Handgonnes, los “cañones
de mano” medievales.
Conclusión
Mg. Rubén A. Barreiro
El handgonne,
arma de fuego y de combate cuerpo a cuerpo. Algunos handgonnes
estaban construidos con formas especiales que permitían que cuando la lucha se
tornaba en un cuerpo a cuerpo, podían utilizarse como hachas o mazas, tal como
se muestra en las ilustraciones (GREENER,
46 ; DELBRÜCK, 38.)
Arriba: Handgonne-garrote. Debajo: Hangonne-hacha de combate. Para disparar, el hacha se hacía girar, invirtiéndola. Ambas armas fueron fabricadas en el siglo XV (GREENER, 46; 48). |
Ello se debía a que, dado el reducido alcance del
arma, y a la lentitud de su recarga, el adversario, que se encontraba a poca
distancia, atacara al operador entre la descarga y la recarga. De todos modos,
debe tenerse presente que, salvo algunos casos específicos, el arma tuvo poco
uso en batallas campales.
Handgonne hallado en el Castillo de Vedelspang. De hierro, dataría de principios del siglo XV. Se observa un gancho cerca de la boca del tubo (Tøjhusmuseet, Copenhagen).
Handgonne vs. arco largo y ballesta. La introducción de armas de fuego,
cualquiera fuere su tipo, si bien significó el comienzo de un cambio de real
significación, no desplazó a las armas en uso, tanto a las de artillería
mecánica (especialmente el trebuchet o fundíbulo) como a las de infantería (arco
largo y ballesta) (DEVRIESS-SMITH, 172). Durante un largo periodo, en especial
las de infantería, coexistieron unas y otras y el proceso de reemplazo fue
prolongado.
En
el examen de la literatura referida al handgonne, una de las cuestiones abordadas
con más frecuencia es la comparación entre su performance y sus contemporáneos
arcos largos (longbows) y ballestas. Existen posiciones extremas, como aquella
que afirma que en los siglos XIV y XV el arco continuaba siendo igual o
superior a los “armas de fuego
primitivas” tanto en cadencia de fuego, precisión y alcance (DEMING, 180;
JONES, 153).
Debe
tenerse en cuenta que establecer estas comparaciones a lo largo de un periodo
de unos ciento cincuenta años, resulta bastante difícil y sus resultados pueden
no ser confiables. Al mismo tiempo, arcos largos y ballestas presentan marcadas
disimilitudes entre sí. El arco largo se manifestó como un arma sobresaliente,
con capacidad para decidir batallas en la medida que desde el punto de vista
táctico se aprovechara su singular performance (tal el caso de las batallas de Crécy (1346) y Agincourt (1415), durante
la Guerra de los Cien Años.) Pero debe tenerse en cuenta que su uso requería
largo tiempo de práctica y gran habilidad para dispararlo.
La
ballesta, en cambio, requería menos entrenamiento y habilidades. El handgonne, por su parte, era muy fácil
de usar y por lo tanto requería poco tiempo de práctica y tal particularidad lo
tornaba de uso masivo. Arcos largos y ballestas tenían una alta cadencia de
tiro y precisión, en tanto el handgonne
adolecía de una y otra. El proceso de carga y recarga (propulsor, proyectil,
ataque de la carga con la baqueta, etc.) requería un tiempo considerable. Arco largo y ballesta sólo tenían que cargar y
recargar un proyectil, aunque en el caso de la ballesta era necesario el
proceso de retensarla, durante el cual el ballestero debía protegerse con un
escudo (la pavisse, que por lo
general requería un hombre adicional para transportarlo y sostenerlo mientras
el ballestero retensaba). Como hemos visto, Keegan habla de “un proceso psicológico” que transformó
la desconfianza inicial de los handgonners
respecto a sus armas, en una relación “íntima” con las mismas, de lo cual
infiere que los primeros handgonners
“bien podrían haber sido ballesteros”
Keegan,
observando algunas características de la ballesta (culata del arma y su apoyo
en el hombro del ballestero, que absorbía el retroceso al liberarse -por medio
de un gatillo- la cuerda que disparaba el proyectil) conjetura que “los primeros usuarios de armas de fuego
bien podrían haber sido ballesteros” (KEEGAN, 328/329). Como la aparición de la
culata en los handgonnes corresponde
a un estadio bastante avanzado de su desarrollo, es probable que Keegan haya
tenido presente el desarrollo del arma en
sus últimos tiempos, inclusive cuando la llave de mecha (matchlock) estaba siendo
experimentada y ya se estaba abriendo
paso el arcabuz.
