Handgonnes, los “cañones
de mano” medievales.
Tercera Parte
Mg. Rubén A. Barreiro
La operación del handgonne. Importancia del
tema. El handgonne, a través de sus variadas
versiones y durante el lapso en que fue utilizado, no tuvo un
carácter gravitante y menos aún, decisivo, en los combates y sitios en que
participó. Competía, con notorias desventajas, con el arco largo y la ballesta. Pero fue un precursor, un punto de partida,
que desembocó en las armas de fuego individuales que sí constituyeron un
elemento relevante en las “revoluciones militares” habidas a partir del siglo
XVI. Es por tal razón que el estudio de la operación del handgonne mostrará cómo se llegó, por el camino del ensayo y error,
a aquellas armas que alcanzaron, ellas sí, resultados decisivos en la historia
de la guerra.
Esa trayectoria
de ensayo y error va trazando una serie de cambios y alternativas que
emparentan a los sucesivos ejemplares tan solo por aquella doble
caracterización de la que hablamos al comienzo de este trabajo: a. arma de fuego portátil de uso
individual; b. sin mecanismo o sistema de disparo.
Fue así que se
probaron formas, tamaños, procedimiento de carga del proyectil y propulsor,
diámetro y ubicación del oído a través del cual se deflagraba la pólvora,
incorporación de dispositivos tanto para facilitar el transporte y apoyo del
arma, como para soportar los efectos del retroceso provocado por el disparo,
etc. Todos estos desarrollos, como se ha visto (y se verá) darían forma,
dimensión e individualidad a las armas del siglo XVI, de las que el arcabuz,
principal aunque no excluyentemente, fue el primer exponente, seguido más tarde
por el mosquete, que estaría presente en los campos de batalla hasta bien
entrado el siglo XIX.
***
Cañones y handgonnes. Como ya hemos tenido ocasión de verlo, los handgonnes derivan directamente de los
cañones en uso en la época de la aparición de aquellos. Se trata, en suma, de
una “miniaturización” de las piezas de
artillería existentes en la época en que los handgonnes comenzaron a aparecer.
Detalle del cañón del Berner Büchse (ver ilustración de la pieza completa en, supra, "características del handgonne") |
Como puede advertirse en el detalle
del Berner Büchse la configuración es la del cañón de una pieza de artillería.
Pero más allá de la forma, que con el tiempo fue variando según puede
comprobarse en las ilustraciones que se incluyen en el texto, coexistieron entre
cañones y handgonnes dos características comunes: el proceso de carga y el
sistema de ignición de la carga propulsora. En efecto: a. unos y otros cargaban el proyectil y la
pólvora propulsora por la boca del cañón (avancarga); b. la secuencia de carga:
pólvora, taco, proyectil también era la misma, al menos hasta la aparición de
la pólvora granulada en los tiempos previos a la aparición de la llave de mecha
(matchlock); y c. el sistema de ignición de la carga propulsora y el disparo
consiguiente del proyectil se producía en ambos casos a través de la
introducción en el oído de una mecha encendida o una barra de hierro al rojo
(con el tiempo, como se ha visto oportunamente, se utilizó pólvora de cebado
que se colocaba en el oído).
El proceso
de carga. La carga se hacía con la secuencia pólvora, taco de
madera, cuero o estopa, proyectil y, a veces, un nuevo taco por encima de éste
(VAN CREVELD, 84). Es útil recordar las razones habidas para este
procedimiento. Al comienzo de este trabajo (véase “Las primeras armas de
fuego en Occidente”), recordamos que Delbrück había señalado con respecto a
la utilización de la pólvora como elemento propulsor de un proyectil que “la
real invención que condujo de la pólvora al disparo [de un proyectil] fue la
invención del proceso de carga [del arma]” (27). La pólvora “negra” utilizada
durante buena parte de la vigencia del handgonne, era una mezcla de los tres
componentes ya conocidos, molidos finamente. La superficie de las partículas de
esta mezcla era demasiado pequeña como para permitir que la llama inicial se
expandiera por todas las partículas de una manera uniforme y simultánea.
Los handgonners (y los artilleros) experimentaron: por un lado, cayeron en la cuenta que si atacaban la carga con la baqueta para compactarla, no habría oxígeno que permitiera que la carga se encendiera. Pero por el otro, si la carga quedaba demasiando “suelta” la ignición sería insuficiente, el proyectil no sería proyectado con toda la potencia desatada por la explosión, ya que cuando los primeros gases se originaran serían suficientes para propulsarlo fuera del arma, con lo que su alcance y poder de penetración disminuían hasta tornarlo inofensivo. Concluyeron entonces, que en la recámara debía cargarse el propulsor de manera tal que quedara un espacio entre su superficie y un taco, ya descripto, que sellara ese espacio y sobre el cual se colocaría el proyectil. De esta forma, las partículas de la pólvora accederían simultáneamente al oxígeno necesario para la combustión y al mismo tiempo el taco interpuesto facilitaría que todos los gases se reunieran para hacer efectivo el disparo [1].
