FUEGO Y MANIOBRA
Las Fortalezas
Las fortificaciones desde el comienzo de los tiempos se
componían de paredes verticales con una
solidez que desafiaba cualquier ingenio
de sitio que pretendiese destruirlas y cuya mayor ventaja la constituía su altura desde la cual los
defensores retaban a los ofensores. Esto
cambió con la invención de la pólvora y el cañón.El empleo cada vez más común del uso de esta nueva
arma puso fin a la era de las
fortificaciones de paredes verticales, pues sus muros cedían a los pocos disparos. Como lo declarara
Maquiavello en 1519 “…no existe pared,
por más gruesa que sea, que la artillería no pueda destruir en unos pocos días.”41
En 1440 un italiano, León Battista Alberti, escribe el
libro “De Re Aedificatoria”,
publicado en 1485, es el precursor de los modelos de fortaleza con salientes en forma de
dientes, con él nacerá el estilo de
fortificación conocido como Traza Italiana (trace itelienne). Muros de baja altura con pronunciada inclinación,
salientes en forma de corona o de
cuernos, bastiones y fosos, todo ello para atenuar el efecto de la artillería, eliminar puntos ciegos y
mantener las armas del enemigo fuera de
alcance. Dos siglos después Sebastien Le Prestre de Vauban elevará este estilo al nivel de obra
de arte.
Las fortalezas de “estilo italiano”, los cañones y los
mosquetes elevaron los costos de la
guerra “…hasta el punto de que sólo estados
centralizados podían permitirse el lujo de…”42 afrontarlos. La expansión comercial y productiva europea del siglo XV
proveyeron los recursos para sufragar
esos gastos.
Los costos se hicieron mayores al comprobarse que los
sitios de las fortalezas a la traza
italiana exigían de más tropas. Esto sumado a
la facilidad del entrenamiento y al abaratamiento del equipamiento del soldado base – un soldado de infantería
resultaba sensiblemente más económico
que un jinete con caballo y armadura – hizo que los ejércitos crecieran en número teniendo como
límite sólo los impuestos, “…la
estructura de comando en una época de malas comunicaciones y … la
disponibilidad financiera, de abastecimientos y población adecuadas para sostener la expansión de las
fuerzas”.43
Los Condottieri
Cuando desapareció el Imperio Romano se llevó consigo
todo vestigio de organización militar
institucionalizada. Los cuerpos de mercenarios
integrados primero con los últimos generales romanos y luego por verdaderos empresarios de la
guerra rescataron esas estructuras y
las mantuvieron en funcionamiento, es gracias a ellos que occidente pudo reconstruir su sistema
militar y retomar el desarrollo del
arte de la guerra. Aunque los Condottieri abusaron de su posición hasta hartar a sus contratantes y arruinar
la profesión mercenaria, sus estructuras
fueron aprovechadas para sentar las bases de los ejércitos de los estados surjidos del derrumbamiento
del feudalismo. Este fenómeno tuvo su
modelo principal la Italia del renacimiento.
Mientras que el resto de la Europa feudal desaparecía
para integrarse bajo el sistema
monárquico, en Italia se presentó un mosaico
de principados, ducados y repúblicas que se mantuvieron en un estado de guerra casi permanente. Para sostener el
esfuerzo bélico los distintos estados
italianos abandonaron el sistema de milicias y adoptaron el de soldados profesionales, pero a
diferencia de lo que este cambio
significó en el pasado o significaba en el presente, los italianos no generaron ejércitos profesionales propios
sino que los contrataron.
Cuando se requería una fuerza militar se establecía con
un líder mercenario que tenía a su
disposición una compañía de soldados, en
un número que iba de la decena a los miles, un contrato o condotta por el cual el mercenario se comprometía
a prestar sus servicios profesionales militares
y el estado contratante a pagar por tales servicios. En principio estos contratos eran
estacionales pero con el tiempo adquirieron
permanencia y llegaron a extenderse por años. Para los condottiere esto llegó a ser un gran
negocio al punto que se encontraban capitanes
mercenarios hijos y nietos de hombres de la misma profesión. Con el tiempo todos terminaron
abusando del sistema y se encontraron
casos de estados que contrataban al líder mercenario de su enemigo para dirigir las fuerzas propias
y ejércitos mercenarios que rehuían el
combate o luchaban sin provocarse daños a efectos de prolongar la guerra y el contrato de
servicio.