En algún momento se ha hablado de
una “competencia” entre handgonnes y
ballestas. Ambas armas coincidían en los mismos rangos y en los mismos enfrentamientos
(sitios o batallas campales). El avance del handgonne
llevó a un mejoramiento de la performance de la ballesta, en especial con
relación al poder de penetración de los dardos. Esto requería un tensado cada
vez mayor, hasta que se llegó a ballestas de acero, cuyo tensado se hacía por
medio de un molinete. El aumento del poder de penetración fue tan notable como
el engorro y lentitud de la operación. Al mismo tiempo, se hacían progresos
notables con el handgonne,
relacionados con su manipulación, carga y cadencia de tiro. En tal
“competencia”, como era de prever, finalmente prevaleció el handgonne, o, sus sucesores directos,
los arcabuces y mosquetes (MCLACHLAN, 27).
Ballestero disparando con la pavisse a sus
espaldas. El mismo, retensando el arma con
un molinete y el escudo sostenido por un
asistente.
|
Por
su parte, se han hecho pruebas recientes con handgonnes replicados, que han mostrado una velocidad del proyectil
mayor a las flechas y dardos de arcos y ballestas. De manera que su poca
precisión y baja cadencia de tiro quedaban compensadas con mayor alcance y poder
de fuego (DEVRIESS/SMITH, 199.) Una vez más: debe tenerse presente que estas
comparaciones resultan de difícil aplicación a todo el periodo, de unos ciento
cincuenta años, de uso simultáneo de las tres armas, durante el cual el handgonne, en especial, experimentó
muchos cambios por lo que la conclusión indicada al comienzo del párrafo sólo
debiera aplicarse a los modelos más avanzados, poco tiempo antes de la
aparición de la llave de mecha (matchlock).
La
llave de mecha, además de privar al handgonne
de uno de sus elementos esenciales, posibilitó la introducción de armas como el
arcabuz y más tarde el mosquete, cuya utilización marcó la paulatina
desaparición de arcos y ballestas, luego de un periodo de coexistencia más o
menos prolongado. En 1595, Inglaterra prescindió del arco largo, “el arma nacional”, para sustituirlo con
arcabuces y mosquetes. La medida fue controvertida y durante siglos
subsistieron opiniones encontradas sobre la oportunidad y conveniencia de tal sustitución (ESPER, passim).
Significación de la aparición y uso del handgonne.
La
aparición en el campo de batalla de soldados provistos de un arma de fuego de
uso individual, significó, “una
experiencia traumática" para el espíritu caballeresco que aún campeaba
en la época (OAKESHOTT, 29), en
tanto era una forma de combatir considerada artera y hasta cobarde, ya que disparaban, se decía, al amparo de la seguridad que daba la distancia[1].
Sin embargo, el relativo alcance del arma y el tiempo
que demandaba la recarga otorgaban poca seguridad a los handgonners. Esta fue la razón por la que se se utilizara
principalmente en el ataque y defensa de fortalezas o, si se trataba de
combates en campo abierto, los handgonners
debían ser protegidos por tropas de infantería armadas con picas o armamento
similar.
Detrás de esto existía también un rechazo a quienes
eran, por lo general, operadores de las nuevas armas. En tanto el uso de las
mismas requería un entrenamiento más que breve, “cualquier campesino rústico” podía transformarse en un handgonner eficaz. De todos modos, poco a poco la infantería se fue
dotando de estas armas. Así, por ejemplo, a mediados del siglo XIV en Italia,
los schoppetari, armados con scopetti de bronce o hierro (una de las
tantas variedades o denominaciónes de los handgonnes),
integraban, primero, las guarniciones de plazas fuertes y más adelante
participaban en combates. En la de Caravaggio (1448), Francisco Sforza tenia a
sus órdenes tantos infantes así armados “que
tenia dificultades para ver a causa del humo” (CONTAMINE, 172.) Este mismo
autor señala que también los particulares poseían armas de este tipo, dando el
ejemplo de los ciudadanos de Neuchatel, en el actual territorio de Suiza: en
1470, de 523 censados, 100 de ellos contaban con culebrinas de mano (189).
