En la página FUEGO Y MANIOBRA encontrará la Introducción y capítulos referidos a la guerras en la Edad Media, de la obra del mismo nombre del Dr. Mg. Jorge A.Vigo

6 de marzo de 2015

Handgonnes, los  “cañones de mano” medievales.

Primera Parte

Mg. Rubén A. Barreiro

Sumario.

Primera Parte

Las primeras armas de fuego en Occidente.
Aparición del handgonne.
¿Cómo se llega al handgonne?

Segunda Parte
Características del handgonne.
Una variante: el hackbut.
Un avance del handgonne: el culverin o culebrina de mano.

Tercera Parte 

La operación del handgonne.
El handgonne, arma de fuego y de combate cuerpo a cuerpo.
Handgonne vs. arco largo y ballestas.
Significación de la aparición y uso del handgonne.
Anexo I  El handgonne en batalla
Anexo II Sobre la llave de mecha (matchlock)         
Bibliografía.

Las primeras armas de fuego en Occidente. 
Para describir un mismo fenómeno, el de la aparición y empleo de las armas de fuego durante la última parte de la Edad Media, se ha hablado de “revolución de la pólvora” (PARKER, passim; MCLACHLAN, 7) y de “revolución de la artillería” (ROGERS, 64-76.) Prescindiendo de cuestiones semánticas, puede decirse que una u otra revolución comenzó cuando se descubrió que la pólvora, siempre hablando de su uso militar, además de sus efectos incendiarios y explosivos, tenía la capacidad de actuar como propulsor. Esto es,  impulsar con los gases originados por su combustión a un proyectil alojado en un tubo metálico (FRISCHLER, 217.) [1] Y, por consiguiente, dotar al proyectil de un poder de penetración (DELBRÜCK, 27.) Una variante de gran interés es aquella que expresa que “la real invención que condujo de la pólvora al disparo [de un proyectil] fue la invención del proceso de carga [del arma]” (DELBRÜCK, 27.) Volveremos sobre este concepto al tratar de la “operación del handgonne”.




Prescindiendo de matices y, por el momento, de la aparición y evolución de las armas de fuego en Oriente (especialmente en China), puede afirmarse que las primeras representaciones de un arma de esta naturaleza datan de 1326. Una de ellas aparece  en la portada de la obra de Walter de Milimete De nobilitatibus, sapientiis, et prudentiis regum  (“Sobre la majestad, la sabiduría y la prudencia de los reyes”)  y la restante en Secretis secretorum Aristotelis (“Secreto de los Secretos de Aristóteles”), un manuscrito inglés también de 1326 y que también se atribuye a Milimete [2].

La "marmita" de Milimete

Así como Delbrück pone en duda la existencia real del arma ilustrada por Milimete, afirma que la representación más importante y antigua de una de las piezas de artillería disponibles en la época, es un fresco existente en el monasterio de San Leonardo de Lecceto, en las cercanías de Siena. El mismo dataría de 1343, por la fecha en que se pagó la obra a su autor, un tal Paul, según los registros hallados (26, 46 -n.8-.)
Frescos de San Leonardo de Lecceto. En el ángulo inferior
izquierdo se advierte el cañón mencionado por Delbrück
(GUTTMAN, 28; fig. 28)

Atento a la naturaleza de este trabajo, no abundaremos sobre el desarrollo de la artillería, sino  tan solo lo necesario para mostrar el cuadro general dentro del cual apareció y se desarrolló el handgonne. Hasta comienzos del siglo XV la gran mayoría de piezas era de tamaño reducido. Como ejemplo, entre 1382 y 1388 se fabricaron en Inglaterra 73 cañones, de los cuales la mayor parte tenía un peso medio de alrededor de 172 kg (380 libras) (CONTAMINE, 179.) Poco a poco, y dadas las exigencias que imponía la guerra de sitio, se fueron fabricando cañones de gran calibre y peso, siendo de señalar que durante algún tiempo convivieron con la artillería mecánica, con la que se lanzaban piedras y otros proyectiles durante los asedios. Y en el el segundo cuarto del siglo XV se produjo “un cambio decisivo” con relación al desarrollo de la artillería (CONTAMINE, 248.)