Esto no quiere decir que se tratase de mediocres
soldados, por el contrario resultaron
muy buenos en su negocio al que además le proveyeron de una estructura de comando necesaria para
cumplir el servicio y poder cobrar.
Tácticamente continuaron centrándose en la
caballería pesada pero los orfebres italianos consiguieron crear
armaduras de sólo 25 kilos, lo que
mejoraba en mucho la movilidad del guerrero
tanto a pie como a caballo. Contaban además con infantería repartida en tres especialidades: los
tradicionales ballesteros, los piqueros
y los portadores de escudos.
Estos últimos llevaban un enorme escudo que prácticamente los cubría de pies
a cabeza y que afirmaban contra el
suelo para brindar protección a las otras dos categorías. Es esta una infantería de poca movilidad, pero
se la empleaba especialmente para crear
posiciones defensivas detrás de las cuales la caballería podía reorganizarse para volver al combate.
Un elemento particular se desarrolló en las guerras
italianas. En el siglo XV el mayor
movimiento económico de Europa permitía
aprovisionar más fácilmente a una fuerza militar, por lo que no era ahora necesario mantenerse en movimiento
para satisfacer las necesidades de
subsistencia. Esto reintrodujo la idea de la fortificación de campaña, es decir que un ejército podía
establecer un campo protegido de fosos
y empalizadas al efecto de combatir desde él.
Esta creciente complejidad y refinamiento del combate
mantuvo viva la costumbre de evitar las
batallas e incrementó el uso de espías,
traidores, emboscada y sorpresa.
Hacia fines del siglo XV los estados italianos habían
comenzado a incorporar mercenarios como
soldados del estado y con ello sus estructuras
de comando.
La “Revolución Militar” aprovechó la organización del
comando de las unidades mercenarias
redimensionando el número de sus efectivos.
Estabilizó la doctrina táctica e incorporó principios disciplinarios orientados a la eficacia de la fuerza de
combate y no, como antes, destinadas a
asegurar su lealtad. Estas condiciones afirmaban la dirección en los niveles más bajos, había ahora que
desarrollar los criterios y estructuras
de mandos superiores, tanto más cuando los ejércitos crecían en número de manera sorprendente.
EVENTOS DESTACABLES
Bannockburn 24 de junio de 1314 En marzo de 1324 Robert the
Bruce, Rey de Escocia puso sitio al castillo
de Stirling cuya guarnición inglesa estaba al mando de Sir Phillip Mowbray. Como era costumbre en los
combates entre caballeros sitiados y
sitiadores acordaron que los primeros se rendirían si para el 24 de junio no eran relevados. Eduardo II
de Inglaterra reunió a ese efecto un
ejército de 2.400 caballeros y 21.000 infantes con los que el 17 de junio invadió Escocia.
Robert se preparó a resistir la invasión. Su ejército de
6.500 hombres y 500 caballeros, estaba
integrado solamente por veteranos, se rechazó
en el reclutamiento a todo voluntario inexperto. La infantería recibió especial adiestramiento para marchar
sin romper la línea, evitando así
brechas y flancos internos que el enemigo pudiera explotar. También se los instruyó en el empleo de sus lanzas
de cuatro metros de altura, en caso de
combatir contra la caballería debían formar en
círculo, clavar un extremo de la lanza en el suelo e inclinarla en 45 grados hacia el exterior del círculo
apuntando al pecho de los caballos. El
ejército escocés estaba dividido en cuatro grupos al mando de Randolph, Conde de Moray, Edward Bruce,
hermano de Robert, Sir James Douglas y
el propio Rey Robert.