Hacia mediados del siglo XIV comenzó a insinuarse la
que con todo acierto Clifford Rogers caracterizó como “la revolución de la infantería”. Siendo el handgonne un arma típica de la infantería y surgida, precisamente,
alrededor de esa fecha, es preciso tenerla en cuenta como un elemento que
contribuyó para tal “revolución”. “El nuevo éxito de las fuerzas de infantería en
Europa Occidental”, expresa Rogers, se basaba en
nuevos desarrollos, entre los cuales otorga gran importancia al arco largo.
Pero el concepto subyacente en toda su teoría, es la incorporación cada vez
mayor de gente del común en los ejércitos y campos de batalla, manipulando
armas de características que, hasta el momento, eran tenidas como antagonistas
conceptuales de todo lo que significaba el guerrear de la Caballería.
La nueva infantería, en efecto, incorporó
a su armamento tradicional el arco largo y el handgonne (que Rogers no menciona, pero que evidentemente participa
de esos desarrollos que respaldaron el progreso de la infantería), execrados
por los caballeros, como antes había ocurrido con la ballesta. La guerra se
tornó entonces en un enfrentamiento “a matar y morir”, pasando a ser un asunto
cada vez más sangriento en lugar de un evento casi deportivo como hasta
entonces. Ya no era tan importante hacer prisioneros para obtener rescate (los
infantes del común no poseían recursos para ser rescatados) e inclusive, por
razones técnicas, ya no era tan fácil hacerlos: el arco largo o el handgonne no permitían que la distancia
entre los antagonistas fuera tan reducida como para ofrecer o aceptar
rendición…Ya no existía, dice Rogers, la “hermandad
de armas” que que identificaba a los caballeros de bandos enfrentados. Antes
bien, las diferencias sociales afloraban, haciendo más violenta y despiadada la
batalla (ROGERS, passim).
El handgonne era un arma de construcción sencilla y barata, su empleo no requería
entrenamientos prolongados o conocimientos
especiales, por lo que el reclutamiento de la infantería que lo utilizaba
provenía de una base social cada vez más amplia, echándose mano a las capas más
bajas de la población.
Uno de los aspectos sociales más saliente
de la “revolución de la infantería” fue que condujo a un mayor peso político de
la “gente del común”, como dio en llamarse a esa franja de la población de la
que se nutría la infantería de la época.
La culminación del desarrollo del handgonne. Hacia fines del siglo XV, se estaban
incorporando al diseño y operación del handgonne
varios elementos que resultaban de esa experiencia de ensayo y error que se
había desarrollado durante casi dos siglos. Las formar originales, de “cañón en miniatura” habían quedado
desplazadas. El soporte de madera se había transformado poco a poco en una
culata que permitía al handgunner
apoyar el arma contra el hombro para poder dirigirla hacia el blanco,
apuntándola. La generalización del uso de pólvora granulada garantizó una
deflagración y consiguiente producción de gases propulsores uniforme e
instantánea. Como consecuencia, se incrementó el alcance, velocidad inicial,
precisión y poder de penetración del arma. Una cazoleta lateral con pólvora de
cebado facilitó su confiabilidad, disminuyendo notablemente la cantidad de
disparos fallidos.
Estas
modificaciones llevaron necesariamente a la creación de un dispositivo que
sustituyera la maniobra manual de encendido del propulsor, dejando libres ambas
manos del operador para manipular el arma. Y fue así como surgió la llave de
mecha (matchlock), que representó “una economía de esfuerzos que hasta el día de hoy no ha podido
mejorarse”. Con la incorporación de este
mecanismo, el handgonne perdió su característica esencial, aunque logró
perpetuarse como un precursor de las armas de fuego individuales que estarían
presentes en todos los campos de batalla desde entonces.
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[1] En 1439 se enfrentaron mercenarios de
Venecia y Boloña. Estos últimos utilizaron handgonnes en la batalla, matando a algunos
venecianos. Finalmente, los venecianos triunfaron y mataron a todos los
handgonners boloñeses, ya que sostenían que si “continuaba el uso de tal
diabólica invención, la guerra devendría realmente peligrosa”. Años después, el
célebre condottiero Vitelozzo Vitelli afirmaba no dar cuartel a cualquier
soldado que portara un handgonne (OAKESHOTT,
29.)
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