Los handgonners (y los artilleros) experimentaron: por un lado, cayeron en la cuenta que si atacaban la carga con la baqueta para compactarla, no habría oxígeno que permitiera que la carga se encendiera. Pero por el otro, si la carga quedaba demasiando “suelta” la ignición sería insuficiente, el proyectil no sería proyectado con toda la potencia desatada por la explosión, ya que cuando los primeros gases se originaran serían suficientes para propulsarlo fuera del arma, con lo que su alcance y poder de penetración disminuían hasta tornarlo inofensivo. Concluyeron entonces, que en la recámara debía cargarse el propulsor de manera tal que quedara un espacio entre su superficie y un taco, ya descripto, que sellara ese espacio y sobre el cual se colocaría el proyectil. De esta forma, las partículas de la pólvora accederían simultáneamente al oxígeno necesario para la combustión y al mismo tiempo el taco interpuesto facilitaría que todos los gases se reunieran para hacer efectivo el disparo [1].
De esta descripción surgen las dificultades que tenían los handgonners
para disparar su arma, proceso que sólo aparentemente parecía sencillo. Debe
pensarse, tan solo, en cómo medía la cantidad de pólvora necesaria, ya que
disponía de la misma en un morral o recipiente similar, debiendo extraer “a
ojo” la cantidad necesaria. Esto último era mucho más complejo en los primeros
tiempos del uso de la pólvora negra, cuando durante el transporte de la misma,
ya mezclada, sus componentes se separaban debido a la diferencia de sus pesos
específicos, por lo que el handgonner o el artillero debían volver a mezclarlos
antes de cargar el arma. En algún momento, para evitar esto, el handgonner llevaba los tres elementos por separado y recién los mezclaba en el momento de utilizarlos, con lo cual el proceso se dificultaría aún más. En los estadios finales del handgonne, prácticamente con la aparición de la llave de mecha, los handgonners portaban una especie de cartucho con la mezcla preparada en las proporciones correctas.
Con respecto a los proyectiles, casi desde la aparición del handgonne, los mismos fueron de plomo, reservándose los de piedra
para las piezas de mayor tamaño, de uso no individual. Es posible que muy al
comienzo se hayan utilizado proyectiles de piedra, aunque los exiguos calibres
del arma harían descartable tal opción al menos luego de un tiempo breve de
experimentación. Lo mismo podría haber ocurrido con el lanzamiento de flechas.
En cuanto a los proyectiles metálicos, siempre de forma esférica, el uso del
plomo desplazó al hierro, tanto por razones de simplicidad de elaboración como
por el costo más bajo.
Preparando el disparo. Cargada el arma, aparece una
nueva dificultad: dar fuego a la carga propulsora, poner el arma en posición
de disparo y apuntarla. Como se ha dicho, el operador del arma acercaba al
oído una mecha encendida o una barra de metal al rojo para que la carga
deflagara y liberara sus gases. Por la naturaleza misma del procedimiento queda
explicado que en gran cantidad de casos no se produjera la deflagación, sea por
circunstancias climáticas o de otro orden que impidieran que el elemento ígneo
pudiera acercarse eficazmente al oído del arma, sea por cuestiones atinentes a
la propia carga propulsora (excesivamente húmeda, por ejemplo).
Según las diversas representaciones
existentes [2],
la posición en la que el handgunner
acercaba la mecha al oído, lo muestra sosteniendo el arma con la mano izquierda
y con la culata o soporte debajo del brazo (izquierdo o derecho).
En el
caso de algunos modelos, como el ilustrado en el Bellifortis, un extremo del arma se apoyaba en el suelo o en un
elemento fijo y el cañón se apoyaba en un soporte.
