social: ropa y enseres por un burgués, dinero o caballos por un escudero. La captura de un rey era una ganga excepcional…En diez años, el tesoro inglés recibiría más de 300.000 libras de los rescates de Juan el Bueno, David Bruce [escocés] y del Duque de Borgoña” (Clauzel, Isabelle, Les otages pendant la guerre de Cent Ans, Revue International d’Histoire Militaire, N° 90, 2012, págs. 101-124)
[16]         Wethan, David, Just wars and moral victories : surprise, deception and the normative framework of European war in the later Middle Ages, Brill, Leiden (Países Bajos), 2009, passim, esp. Capítulo III, págs. 85 y ss.
[17]         Bennett, Matthew, The Development of Battle Tactics in the Hundred Years War,  en Arms, Armies and Fortifications in the Hundred Years War (ed.  Anne Curry y Michel Hughes, The Boydell Press, Woodbridge (UK), 1999, pág. 1 passim.
[18]             Hooper Nicholas y Bennett, Mathew, Cambridge Illustrated Atlas. Warfare Middle Ages, 768-1487, Cambridge University Press, Londres, 1996, pág. 123. La edición del mapa es del autor.
[19]         Hewitt, H.J., op. cit., pág. 111. Allman, Christopher, La guerra de los Cien Años, Ed. Crítica, Barcelona, 1990, pág. 85.
[20]         Turnbull, S., op. cit., págs.. 40-42.
[21]         Rogers, C., Edward III…, passim.
[22]         En el caso de la batalla de Crécy, el ejército francés avanzaba paralela y ligeramente retrasado con relación al de Eduardo III. Cuando finalmente los franceses advierten la presencia inglesa entre Crécy  y Wadicourt, estos ya ocupan una posición cuidadosamente preparada, no solo por el despliegue de las tropas sino por la elección del terreno. Esto no parece ser consecuencia de un proceso previo de los ingleses encaminado a evitar la batalla, sino lo contrario.
[23]         Rogers, C., La época de la Guerra de los Cien Años…, pág. 198.
[24]         “Los Estados se preocuparon, en muchos casos, de realizar un tipo de guerra tan total como era posible, sin ahorrar ningún sufrimiento al enemigo…En varias ocasiones, a lo largo de la guerra de los Cien Años, la monarquía inglesa dio pruebas de una crueldad implacable…” (Contamine, Philippe, La guerra en la Edad Media, Editorial Labor, Barcelona, 1984, pág. 361). Cfr. Housley, Norman, La guerra en Europa. 1200 a 1300, en Historia de la Guerra en la Edad Media (ed. Maurice Keen), A. Machado Libros, Madrid, 2005, pág. 177 “…la chévauchée no era una guerra global o absoluta, pero estaba lejos de ser una actividad sin impacto para la vida de los civiles”. Explícitamente, se hace referencia a “guerra total” en Turnbull, S. op. cit., pág. 38.
[25]         Contamine, Philippe, L'idée de guerre à la fin du Moyen Âge. Aspects juridiques et éthiques. In: Comptes rendus des séances de l'Académie des Inscriptions et Belles- Lettres, 123e année, N. 1, 1979. pp. 70-86, pág. 70.
[26]         Hay, David J., “Collateral Damage?” Civilian Casualties in the Early Ideologies of Chivalry and Crusade, en  Noble ideals and bloody realities: warfare in the middle ages (ed. Niall Christie y Maya Yazigi), Brill, Leiden, 2006, págs. 3 y ss. Wethan, D., op. y loc. cit.


©Rubén A. Barreiro 2014

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