LA CHEVAUCHÉE
Su utilización durante la Guerra de los Cien Años.
Segunda Parte
V. Una
vez analizadas las características principales que hacen a la práctica de las chevauchées, es posible determinar
cuáles eran los objetivos tenidos en cuenta por el mando inglés.
De la descripción que antecede, no quedan
dudas que a través del saqueo permanente y la destrucción, la principal
consecuencia era sembrar el terror entre la población de la campaña (por lo
general, se evitaban ciudades importantes o amuralladas). Obviamente, no se
trataba del terror por el terror mismo. En primer lugar, el miedo a sufrir
ataques de esta naturaleza llevaba a las poblaciones rurales a refugiarse en
las ciudades amuralladas más o menos cercanas. Esto implicaba, o el abandono de
los cultivos sin cosecharlos, o desistir de nuevos sembrados. Por su parte, no
todo el ganado podía trasladarse al resguardo de esas ciudades, por lo que era
abandonado, destruido o arreado por los incursores o disperso por la comarca.
La gran movilidad de las chevauchées las tornaba impredecibles en cuanto a la época y lugar
de su ocurrencia, permaneciendo tan solo la certeza de su poder de destrucción,
acentuada por aquella incertidumbre.
Una escena de saqueo en París. Si bien no pertenece a una acción
durante una chevauchée, ilustra acabadamente al respecto
(British Library, Royal 20 C VII f.41v) [14])
|
La población en estas condiciones era presa
fácil primero del desencanto y luego del descontento con respecto a la
autoridad francesa, en tanto se sentía desprotegida por quien tenía el deber de
velar por sus vidas y sus bienes. Por otra parte, sea por esta desconfianza,
sea por la imposibilidad real de procurarse los medios necesarios, la
recaudación de impuestos necesarios para sostener el esfuerzo bélico se
resentía en forma creciente.
Es interesante destacar con relación a este
último aspecto, que en las chevauchées
también se perseguía la obtención de fondos que, en parte, se destinaban a la
financiación de la campaña. Muchos de los objetos de valor saqueados eran
vendidos y en muchas ocasiones el rescate que se pagaba por personajes
apresados durante las incursiones se destinaba a tal fin (una vez descontadas
las partes destinadas a los intervinientes) [15].
Sin perjuicio de ello, han existido algunos episodios donde la obtención de una
ventaja material fue dejada de lado en pos de la “justicia” cuya obtención se
decía perseguir por medio de la chevauchée.
Tal el caso, por ejemplo, de la actitud del Príncipe Negro en 1355, al rechazar
los 250.000 ducados de oro que se le ofrecían para evitar el incendio de un
área de la ciudad de Carcassone, puesto que “había
venido buscando justicia, no oro” [16].
En síntesis, más allá de la incidencia cierta
del terror sembrado en la población, las chevauchées
perseguían, dañando la economía, debilitar la autoridad política y moral en
la región que recorrían y las cercanas a la misma [17].
Podría decirse que lo expresado en el párrafo
que antecede es el eje común a todas las chevauchées.
Pero analizando las circunstancias de las principales aparecerían otros
objetivos.
Las tres chevauchées más importantes luego del periodo de mayor auge.También se advierten los recorridos de las Grandes Compañías o routiers,“mano de obra desocupada” durante el periodo que siguió inmediatamenteal Tratado de Brétigny 18. |
La controversia más interesante al respecto
es acerca de si las chevauchées constituían,
por parte de los ingleses, un modo de eludir batallas campales con los
franceses o, por el contrario, si en determinados casos fueron lo contrario, es
decir, una serie de maniobras destinadas a provocar una batalla de tales
características en el momento y lugar adecuado.
Quienes propugnan la primera de las posiciones, se basan en que el propósito de Eduardo III al invadir Francia era sembrar el caos, ejerciendo presión sobre la población civil por medio de la destrucción y el terror [19]. No puede dejar de señalarse que siendo la cuestión dinástica la causa más señalada de la guerra, socavar la autoridad de la monarquía francesa, desestabilizándola institucionalmente, era para Eduardo III un punto más que importante y que trascendía al resultado de una batalla.
Se ha señalado con
relación al objetivo político de Eduardo III, que este tenía conciencia plena
de su imposibilidad de ocupar militarmente el extenso territorio francés, de
manera tal de lograr por ese medio la consolidación de su pretensión dinástica.