Apuntando y disparando. Con relación a la puesta en posición del arma
para apuntarla al blanco y dispararla, es necesario remitirse en forma especial
a las diversas y numerosas ilustraciones de la época. Algunos autores se han
basado, precisamente, en las que muestran, como las que anteceden, al handgunner aplicando la mecha y a partir
de allí sacan la conclusión de que “invariablemente
se lo muestra [al handgonne] apuntando hacia arriba, en un ángulo de unos 45° con relación al
suelo” y como conclusión se dice que “debieron
existir escasas perspectivas de alcanzar blancos específicos mediante tal
procedimiento” (OAKESHOTT,
31). Salvo el caso del Bellifortis,
con un extremo apoyado en el suelo y el otro en una horquilla, posición desde
la cual es disparado, en los casos a los que se refiere el autor mencionado,
los grabados pertenecen al momento en que el handgonner acerca la mecha al oido para disparar el arma.
Observando
tales grabados, parece claro que el handgonner aleja en lo posible su rostro
con respecto al oído, para evitar ser afectado tanto por las llamaradas como por
los gases que escapan por allí con la deflagración del propulsor. Esto se ha
visto como un impedimento para que el handgonner,
al mismo tiempo que acercara la mecha al oido, apuntara el arma con eficacia
(DELBRÜCK, 37; MCLACHLAN, 33). Más aún, se ha considerado que ello hacía
“virtualmente imposible” apuntarla (JONES, 153).
Sin embargo, del grabado adjunto se observa a handgonners atacando una plaza fuerte,
con sus armas en posición de disparo y apuntando hacia los adversarios reunidos
en el coronamiento de la muralla. Al mismo tiempo, se los muestra acercando la
mecha a su arma para pegar fuego al propulsor y efectuart el disparo.
Entendemos que esta representación no desmiente las aserciones del párrafo
anterior, como tampoco las que se tratarán más adelante. Siendo los handgonnes armas que estaban en
constante desarrollo y experimentación, es perfectamente posible que haya sido
operada de diferentes maneras aun en forma simultánea.
Pero al
revisar otros grabados, se advierte que el handgonner,
ya en combate, sostiene firmemente el arma, que se encuentra en un plano paralelo al
suelo o ligeramente por encima del mismo (salvo que, como sucede en el caso de
ataques a fortalezas el blanco estuviera en alto, con lo que el ángulo de tiro
queda justificado). En estos
caso, el arma se apoyaba debajo del
brazo, sobre el hombro o contra el pecho del tirador. En todos los casos,
también es necesario señalar un detalle más que importante: los handgonners
están apuntando el arma lista para disparar, o sea, que ya se ha pegado fuego a
la carga propulsora, pese a lo cual, el disparo todavía no habria ocurrido [3]… La
conclusión no puede ser otra que el encendido de la carga y el posicionamiento
del arma para su disparo en dirección al blanco no son simultáneos. Más
adelante se mencionará una interesante conclusión al respecto.
Guerra de los Cien Años. Izq. Sitio de Ramorantin por los ingleses (1356).
Dcha. Sitio de Purnon por los franceses (1369). (JEAN DE WAVRIN, 76-186v; 77-345).
|
Como
observación general relativa a la efectividad del handgonne respecto a “blancos específicos”, debe tenerse en cuenta
que el uso que se le daba en las escasas batallas campales en las que participó
(salvo el caso de las guerras de Borgoña, cuando ya la Edad Media
concluía) estaba dado, por lo general,
por disparos que apuntaban a una masa o conjunto de adversarios, del mismo modo
que ocurría con los arcos, y no “a un
blanco específico”.
Más
arriba, hemos mencionado una interesante explicación acerca de la “asincronía”
que habría entre el momento en que se pega fuego a la pólvora propulsora y la deflagración
de esta, lapso que permitiría al handgonner
poner el arma en posición de hacer fuego. El investigador [5]
tomó como ejemplo la siguiente ilustración
Sitio de Arras por Luis XI de Francia, Chroniques d'Enguerrand de Monstrelet (los número en las imágenes han sido puestos por el investigador para ilustrar sus experimentos) |
En esta se
observa a tres hangonners disparando
sus armas, a las que sostienen con ambas manos. Pero un cuarto, detrás de la
primera línea, está dando fuego al arma, en una posición totalmente diferente a
la de disparo. Esto significaba que había un intervalo entre el momento en que
se pegaba fuego al propulsor y el disparo del arma, lapso que daba tiempo al handgonner para llevar el arma a la
posición de disparo.
La
explicación encontrada por el el investigador es notable: por un lado, la pólvora que se
usaba en aquel entonces no era granulada (véase nota 1), por lo que el proceso
de combustión era lento, según lo explica Delbrück. Por el otro, esta lentitud aumentaba en
relación directa con el diámetro del oído. Los experimentos que el investigador
realizó con una arma replicada, mostraron que el intervalo entre el momento en
que se acercaba la mecha y la deflagración que provocaba el disparo podía ascender a 3 ó 4 segundos (de acuerdo con el diámetro del oído), tiempo
suficiente para que se adoptara la posición de disparo, sostenéndose el arma con
ambas manos.