Mons Meg. Castillo de Edinburgo. Construido en Bélgica,
disparaba balas de piedra de unos 170 kg, calibre 510 mm
(Foto del autor)
Los nuevos desarrollos llevados a cabo sobre la composición y acondicionamiento de la pólvora llevaron no solo a que su uso resultara más eficaz sino que representó un menor costo de producción. Asimismo se pusieron en práctica nuevos procedimientos para la fabricación de las piezas, recurriéndose cada vez con mayor frecuencia al hierro fundido, en lugar del hierro forjado. Tampoco fueron ajenos a estos cambios los proyectiles, que pasaron a ser de hierro en su mayoría (los grandes cañones, como la famosa Basilica usada por Mehmet II durante el asedio de Constantinopla, continuaban arrojando enormes balas de piedra.) 

Más adelante (véase ¿Cómo se llega al handgonne?) se verá cómo estos desarrollos tecnológicos fueron insuficientes para adaptarse a determinadas situaciones de orden táctico que debieron ser resueltas mediante nuevos desarrollos. Entre estos, se encuentra precisamente el handgonne

Aparición del handgonne 
Hacia mediados del siglo XIV comienza a utilizarse una rudimentaria arma de fuego, que en los primeros tiempos, “era, en realidad un simple tubo de metal” (WALKER, 250), cerrado en uno de sus extremos, en el cual se introducía la pólvora y luego el proyectil, mediante el uso de una baqueta. Por encima del extremo cerrado, existía un orificio u oído, por el que se accedía a la cámara donde se encontraba la pólvora. A través del mismo  el operador del arma acercaba un elemento ígneo, inflamándola y detonando la pólvora que se encontraba en la cámara, produciéndose así gases que impulsaban el proyectil. A grandes rasgos, este era el procedimiento de disparo, que más adelante describiremos con mayor detalle. 

En general, se conoce a esta arma con la denominación de handgonne. Así aparece mencionado en la época de su uso, utilizando las palabras inglesas hand (mano)  y la del inglés medieval gunne, por cañón, esto es “cañón de mano” en una traducción literal. Sin perjuicio de ello, se han utilizado otras denominaciones: hackbut¸ coulevrine à main, pistola, schiopetto, tyufyak (MCLACHLAN, 6.) Este autor agrega que, en algunos casos, se ha hablado de bombardelle. También, seguramente debido a su apariencia, se los denominó “bastones de fuego” -batons-à-feu; fire-sticks- (GREENER, 46.) En francés, a partir del siglo XIV se denominó  traite à poudre a todas las armas de fuego portátiles, lo cual implica que quedan comprendidos en tal denominación tanto los handgonnes como los arcabuces y mosquetes (VIOLLET-LE-DUC, 6, 326.) En este trabajo, salvo los casos específicos en los que corresponda una denominación diferente, utilizaremos la palabra handgonne referida al arma en sí y handgonner u operador, al encargado de usarla.

Una de las primeras menciones relativas a este tipo de arma data de 1364, cuando la ciudad de Perugia encarga quinientas bombardellas, “de un palmo [3] de largo… portátiles y que puedan dispararse con una mano” (OMAN, 228.) Según Oman, la primera referencia conocida sobre el handgonne en Inglaterra data de 1373-75, a partir de una referencia contable que da cuenta de la compra en ocho chelines “de ocho cañones con agarraderas al estilo de las picas…”, aunque Oakeshott se remonta a 1371 (31.) En 1386 se menciona por primera vez la expresión “hand-gun” (OMAN, 228.)

Con el tiempo, fueron apareciendo diversas versiones de handgonnes, siempre, como se ha dicho, sobre la base de dos elementos distintivos esenciales: su carácter de arma portátil de uso individual (aun cuando en algún caso, como el de la culebrina de mano, la operaban dos hombres) y la carencia de un mecanismo de disparo. Hacia 1411 comenzó a utilizarse un dispositivo de ese tipo, la llave de mecha (matchlock). Si bien el handgonne continuó utilizándose conforme su antigua versión, muy pronto fue prácticamente eliminado para ser sustituido con lo que se convertiría en el arcabuz y más tarde el mosquete.

¿Cómo se llega al handgonne? 
Así como no se conoce con exactitud cuando hace su aparición el handgonne, tampoco existe acuerdo acerca de cómo se llegó a un arma de tales características. Y, en especial, es necesario determinar qué necesidad o falencia venía a satisfacer. Respecto del primer interrogante, nos remitimos a lo expresado anteriormente. Es decir que queda en claro que a mediados del siglo XIV ya existían armas portátiles sin mecanismo de disparo. Dado que el desarrollo de una tecnología no puede, salvo casos muy puntuales, situarse en una fecha exacta, puede decirse que ya a comienzos del siglo XIV ese desarrollo habría comenzado.