La chevauchée, ante tal realidad, con
su contundencia, rapidez y eficacia obraba pesadamente sobre la lealtad de los
habitantes del territorio alcanzado por aquella: la falta de reacción del rey
francés, que debía protegerlos, le enajenaba la adhesión de aquellos y los
inclinaba por Eduardo, más por temor ante su demostración de poder que por
cualquier otra consideración. Entonces, se podía prescindir de la ocupación
permanente, habida cuenta de su imposibilidad, sustituyéndola por la impresión
causada por las correrías y por el temor de su repetición [20].
Tomando como base las
batallas de Crécy (1346) y Poitiers
(1356), Clifford Rogers ha sostenido la tesis contraria [21].
Es decir, que las chevauchées que
culminaron con tales encuentros estuvieron encaminadas a atraer a los franceses
a una batalla campal, que se libraría, como ocurrió en esos casos, en
circunstancias de tiempo y lugar elegidas por los ingleses.
Escaparía a la índole
de este trabajo entrar en un análisis detallado de ambas posturas. De todos
modos, se trata de establecer si Crécy y Poitiers ocurrieron “gracias” a las chevauchees o “pese” a las mismas. La
posición de Rogers parece que se sostiene sobre un argumento que se nos ocurre
de lógica elemental: si el propósito de las chevauchées
previas a tales batallas era eludir la posibilidad de su producción, ¿cómo fue
que finalmente ocurrieron, cada una de ellas con un aplastante, categórico,
triunfo inglés? [22].
VI. Poco a poco, en la segunda mitad del siglo
XIV, las chevauchées fueron mermando
en su frecuencia e intensidad, salvo algunos casos aislados. Se ha dicho que
una de las razones es que los franceses habían caído en la cuenta de que debían
rehuir la batalla a la que por lo general querían inducirlos los ingleses por
medio de estas incursiones. Las lecciones de Crécy y Poitiers parecían haber
sido aprendidas. Por otra parte, también se dedujo de los acontecimientos
cerrados por el Tratado de Brétigny, que la derrota en batallas campales no era
el único riesgo mortal que se corría con las chevauchées. Estas, con su tendal de destrucción, saqueos y caos,
amenazaban, como se ha visto, la viabilidad del gobierno francés. Este decidió
entonces construir fortalezas y amurallar a las ciudades importantes,
tomándolas como puntos de apoyo de sus fuerzas, que se dedicaron a hostigar con
repetidos y breves golpes de mano a las chevauchées y de este modo reducir la sorpresa, velocidad
y amplitud de sus desplazamientos, que
eran sus características más destacadas [23].
VII. Cuando Eduardo III decide perseguir con
las armas el reconocimiento de sus derechos dinásticos al trono francés, la chevauchée representaba un recurso
militar del que existía vasta y directa experiencia en los enfrentamientos
entre ingleses y escoceses, el cual resultaba apropiado para remontar una serie
de situaciones que podían tornar inviable tal intervención militar. La
superioridad militar francesa, la vastedad del territorio francés, la
inexistencia de puertos seguros y bien ubicados en la costa francesa, la
insuficiencia de recursos financieros propios para sostener una guerra
prolongada, la necesidad de obtener recursos para la subsistencia de sus tropas
y al mismo tiempo negarlos al adversario, despertar en la población francesa un
doble sentimiento de vulnerabilidad
hacia sus gobernantes y de adhesión a Eduardo ante la aparente
omnipotencia de este para incursionar una y otra vez, impune y despiadadamente,
en su propia tierra. Tales eran esas situaciones que, al menos en el periodo
que concluye con el Tratado de Brétigny, las chevauchées contribuyeron decisivamente a controlar.
Las características de las chevauchées, basadas sistemáticamente en
la destrucción, la apropiación de recursos, el saqueo, la extorsión y el ataque
indiscriminado a la población civil han llevado a muchos autores a considerar
que, en este aspecto, la de Eduardo III en Francia fue ciertamente una guerra
total, en el concepto que tal expresión ha alcanzado en nuestros días [24].
El examen de estas acciones desde el
punto de vista legal y moral ha de realizarse, como en todo estudio de lo
ocurrido en una época determinada, de acuerdo con los criterios, pautas,
principios y convicciones de esa época. “La
guerra es un fenómeno cultural…La guerra ofrece al historiador o al
sociólogo la oportunidad de estudiar las
relaciones entre la realidad y la norma, entre la práctica y la ética, entre el
hecho y el derecho” [25]. Con relación a la chevauchée, con total conocimiento de los métodos empleados, en
general se la ha considerado como un procedimiento militar exento de críticas
de orden ético o legal, en tanto y en cuanto tuviera como finalidad obtener el
reconocimiento de un derecho, injustamente negado. Surge con claridad que, en
definitiva, en la legimitidad de la chevauchée
subyace el concepto de guerra justa [26].