No hay pruebas concretas que el diámetro del oído fuera aumentado expresamente para lograr este efecto, pero no puede descartarse que en la serie sucesiva de ensayos y errores que caracterizó la evolución del handgonne, se haya descubierto tal efecto.
Los
riegos de la manipulación del handgonne. Más allá de las variantes sobre la forma de utilizar los handgonnes, el empleo de tales armas
significaba un peligro intrínseco, eso es, ajeno a los riesgos propios del
combate, para quienes las manipulaban. Bien se ha señalado al respecto que para
los soldados del siglo XIV “el misterioso
poder provocado por la pólvora era demasiado imprevisible como para no tratarlo de
ninguna otra forma que no fuera con distante respeto…utilizar pólvora como
propulsor en un arma sostenida con las manos requería, por lo tanto, superar un
elevado umbral de desconfianza, ansiedad y profundo temor ” (KEEGAN, 328). En
su momento se verá (infra, Handgonne vs. arco largo y ballesta) cómo, según Keegan, se operó un “proceso psicológico” que llevó a
los handgonners de su “relación”
distante con las armas a su cargo, a otra de “intima” confianza con las mismas.
[1] Estos problemas
desaparecieron con la invención de la pólvora granulada. Sin entrar en mayores
detalles, las pequeñas partículas que componían la pólvora
negra fueron reemplazadas por granos de mayores dimensiones, que por lo mismo,
dejaban espacios a su alrededor que favorecían una combustión uniforme y
simultánea de la carga. Por lo mismo, su carga era más sencilla y rápida, en
tanto ya no era necesario cuidar que el ataque con la baqueta fuera tan preciso
como anteriormente. Por último, la pólvora granulada era dos o tres veces más
potente que la negra, por lo que la carga podía reducirse en la misma
proporción (para arrojar un proyectil del mismo peso, un cañón necesitada 34
libras de pólvora negra contra 18 de pólvora granulada) (KELLY, 61/62).
[2] Las fuentes utilizadas por
las investigaciones relacionadas con el handgonne
son, en primer lugar, los ejemplares que han ido encontrándose y que se
encuentran diseminados en diferentes museos, en los que se puede apreciar la
diversidad de concepciones existentes. Luego, las representaciones (grabados,
dibujos, etc.) más o menos contemporáneas con su uso. Y por último los relatos
y crónicas de la época. Muchos de los trabajos sobre el tema principalmente se
han basado, como el presente, en tales grabados y dibujos, en especial en lo
referido a la operación y aspecto del arma. En muchos casos, el artista produce
su grabado muchos años después de la época representada y, entonces, no puede
evitar que el handgonne que allí se
muestra poco tiene que ver con los ejemplares de la época representada, y sí con
las armas existentes en el momento en que el grabado es creado. Sin que esto
implique de ningún modo desechar a estas producciones, invalorables en muchos
sentidos, las mismas debieran analizarse sin perder de vísta lo dicho para
detectar posibles anacronismos. Una cuarta fuente para la investigación está
dada por las diferentes sociedades de recreación histórica, a las que ya hemos
hecho referencia, las cuales, mediante la recreación de armas de determinado
periodo, tal el caso del handgonne, y
su utilización, dan pautas más que interesantes que ayudan a dejar en claro
aspectos relacionados con la operación del arma (carga y disparo, por ejemplo).
[3] Podría decirse que el
disparo ya ha ocurrido, pero en tal caso
los tiradores estarían cargando el arma nuevamente, como lo hace su camarada.
[4] En los grabados de
Schilling se advierte un claro anacronismo: las acciones que ilustran
transcurren en los años 1377, 1386 y 1388), época en la que aún no
estaban en uso handgonnes con culatas con apoyo en el hombro. Seguramente, esto
se debe al problema común ya referido: el ilustrador da a las armas el aspecto que tenían
en el momento en que elaboraba su trabajo. En este caso, Schilling trabajó
entre 1474 y 1484. Ello no obsta para dar por posible la posición adoptada por
los handgonners al preparar el
disparo, ya que con esa culata o los apoyos anteriores, el sistema para dar
fuego a la carga propulsora era el mismo.
[5] Quien se identifica como Spiridonov en el sitio www.vikingsword.com/ vb/showthread.php?t=13209. El mismo incluye varios videos con sus experimentos,
los que pueden observarse en http://www.youtube.com/watch?v=Q92PTuw3lpU y los que se detallan en el
sitio.
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