Con relación a las razones que impulsaron la creación de un arma de estas características, hay cierta coincidencia en que fueron la fase final de una tendencia a la búsqueda de cañones reducidos en tamaño que pudieran tener un uso para el cual los existentes no eran aptos. Va de suyo que tal búsqueda no era en desmedro de los grandes cañones, que, lejos de ello, a medida que pasaba el tiempo iban incrementando su tamaño y prestaciones. 

Pero existían dos factores que limitaban su uso. Por un lado, por su peso y tamaño, su movilidad era muy reducida, lo que afectaba tanto su transporte hasta el lugar de su emplazamiento, como el cambio de este último por exigencias de la lucha. Y por el otro, la cadencia de tiro era muy baja debido a las dificultades para su recarga. Esto hacía aptos a los cañones para los sitios de plazas fuertes, que en la época era la principal expresión de la guerra, pero en las batallas campales con concentración de masas de hombres de diferente densidad, su escasa movilidad y lentitud de recarga los dejaba expuestos a los vaivenes del combate, quedando aislados de los cambiantes lugares de la acción y expuestos a ser alcanzados por el enemigo, que los destruía o se apoderaba de ellos (HOGG-BACHELOR, 8.) Por tal razón, la artillería raramente tuvo un rol decisivo en las batallas medievales, donde su participación parecía más apuntar a los efectos psicológicos representados en el adversario por las explosiones, llamas y humaredas que provocaban sus disparos (PARKER, 104.)

En todo caso, se trató de un proceso de diversificación y no de sustitución: los grandes cañones continuaron jugando su rol en la guerra de asedio, en tanto que cañones más livianos y de mayor movilidad colaboraban con ellos en los sitios pero comenzaron a participar con mayor eficacia en los campos de batalla. Así aparecen la bombardella, el falconete y el ribauldequin o ribaude, entre otros. Precisamente, este último tendría, para algunos autores, una relación directa con el handgonne.

El ribauldequin o ribaude era una pieza formada por varios cañones montados sobre un carro de dos o cuatro ruedas, los que podían dispararse aisladamente o en batería. Se trataba de un arma efectiva en batallas campales por su movilidad y poder de fuego (MCLACHLAN, 14) , tanto contra infantería como caballería e inclusive era utilizada como arma de protección de cañones de mayor tamaño. Habría sido usado por primera vez por los burgueses de Gante en 1382 (KINARD, 55/56.) y se lo ha considerado como una “ametralladora primitiva” (FULLER, 98.) Por cierto, con el uso fue mostrando algunas carencias, la principal de ellas, que cada uno de los cañones estaba fijado al carro, sin posibilidad de variar su disposición y pudiendo disparar sólo en la dirección así determinada. En consecuencia, nada podía hacerse en un ataque por los flancos. De allí que “el paso lógico, parecería quitar los cañones del carro, dotarlos con un soporte de madera adecuado para que un hombre pudiera sostenerlo y dar uno a cada soldado para que lo disparara en cualquier dirección donde el blanco apareciera. Y de esta manera llegó el handgonne” (KINNARD, 55.) Y agrega este autor, “al presente esta parece la teoría más razonable” . Tal teoría no parece ser aplicable, al menos, a la mayoría de los handgonnes conocidos con anterioridad a la época citada, tanto por su aspecto como por sus reducidas dimensiones.
Disparo de un ribauldequin según su reconstrucción actual por
una sociedad histórica (Associazione Historica Lucense, Lucca, Italia)   [4]





[1]          Durante algún tiempo, se sostuvo que un monje alemán, Berthold Schwartz fue el primero en experimentar del modo indicado esta propiedad de la pólvora. Al no existir evidencias concretas y precisas al respecto, por lo general se ha desestimado esta teoría, quedando la cuestión sin dilucidar.
[2]          Con respecto al arma representada, Delbrück afirma, con acierto a juicio nuestro, que es imposible que se trate de la reproducción de un arma que realmente estuviera en uso. Dice que si se hubiera utilizado una cantidad de pólvora compatible con el peso del arma y de su proyectil, el retroceso causado por la deflagación habría destruido la plataforma sobre la que descansaba y puesto en peligro de muerte al artillero. No obstante, es una prueba del interés que esta nueva fuerza, recientemente introducida en Occidente, despertaba en los círculos ilustrados (26.)
[3]          Alrededor de 25 cms.
[4]          En Europa y en los Estados Unidos existen grupos de entusiastas de determinados periodos históricos y/o armas, que efectúan estas recreaciones, la mayoría de ellas muy valiosas para la comprensión de muchos hechos del pasado.

© Rubén A. Barreiro 2015



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