El Rey escocés eligió una posición defensiva detrás del
arroyo Bannockburn. El cuerpo a su
mando se estableció detrás del arroyo y
atravesado sobre el antiguo camino romano que conducía a Stirling, a su izquierda y algo atrás se situaba el
grupo de su hermano: a la izquierda de
éste el de Randolph formando un ángulo recto hacia retaguardia y detrás de ambos el grupo de Douglas. Las
posiciones habían sido preparadas, los
terrenos aptos para la caballería habían
sido alistados con pozos y trampas y las tropas se hallaban a cubierto detrás de lomas y árboles. El 23 de junio Eduardo II se hallaba en las
proximidades donde se encontró con que
Mowbray había logrado atravesar las líneas escocesas. Conforme las reglas de la caballería y lo
acordado, Eduardo II debió declarar
levantado el sitio y dar a los Escoceses la oportunidad de retirarse. Sin embargo su deseo de acabar
con la rebelión escocesa le hizo
continuar su avance en busca de una batalla decisiva.
Con la información del despliegue escocés facilitado por Mowbray, Eduardo II tomó 300 caballeros
montados al mando de Sir Robert
Cliffort y los lanzó a través del arroyo para que alcanzaran una planicie llamada The Carse desde donde
atacar las posiciones de Randolph en la
izquierda escocesa. El resto del ejército avanzaría a través del camino romano.
Se cuenta que bajo el sol del verano la marcha de la
caballería inglesa fue tan deslumbrante
que el propio Randolph quedó impresionado
y tardó en reaccionar. Sin embargo compensando el hecho avanzó con 500 hombres desafiando a los
ingleses. En una situación clásica
donde la caballería pesada debía barrer del campo a la infantería, Cliffort se lanzó a la carga. Los entrenados
escoceses formaron círculo con sus
lanzas hacia fuera en ángulo de 45° y rechazaron repetidamente a los ingleses, obligándolos a retirarse con
severas pérdidas y habiendo provocado
una sola baja. Mientras esto ocurría Douglas
movió sus tropas en apoyo de la acción.
La vanguardia inglesa interpretó este movimiento como una
retirada y comenzó su avance al mando
de Henry de Bohun. En ese instante el
Rey Robert salió de entre las filas y desafió al jefe inglés a un combate singular. De Bohun aceptó la
invitación y cargó de inmediato, pero
erró su golpe, Robert hundió su hacha en la cabeza del inglés partiéndola por el mango. Esto provocó una
conmoción entre las tropas inglesas por
lo que Edward tomó sus fuerzas, cruzó el arroyo y se refugió en el extremo este del Carse donde
estableció su campamento. Esta posición
se hallaba flanqueada a su izquierda por el arroyo Bannockburn y a derecha y retaguardia por el
río Forth.
Al día siguiente el Rey Robert decidió aniquilar a su
encerrado enemigo, formó sus cuatro
grupos en escalón con la derecha avanzada
y se lanzó contra el campamento inglés. Los británicos no tuvieron tiempo ni siquiera de formarse por lo que
hubieron de combatir caballeros e
infantes mezclados y en desorden. Fueron cediendo en el combate hasta terminar en una huída, los
escoceses los persiguieron hasta la
noche provocándoles un 75 por ciento de bajas. Esta batalla aseguró la victoria escocesa en su conflicto
con Inglaterra.
41
Parker, Geoffrey, Segunda Edición 1996, “The Military Revolution” , pg.10, Cambridge University Press
42
Parker, Geoffrey, febrero 1997, “Implacables y feroces. Cómo hacen la guerra los occidentales”, en Historia 16,
N°250, pg 70, Ed. Información e Historia,
Madrid.
© Jorge A. Vigo 2006. Para esta publicación Jorge A. Vigo 2014
41 Parker, Geoffrey, Segunda Edición 1996, “The Military Revolution” , pg.10, Cambridge University Press
No hay comentarios:
Publicar un comentario