Por cierto que en la pugna para obtener el reconocimiento de un derecho, el
principio de proporcionalidad debe tenerse en cuenta, es decir el equilibrio
entre los medios utilizados para tal fin y la intensidad y límites dentro de
los cuales tales medios son puestos en práctica.
Las chevauchées de la Guerra de los Cien Años fueron un método exitoso
hasta unos años después del Tratado de Brétigny. Su persistente utilización
terminó, como invariablemente ha ocurrido en la historia de la guerra, por ser
debidamente contrarrestada por el oponente, hasta tornarla ineficaz.
[15] “El valor comercial [sic] del
prisionero dependía de su rango social: ropa y enseres por un burgués, dinero o
caballos por un escudero. La captura de un rey era una ganga excepcional…En
diez años, el tesoro inglés recibiría más de 300.000 libras de los rescates de
Juan el Bueno, David Bruce [escocés]
y del Duque de Borgoña” (Clauzel, Isabelle, Les otages pendant la guerre de Cent Ans, Revue International
d’Histoire Militaire, N° 90, 2012, págs. 101-124)
[16] Wethan, David, Just wars and moral
victories : surprise, deception and the normative framework of European war in
the later Middle Ages, Brill, Leiden (Países Bajos), 2009, passim, esp.
Capítulo III, págs. 85 y ss.
[17] Bennett, Matthew, The Development
of Battle Tactics in the Hundred Years War, en Arms,
Armies and Fortifications in the Hundred Years War (ed. Anne Curry y Michel Hughes, The Boydell
Press, Woodbridge (UK), 1999, pág. 1 passim.
[18] Hooper Nicholas y Bennett, Mathew, Cambridge
Illustrated Atlas. Warfare Middle Ages, 768-1487, Cambridge University
Press, Londres, 1996, pág. 123. La edición del mapa es del autor.
[19] Hewitt, H.J., op. cit.,
pág. 111. Allman, Christopher, La guerra
de los Cien Años, Ed. Crítica, Barcelona, 1990, pág. 85.
[22] En el caso de la batalla de
Crécy, el ejército francés avanzaba paralela y ligeramente retrasado con
relación al de Eduardo III. Cuando finalmente los franceses advierten la
presencia inglesa entre Crécy y Wadicourt,
estos ya ocupan una posición cuidadosamente preparada, no solo por el
despliegue de las tropas sino por la elección del terreno. Esto no parece ser consecuencia
de un proceso previo de los ingleses encaminado a evitar la batalla, sino lo
contrario.
[24] “Los Estados se preocuparon, en muchos casos, de realizar un tipo de
guerra tan total como era posible, sin ahorrar ningún sufrimiento al enemigo…En
varias ocasiones, a lo largo de la guerra de los Cien Años, la monarquía
inglesa dio pruebas de una crueldad implacable…” (Contamine, Philippe, La guerra en la Edad Media, Editorial
Labor, Barcelona, 1984, pág. 361). Cfr. Housley, Norman, La guerra en Europa. 1200 a 1300, en Historia de la Guerra en la Edad Media (ed. Maurice Keen), A.
Machado Libros, Madrid, 2005, pág. 177 “…la
chévauchée no era una guerra global o absoluta, pero estaba lejos de ser una
actividad sin impacto para la vida de los civiles”. Explícitamente, se hace
referencia a “guerra total” en Turnbull, S. op. cit., pág. 38.
[25] Contamine, Philippe, L'idée de guerre à la fin du Moyen Âge. Aspects juridiques et éthiques.
In: Comptes rendus des séances de l'Académie des Inscriptions et Belles- Lettres,
123e année, N. 1, 1979. pp. 70-86, pág. 70.
[26] Hay, David J., “Collateral Damage?”
Civilian Casualties in the Early Ideologies of Chivalry and Crusade, en Noble
ideals and bloody realities: warfare in the middle ages (ed.
Niall Christie y Maya Yazigi), Brill, Leiden, 2006, págs. 3 y ss. Wethan, D.,
op. y loc. cit.
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