En la página FUEGO Y MANIOBRA encontrará la Introducción y capítulos referidos a la guerras en la Edad Media, de la obra del mismo nombre del Dr. Mg. Jorge A.Vigo

20 de febrero de 2015

La frase de la semana.


“No es del oficio de un caballero combatir a pie… ignoro la razón por la que el Emperador piensa comprometer a tanta nobleza con sus infantes, alguno de los cuales es zapatero, otro panadero, otro sastre y así por el estilo, a ninguno de los cuales ha sido encomendada la gloria como a nosotros…” Pierre Terrail, Señor de Bayard.


Estando a los límites que impone la periodización, la frase que comentamos fue vertida cuando ya la Edad Media había quedado atrás. Pero es preciso recordar una vez más que en el entretejido constante que existe entre guerra y sociedad, deben analizarse aquellas manifestaciones que hacen precisamente a esa relación, más allá de las necesarias aunque relativas divisiones temporales entre diferentes épocas. 

Durante el sitio de Padua (septiembre de 1509, en el marco de la llamada Guerra de la Liga de Cambrai), Maximiliano I, emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico, ordenó que “al sonar el gran tambor, que será hacia el mediodía”, los caballeros franceses debía asaltar la fortaleza defendida por los venecianos, junto con “sus infantes” (“avec mes piétons”), los famosos lasquenetes. Cuando Pierre Terrail, Señor de Bayard, “el buen caballero sin miedo y sin tacha”, pronuncia las palabras transcriptas como componente del contingente francés comandado por Jacques de la Palisse, no lo hace, creemos, movido por un sentimiento de arrogancia o exclusión frente a la gente “del común”, sino como una patética defensa de un conjunto de principios y creencias que hacía a la esencia de su vida: la Caballería. 

Desde Courtrai en adelante, los caballeros habían continuado guerreando con sus códigos de conducta, acumulando desastres y apenas algunas victorias que sólo prolongaron el ocaso. Crécy, Nicópolis, Azincourt… Algunos de sus camaradas pudieron asimilar los enormes cambios que se estaban dando tanto en la conformación de los ejércitos, en las armas y en la táctica, participando de los mismos. Tal como lo señala Delbrück, en esa misma época, “la participación de los nobles tenía especial significación en el entrenamiento de los lasquenetes”. Bayard, con tantos otros, prefirió continuar en el camino elegido. Fue un héroe cabal, cuya memoria es preservada como ejemplo de honor y conducta.  Y así, herido en combate y ya moribundo, responde a quien se apiada de él, antiguo camarada y entonces enemigo: “Señor, os agradezco. No es necesario que me tengáis piedad, muero como un hombre de bien, sirviendo a mi rey. Hace falta tenerla de vos, que habéis empuñado las armas contra vuestro príncipe, vuestra patria y vuestro juramento”.
© Rubén A. Barreiro 2015

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